Desde mediados del siglo XVIII a principios del XX era habitual ver de buena mañana por las calles de Londres y de otras grandes ciudades inglesas al “cat’s meat man” con su carretilla o su cesta llena de carne de caballo cortada en trocitos y ensartada en pinchos de madera, seguido por numerosos gatos atraídos por el olor de una carne en dudoso estado.
Cada vendedor atendía a unos 200 gatos y 70 perros diariamente y algunos incluso se hicieron ricos, como el Sr. Cratchitt. La esposa de dicho vendedor se había separado de él y había contraído numerosas deudas. El Sr. Cratchitt apareció milagrosamente durante el juicio y la salvó de la cárcel con estas palabras: “No pasa nada, su señoría, ya he pagado sus deudas. Llevo 30 años vendiendo carne para gatos en la City y soy un hombre autosuficiente”. El magistrado apenas se creía que un mero vendedor de carne pudiera haberse hecho rico.
Los vendedores no solo eran hombres, también había mujeres y niños que recorrían barrios pobres y ricos. Cada uno tenía una ruta y clientes habituales. Si hacemos caso del artículo publicado en el semanario “Chatterbox” por un tal W. Baird en 1868, en esa época había alrededor de 300.000 gatos en Londres. Explica que “el cálculo se hizo algunos años antes y no tuvo en cuenta a los gatos ‘itinerantes’, gatos sin hogar”. Esta cifra equivaldría a un gato por casa habitada. A continuación describe al vendedor: “Se trata en general de un hombre tocado con un sombrero brillante, chaleco negro, mangas de la camisa arremangadas hasta los codos, un mandil azul y varios pañuelos blancos y azules atados alrededor del cuello. Empuja una carretilla similar a la de un jardinero llena de carne, parte de la cual está ensartada en pinchos, mientras que el resto puede cortarse al gusto del consumidor en una pequeña tabla instalada en la parte frontal de la carretilla”.
De espaldas
De frente
La carne procedía de los “knackers”, los hombres que se dedicaban a recoger a los pobres caballos que morían en las calles de las ciudades. Los vendedores más ricos almacenaban grandes cantidades de esta carne en sus establecimientos durante varios días con el consiguiente hedor para los vecinos. Según unos, era una profesión lucrativa que requería una mínima inversión. Según otros, los vendedores debían realizar largos recorridos durante la mañana, a veces hasta 25 kilómetros, y dedicar la tarde a recoger la carne y cortarla, además de tener que fiar a sus clientes. Muchos les pagaban una vez a la semana, pero algunos se mudaban dejándoles a deber. Un vendedor decía que los mejores clientes eran los cocheros y los peores, las solteronas.
Frances Simpson, la autora de “The Book of the Cat”, escribió en 1903 que “el editor de la revista ‘Our Cats’, ayudado por el Sr. Louis Wain (https://gatosyrespeto.org/?s=louis+wain), organizó el año pasado una cena en honor a los ‘cat’s meat men’. Se rechazaron más de 400 solicitudes, y una vez sentados los 250 invitados, no cabía ni un alfiler. Al haber asistido a dicha cena, soy testigo de la calidad de comida servida y del entretenimiento ofrecido a los vendedores”.
Dibujo del siglo XIX de un cat’s meat man
Los “cat’s meat men” ingleses siguieron recorriendo las ciudades hasta la década de 1930, antes de la II Guerra Mundial. Pero poco a poco, el motor desplazó al caballo, los “knackers” se reconvirtieron por falta de trabajo; la carne maloliente ya no era tan aceptable para alimentar a gatos y perros, y el vendedor de carne para gatos desapareció.
El cat’s meat man en Londres
Pero esta curiosa profesión no solo existió en Inglaterra, también en Francia y en Estados Unidos. Un artículo publicado en la revista “Harper’s Young People” el 16 de marzo de 1880 explica que en un rincón del mercado Fulton de Nueva York (ahora solo de pescado) estaba el puesto del “cat’s meat man”. Durante la mañana alimentaba a los gatos con la comida que había preparado por la tarde. La mayoría de la comida era cruda, estaba cortada en trocitos y empaquetada en bolsas de papel de una libra. A veces hervía carne para los gatos que no se encontraban bien, y el jueves preparaba pescado para que lo comieran el viernes. En un cesto cabían unos cuarenta o cincuenta paquetes de carne, llegando a pesar entre 20 y 25 kilos.
Escenas de la vida londinense
Cada mañana al amanecer, el vendedor hacía su recorrido y los gatos salían a su encuentro. Cobraba la carne a los dueños al final de la semana. El artículo dice que algunos gatos solo tenían derecho a un paquete cada dos días, lo sabían y no le hacían caso cuando pasaba. Al parecer tenía unos 400 clientes, por lo que era un buen negocio. También daba de comer a varios perros. Al llegar a ciertos puntos, le esperaba un ayudante con un cesto lleno para que pudiera seguir su ronda, además de numerosos gatos porque sabían que les caería algún resto. El periodista añade que el vendedor no solo alimentaba a los gatos, también les cuidada cuando estaban enfermos administrándoles pequeñas dosis de medicamentos.
El contenido del artículo no parece del todo creíble. Algo nos dice que en 1880, en el “Lower East Side” de Manhattan, los gatos no eran tratados con tanto mimo, aunque fueran muy necesarios para librar las tiendas, talleres y casas de las enormes ratas.
Nueva York – El cat’s meat man en su ronda
Acabaremos hablando de los vendedores de carne para gatos en París. Encontramos alguna información en la página de “Historum”, pero no citan la fuente, simplemente que procede de un libro de anécdotas parisienses de 1860. Habla de un tal Bernier, que se dedicaba a hacer papilla para gatos después de que un accidente le obligara a dejar la profesión de carbonero. Vivía en un “buen barrio de trabajadores” y, viendo que sus vecinos tenían perros y gatos, decidió hacer papilla y vender bofe. Adquirió tanta fama que en el barrio del Templo, si un gato o un perro no se alimentaba donde Bernier se le consideraba un animal desdichado. Asimismo, entregaba comida en barrios alejados y más de una condesa o marquesa mandaba a un criado a comprar a su modesta tienda, que se anunciaba con la frase siguiente: “Antigua y auténtica tienda conocida por el alimento para animales”.
Restaurante Hall, cena en honor a los cat’s meat men
Según el jefe de los mataderos de la capital francesa de la época “este comercio, para que se tenga una idea de su importancia en París, alcanza los 325.000 francos en bofes y corazones de bueyes y vacas; para colmar el apetito de los gatos, no solo son necesarios todos los bofes y corazones de los bueyes y vacas que aprovisionan París, o sea 89.000 corazones y bofes, sino otros 12.000 bofes y corazones que los casqueros adquieren en las afueras”.
Los gatos franceses no comían carne de caballo, porque en Francia se consumía carne de caballo habitualmente. De hecho, aún quedan algunas carnicerías equinas. Y los gatos comieron bofe y corazón hasta bien entrados los años sesenta del pasado siglo.