No se preocupen Vds. No tengo intención alguna de torturarles, como a mis antiguos alumnos, con los entresijos de la teoría laringal. Tampoco es este el lugar para denunciar ciertos excesos cometidos por esta corriente. Si hoy he comenzado por la genialidad de Saussure, es porque ilustra a la perfección la tan humana tendencia de proyectar orden y concierto allí donde, en principio, no lo hay; o no tiene por qué haberlo; y porque, como les decía el otro día, de ella se aprovecha el capitán Simonini, antihéroe de la nueva y muy publicitada novela de Eco. Es este Simonini un maestro falsario que se vende al mejor postor para pergeñar aquello que se le demande, ya se trate de documentos en contra o a favor de los garibaldinos, de panfletos que solivianten los ánimos en los tiempos de la Comuna francesa o, sobre todo, de propaganda antimasónica y antisemita. Si nuestro antihéroe tiene éxito es porque ha sabido ver en la suma de muchas conjuras y conspiraciones particulares –he aquí el desorden- un esquema universal –y aquí el orden-. Basta, pues, con rellenar los huecos con la información adecuada y pertinente en cada caso –fill in the gaps, que dirían los ingleses- para obtener el producto deseado.
Y el gran proyecto vital de este Simonini, único personaje ficticio de la novela de Eco, no son sino Los protocolos de Sión, a un tiempo inspirados por, e inspiradores de, la violenta corriente de antisemitismo que azotó el mundo a fines del siglo xix y que terminó desembocando en el holocausto judío en la primera mitad del xx. No entraré tampoco aquí en la absurda y ficticia polémica suscitada por quienes han querido detectar cierta ambigüedad en el antisemitismo del volumen y achacarle a Eco las opiniones de su odioso personaje. Lo único que diré es que no hay tal. Simonini es antisemita y misógino hasta decir basta. De las opiniones de Eco no tenemos información alguna, ni necesidad de tenerla, dicho sea de paso. Lo único que nos debería importar es que El cementerio de Praga es una novela bien trabada y documentada, quizá un punto abigarrada, que, como toda la obra de Eco, engancha y entretiene, sí, pero también termina por hacerse un tanto cargante.
P.S. Soy consciente de que en los últimos meses hemos visto sacudidos nuestros en otro tiempo firmes cimientos ortográficos pero alguien en Lumen debería tomar nota de que 1. la tilde diacrítica de “sólo” ha desaparecido; 2. nunca apareció cuando “solo” equivalía a “en soledad”. Es hora ya de que sus ediciones empiecen a corresponder en lo formal al precio por el que se venden.