El chabolo de Pablo e Irene

Publicado el 21 mayo 2018 por José Luis Díaz @joseluisdiaz2
De verdad les digo que ni me enfría ni me calienta gran cosa que Pablo Iglesias e Irene Montero - Irene Montero y Pablo Iglesias - se hayan agenciado un chabolo con piscina en la sierra de Madrid por el que van a desembolsar mediante hipoteca a 30 años casi 600.000 euros del ala. Me encanta que la gente salga de pobre y prospere, que ya hay en este país demasiados pobres de solemnidad como para lamentarnos de que Irene y Pablo - Pablo e Irene - hayan conseguido alcanzar el sueño de pequeño burgués por el que suspira la gran mayoría de los españoles: una casita en el campo y una mujer que me quiera, un barril de vino tinto y luego que vengan penas. También me es indiferente que vayan a pagar su imponente choso con el dinero suyo y mío a través del sueldo de diputados que al parecer piensan conservar siete u ocho legislaturas más. Cada cual con su dinero puede hacer lo que quiera y legalmente no esté prohibido. 
Todo lo demás son moralinas políticas que no vienen al caso, sobre todo porque moral y política nunca se han llevado bien y esta no es una excepción. Analizando precisamente el asunto desde el ángulo político, la compra del palacete serrano en el que Irene y Pablo - Pablo e Irene - criarán sus retoños alejados del mundanal ruido mediático del que tanto gustan los progenitores, tampoco me subleva ni hace que me agarre de las vigas del techo. Siempre he sido muy lerdo para entusiasmarme con los mesianismos políticos o de cualquier otro tipo y, en consecuencia, no me supone ningún drama comprobar lo que siempre sospeché: que solo sería cuestión de tiempo que el látigo de la casta se convirtiera en castizo él también. Lo único que tal vez me llama la atención es el poco tiempo que ha pasado antes de que eso ocurriera.

Foto: Levante

Es lo que tiene este sistema corrupto controlado por las élites que Pablo e Irene suelen motejar como "régimen del 78" pero que, sin embargo, también permite apetitosos dulces a los que ni el rey de la moralidad política es capaz de hacerle ascos. Gastarte el dinero que ganas limpiamente como te parezca mejor sin que nadie tenga que decirte si haces bien o si haces mal es uno de esos dulces y da lo mismo si el chalé lo quieres para vivir, para especular o para instalar la sede de Podemos en él. Lo que sí creo es que aquí el único problema con el chabolo serrano lo tienen ellos, sus acólitos y sus seguidores, aquellos que han visto en Iglesias al revolucionario de coleta y perilla elegido por el Destino para salvar a España de la casta y en Montero su portavoza en la tierra. Se trata de dirimir si cuando el dinero entra por la puerta la coherencia debe salir despedida por la ventana y son ellos, por tanto, los que tendrán que preguntarse si prometer conquistar los cielos e irse a vivir a la sierra de Madrid son mensajes complementarios o mutuamente excluyentes. 
Por decirlo en otros términos: decidir si el camino que conduce a Galapagar es el mismo que lleva a los cielos por conquistar y la mansión serrana es solo una estación para el descanso del líder máximo en su larga marcha hacia la victoria final. Siempre atentos al sentir de sus seguidores, Pablo e Irene les preguntarán si deben seguir siendo la vanguardia del proletariado o retirarse de la primera línea de combate e irse a vivir a un piso de protección oficial en Vallecas. Me parecerá bien cualquier cosa que decidan sobre una propuesta del más genuino cesaropablismo y con tanto sentido político, que la estudiarán dentro de dos mil años los alumnos de Políticas de la Complutense junto con La República de Platón. Posee la misma trascendencia que hacerse la raya a un lado en vez de peinarse para atrás o llevar coleta en lugar de soltarse la melena. Ante todo subraya el significado que tiene la democracia para Pablo e Irene: una frívola asamblea permanente y un circo mediático en el que tal vez lo próximo sea preguntar a los militantes qué marca de coche deben comprar, qué vino deben beber o si el líder debe llevar a los plenos corbata lisa o con topos  y la portavoza hacerse las mechas. Eso sí, entretanto el cielo puede esperar.