El chal - Cynthia Ozick

Publicado el 17 enero 2017 por Rusta @RustaDevoradora

Edición:Lumen, 2016 (trad. Eugenia Vázquez Nacarino; pról. Berta Vias Mahou)Páginas:104ISBN:9788426402059Precio:18,90 €Edición ilustrada por Óscar Astromujoff.
—Mi sobrina Stella dice —se explayó Rosa, despacio— que en América los gatos tienen nueve vidas, pero nosotros… nosotros somos menos que los gatos, así que tenemos tres. La vida de antes, la vida de durante, la vida de después. —Vio que Persky no la seguía. Añadió—: La vida de después es ahora. La vida de antes es nuestra vida real, en casa, donde nacimos.—¿Y el durante?—Eso fue Hitler.—Pobre Lublin —dijo Persky.—Usted no estaba allí. Solo lo sabe por las películas. —Se dio cuenta de que estaba avergonzado; hacía mucho que había descubierto esa capacidad para avergonzar—. Después, después, es lo único que a Stella le importa. Para mí solo existe un tiempo; no hay después.

«Sin una vida, vives donde puedes. Si todo lo que tienes son pensamientos, es ahí donde vives» (p. 45), reflexiona la protagonista de «El chal» y su particular continuación, «Rosa», los dos textos comprendidos en esta obra. Están consideradas dos de las piezas más representativas de la gran escritora estadounidense Cynthia Ozick (Nueva York, 1928), aclamada asimismo por sus Cuentos reunidos (Lumen, 2015), por sus ensayos Metáfora y memoria (Mardulce, 2016) y por novelas como Los últimos testigos (Lumen, 2006) o Cuerpos extraños (Lumen, 2013). La autora escribió el relato y la novela breve que componen El chal en 1977, aunque no vieron la luz hasta 1980 y 1983, respectivamente, cuando aparecieron en la revista The New Yorker, tal como explica Berta Vias Mahou en el prólogo a esta edición. Más tarde, se editaron juntos en forma de libro, la opción que ha prevalecido desde entonces. Ozick, hija de emigrantes judíos rusos, sufrió cierto rechazo en su infancia por su identidad religiosa, y siempre ha manifestado interés por todo lo que atañe a los judíos. Esta obra, que sigue las andanzas de tres mujeres marcadas por el Holocausto, es una muestra de ello.El libro se abre con «El chal», un relato que en menos de diez páginas condensa un universo literario único y deslumbrante. Con un estilo lírico e intimista, Ozick sitúa rápidamente la situación desasosegante de tres mujeres en un campo de concentración nazi: Rosa, la protagonista, una joven madre que lleva a su bebé envuelto en un viejo chal («nunca dejaba de caminar, una cuna andante», p. 17); Magda, el mencionado bebé, «una ardilla en su nido, a salvo, nadie podía alcanzarla en el cobijo de las vueltas del manto» (p. 18); y Stella, la sobrina de Rosa, «fría, fría, la frialdad del infierno» (p. 17). La autora asocia un simbolismoal chal, la prenda protectora que oculta a Magda, que la aísla de un entorno hostil, que contiene las esperanzas para el futuro encarnado en el bebé. Incluso se le atribuyen propiedades del realismo mágico: a falta de leche y otros recursos para cuidar de la criatura, es el chal lo que la «alimenta», lo que la mantiene tranquila. En el siguiente texto, «Rosa», el significado del chal va ligado al pasado, porque algo ocurre con este…Tanto por su extensión (setenta páginas) como por su construcción (mayor despliegue de la acción narrativa, con diálogos, cartas, desplazamientos por la ciudad, etc.), «Rosa» puede considerarse una nouvelle que continúa, y desarrolla, esa imagen trágica evocada al final de «El chal». Han pasado treinta años y las mujeres viven en California. El Holocausto quedó atrás… o no. Stella ha elegido salir adelante, pasar página, pero Rosa no puede. El texto gira alrededor de un encuentro de Rosa con un señor polaco que, a diferencia de ella, no sufrió en sus carnes el nazismo. Los dos han huido de Europa, son extranjeros en Estados Unidos, pero su relación con el país de acogida es muy diferente: mientras que el hombre se siente integrado, y anima a Rosa a imitarlo, ella se muestra incapaz. En su historia intervienen la locura, la obsesión, el trauma que sigue presente aun con la derrota del nazismo. «Todo el mundo había dejado atrás una vida de verdad. Aquí no tenían nada. Eran meros espantajos con las carcasas huecas que el viento arrastraba bajo la esfera del sol asesino» (p. 31); así se encuentra Rosa, como alguien para quien la vida quedó en suspenso desde el campo. Hay un pasaje espléndido, reproducido al comienzo de esta reseña, que sintetiza en unas pocas líneas el tema esencial de esta nouvelle: la elección de cómo vivir después de una experiencia traumática como el campo de concentración (o quizá ni siquiera una «elección»: la forma de continuar viviendo, simplemente). La protagonista dice que ellos tienen tres vidas: la vida de antes, previa a la experiencia traumática (que para Rosa es «nuestra vida real, en casa, donde nacimos»; la mentalidad de una mujer refugiada que no ha logrado hacer del nuevo país su hogar); en segundo lugar, está la vida de durante, o el suceso traumático en sí (que corresponde a lo narrado en «El chal», más todas sus omisiones); y, por último, la vida de después, en California. Los propios nombres de las etapas, con esas referencias al «antes» y el «después», revelan el estancamiento de Rosa, el hecho de que toda su vida se concentra en el «durante», todo depende de ahí. No hay posibilidad de empezar cuando arrastra una herida tan profunda, ¿o tal vez el señor polaco logrará convencerla…?Ozick, además, plantea a través del rol de Rosa una crítica hacia la forma de tratar a los supervivientes del Holocausto o, mejor dicho, la forma de convertirlos en material de estudio. Un investigador lleno de buenas intenciones contacta con Rosa, pero ella siente un profundo rechazo por los términos en que se establece la comunicación, por esa sensación de ser vista como una curiosidad, como alguien cuyo interés reside en el hecho de que salió viva del campo de concentración, como si hubiera dejado de encajar en la categoría «persona» para entrar en una nueva, la de «superviviente», una etiqueta que le han atribuido los demás, porque para ella esto solo es un «después» carente de valor y estímulo. Esta percepción, el hecho de convertirse en «superviviente», en alguien que logró huir, refuerza su diferencia con respecto a la población autóctona; no la ayuda ni a integrarse ni a dejar atrás el pasado, sino que la caracteriza como distinta a la mayoría. Cabe insistir, por otra parte, en el hecho de que cada mujer vive esta etapa de forma diferente. Rosa es la más dura, la más cerrada en banda; Stella, en cambio, sí que se ha adaptado, y de hecho insta a su tía a hacer lo propio.

Cynthia Ozick

Tanto «El chal» como «Rosa» son, en definitiva, piezas potentes y desgarradoras, literatura sin concesiones. El primero, más poético y concentrado, permanece en la memoria como una imagen perturbadora que aúna toda ella un sinfín de matices. El segundo, más extenso pero igual de despiadado, explora el después del horror siguiendo el hilo de ese chal que todavía da vueltas en otra ciudad, otro país, otra década. La aproximación al Holocausto en ambos textos nace de un enfoque puramente literario, es decir, sin buscar la «reconstrucción» de una novela histórica, y recreándose en la metáfora, el símbolo, la riqueza del universo creativo de la autora. Cynthia Ozick, he aquí una escritora excepcional que mira a los ojos al lado oscuro del ser humano. Las ilustraciones de Óscar Astromujoff que la acompañan captan la oscuridad, el tedio y el profundo desamparo de sus personajes para hacer de este libro una obra aún más impresionante. Cuidado: nadie sale indemne de su lectura.Fragmento inicial en cursiva de la página 83.