Cinépolis ha iniciado hoy, en 21 ciudades del país y en medio centenar de complejos cinematográficos -en sus llamadas "salas de arte"- un pequeño ciclo de cine dedicado a Charles Chaplin en el centenario del inicio de su carrera cinematográfica. El ciclo, organizado por Cinépolis con la cadena francesa de producción, exhibición y distribución MK2 está formado por seis cintas y la primera de ellas es El Chico (The Kid, EU, 1921), opus número 68 de Chaplin.El Chico representa, en el canon chaplinesco, uno de sus momentos históricos. No sólo se trata del primer filme de seis rollos dirigido por Chaplin y, por ende, su primer largometraje propiamente dicho –sus películas más extensas hasta ese momento habían sido Vida de Perro (1918), Armas al Hombro (1918) y Un Día de Placer (1919), todas ellas de tres rollos- sino que, también, fue la primera vez en la que, de una manera más que clara, el irreverente vagabundo Charlot muestra un rostro sentimental. El Chico fue, para bien –o para mal, según los detractores del cineasta-, un cambio de piel en la personalidad de Charlot, algo que se vería de forma mucho más completa en La Quimera del Oro(1925) y, sobre todo, en Luces de la Ciudad (1931), cuando el vagabundo ya está convertido en un héroe casi crístico.El Chico fue realizada para la First National, dentro de un contrato que Chaplin había firmado en 1918 por un millón de dólares con el compromiso de dirigir, escribir y protagonizar una docena de cintas de dos rollos a lo largo de un año de trabajo. Chaplin cumplió, aunque le tomó cinco años hacerlo: al final de cuentas, dirigió ocho películas y no doce, aunque solamente tres fueron de dos rollos, pues las cinco restantes, entre ellas El Chico, fueron más extensas.En cuanto a la cinta en sí, se trata –como lo advierte el anuncio inicial- de “un filme con una sonrisa y, tal vez, una lágrima”. En realidad, el primer largometraje chaplinesco nos ofrece muchas sonrisas –y algunas francas carcajadas- pero, también, no pocas lágrimas chantajistas. Con ecos apenas esbozados de su propia, difícil, infancia, he aquí la historia de un bebé abandonado por una desafortunada mujer (Edna Purviance) que será recogido por un (no tan) endurecido vagabundo (Chaplin). Aunque al inicio trata de deshacerse del chamaco –dejándolo en la basura, colocándolo en la carriola junto a otro bebé o, de plano, echándolo a una coladera-, el vagabundo terminará adoptando al niño que, de cinco años de edad, es encarnado por el maravilloso Jackie Coogan, quien crecería para convertirse en el Tío Lucas de la teleserie Los Locos Addams (1964-1966).Así, el lacrimoso melodrama picaresco/dickensiano –es inolvidable la forma en la que Charlot y su hijo se ganan la vida- se combina con un inspirado slapstick –la secuencia en la que Chaplin coquetea con la mujer de un policía- y con un poder de observación tan conmovedor como ingenioso, como en aquella escena en la que padre e hijo comparten un sabroso desayuno de hot-cakes. No todo en la cinta funciona, sin embargo: la secuencia del sueño en la que el vagabundo se ve a sí mismo en un paraíso terrenal corrompido por el demonio –interpretado por el papá de Jackie Coogan, por cierto- contrasta con el tono realista del resto del filme.En todo caso, éste fue un pequeño tropezón de un cineasta que, precisamente en la década que va de 1921 a 1931, haría la mejor obra de su filmografía. Y todo iniciaría con El Chico. Si no la ha visto nunca en pantalla grande, ahora es cuando.
Cinépolis ha iniciado hoy, en 21 ciudades del país y en medio centenar de complejos cinematográficos -en sus llamadas "salas de arte"- un pequeño ciclo de cine dedicado a Charles Chaplin en el centenario del inicio de su carrera cinematográfica. El ciclo, organizado por Cinépolis con la cadena francesa de producción, exhibición y distribución MK2 está formado por seis cintas y la primera de ellas es El Chico (The Kid, EU, 1921), opus número 68 de Chaplin.El Chico representa, en el canon chaplinesco, uno de sus momentos históricos. No sólo se trata del primer filme de seis rollos dirigido por Chaplin y, por ende, su primer largometraje propiamente dicho –sus películas más extensas hasta ese momento habían sido Vida de Perro (1918), Armas al Hombro (1918) y Un Día de Placer (1919), todas ellas de tres rollos- sino que, también, fue la primera vez en la que, de una manera más que clara, el irreverente vagabundo Charlot muestra un rostro sentimental. El Chico fue, para bien –o para mal, según los detractores del cineasta-, un cambio de piel en la personalidad de Charlot, algo que se vería de forma mucho más completa en La Quimera del Oro(1925) y, sobre todo, en Luces de la Ciudad (1931), cuando el vagabundo ya está convertido en un héroe casi crístico.El Chico fue realizada para la First National, dentro de un contrato que Chaplin había firmado en 1918 por un millón de dólares con el compromiso de dirigir, escribir y protagonizar una docena de cintas de dos rollos a lo largo de un año de trabajo. Chaplin cumplió, aunque le tomó cinco años hacerlo: al final de cuentas, dirigió ocho películas y no doce, aunque solamente tres fueron de dos rollos, pues las cinco restantes, entre ellas El Chico, fueron más extensas.En cuanto a la cinta en sí, se trata –como lo advierte el anuncio inicial- de “un filme con una sonrisa y, tal vez, una lágrima”. En realidad, el primer largometraje chaplinesco nos ofrece muchas sonrisas –y algunas francas carcajadas- pero, también, no pocas lágrimas chantajistas. Con ecos apenas esbozados de su propia, difícil, infancia, he aquí la historia de un bebé abandonado por una desafortunada mujer (Edna Purviance) que será recogido por un (no tan) endurecido vagabundo (Chaplin). Aunque al inicio trata de deshacerse del chamaco –dejándolo en la basura, colocándolo en la carriola junto a otro bebé o, de plano, echándolo a una coladera-, el vagabundo terminará adoptando al niño que, de cinco años de edad, es encarnado por el maravilloso Jackie Coogan, quien crecería para convertirse en el Tío Lucas de la teleserie Los Locos Addams (1964-1966).Así, el lacrimoso melodrama picaresco/dickensiano –es inolvidable la forma en la que Charlot y su hijo se ganan la vida- se combina con un inspirado slapstick –la secuencia en la que Chaplin coquetea con la mujer de un policía- y con un poder de observación tan conmovedor como ingenioso, como en aquella escena en la que padre e hijo comparten un sabroso desayuno de hot-cakes. No todo en la cinta funciona, sin embargo: la secuencia del sueño en la que el vagabundo se ve a sí mismo en un paraíso terrenal corrompido por el demonio –interpretado por el papá de Jackie Coogan, por cierto- contrasta con el tono realista del resto del filme.En todo caso, éste fue un pequeño tropezón de un cineasta que, precisamente en la década que va de 1921 a 1931, haría la mejor obra de su filmografía. Y todo iniciaría con El Chico. Si no la ha visto nunca en pantalla grande, ahora es cuando.