El joven actor no tardó en darse cuenta de que su vida delante de la cámara no sería muy larga y exitosa. Mientras trabajaba en “Fiesta” (basada en una novela taurina de Ernest Hemingway), Tyrone Power, Ava Gadner y el resto del reparto escribió una carta al productor pidiendo el despido de Evans. El productor llegó, vio una prueba de Evans en México, donde aprendía a torear, y pronunció la profética frase del comienzo de este artículo. Evans se dio cuenta de algo, él no quería ser actor, él sería el hombre que manda, el que contrata y el que despide.
Poco tiempo después Robert Evans entraba a trabajar en Paramount, la novena productora del país a comienzos de los años sesenta.
Pero como una buena película este documental tiene intriga. Tras el estreno de “Cottom Club” cayó en desgracia y en una trampa tendida por la DEA cuando un amigo le ofreció comprar cocaína. Poco después fue declarado sospechoso en un homicidio. De las dos cosas salió libre, pero el escándalo estaba servido, su vida personal destrozada y su economía tan castigada que tuvo que vender la joya de la corona, su mejor casa. Evans se hundió e ingresó en un centro psiquiátrico voluntariamente. Poco tiempo después se escaparía y su amigo Jack Nicholson recuperaría su casa suplicando al nuevo propietario.
Poco a poco, el chico más importante de Hollywood, volvía a la brecha, pero no sería hasta que una mano amiga apareció en su rescate, un joven al que él hizo debutar era nombrado nuevo jefe de Paramount, una llamada devolvió a Evans su despacho y su libertad para trabajar. Su carrera nunca volvió a ofrecer regalos al mundo de tan magno impactó, pero se quedo en la montaña con las letras blancas.
“El chico que conquistó Hollywood” (Nanette Burstein, 2002), basado en la autobiografía de Robert Evans, es un increíble recorrido por la vida de uno de los hombres más importantes de cine americano, un recorrido ameno y teatral por la última época dorada del cine de la mano de uno de sus protagonistas. Una divertida historia del sueño americano llevado a las últimas consecuencias.
ALFONSO CARDENAL