A Pablito le daban cada domingo veinte céntimos para que se comprara un chupachups. El niño, con su reluciente moneda se iba al quiosco y obtenía su preciada golosina. La rutina se repitió durante algún tiempo hasta que un día, cuando el niño llegó al quiosco, encontró que el precio de las golosinas había subido.
Cabizbajo, tuvo que volver a casa donde sus padres le dieron otros cinco céntimos para que consiguiera así su golosina. Con las dos monedas en el bolsillo, el niño regresó de nuevo a comprar su chuche. La señora del quiosquero, pues ahora estaban los dos en el quiosco, se la dispensó con una sonrisa.
Durante meses se repitió la rutina. Un día, Pablito llegó al quiosco, pagó su chupachups pero no recibió nada a cambio. - - Lo siento, son los recortes – dijo la quiosquera.
Pablito se quejó amargamente, al fin y al cabo, si no iban a darle el chupachups, al menos que no se lo cobraran.
Y a la vista de todo esto, no puedo evitar preguntarme: ¿por qué y para qué seguimos pagando impuestos?
Olvidadlo, el para qué, lo tengo claro, hay mucho parásito que mantener.
El por qué, es lo que no acabo de ver. Puestos a no tener una sanidad, educación, pensiones, etc… decentes, al menos que no me detraigan ese dinero de la nómina y me dejen gestionármelo a mí… ah no, que entonces el estado no podría alimentarse a costa de las migajas que sobran de gestionar la tarta de los impuestos…
Ya, pero es que resulta que las migajas se han comido la tarta...