El cielo está gris

Publicado el 10 octubre 2016 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

A veces miro mis manos y me doy cuenta de que podría haber sido un gran pianista o algo así. Pero, ¿qué han hecho mis manos? Rascarme las pelotas, firmar cheques, atar zapatos, tirar de la cadena de los inodoros, etcétera. He desaprovechado mis manos. Y mi mente.

Pulpde Charles Bukowski

No sé por qué me levanto.

El cielo está gris.

Los perros no tienen ganas de moverse de la habitación.

Los clientes no me pagan. O me pagan, tarde, y de malas maneras. Como haciéndome un favor, tras gastar el poco dinero que entra en casa en burofaxes, y en correos electrónicos, y en tiempo. Lo último pica más que lo primero.

Tampoco me apasiona mi trabajo como antes. ¿Lo hizo alguna vez? Ya hace un par de años de todo aquello; de que percibiese un cambio, y enmudeciese. Hoy, las cosas van bien, pero la chispa que hubo, terminó por desaparecer.

Sí, ya sé que he dicho que los clientes no pagan, pero exagero; siempre exagero. Claro que pagan, los clientes siempre pagan: por eso son clientes; pagan tarde, y mal, y se necesita más que eso para mover el culo a una mesa de oficina durante treinta y cinco años más.

No importa. Yo quería escribir libros, no artículos sobre belleza, negocios o comida enlatada. Solo era el homólogo a trabajar como mozo de almacén sin romperme demasiado las pelotas, de reconducir una carrera hacia lo más cerca del statu quo como fuera posible en este país de autónomos cobardes, inseguros, imbéciles y explotados, como yo. Y, poco a poco, renuncié; renuncié a ese pago por viajar al espacio exterior, [por] hacer experimentos con químicos y fórmulas, [por] curar animales o personas, [o] escribir historias que anhelamos que sean verídicas, pintar, dibujar. Por crecer; cuando crecer significa olvidarte de lo que soñabas.

Y un día también recordé todo esto: a todos nos lleva un tiempo. Antes de escribir esas líneas, Bukowski estuvo quince años repartiendo cartas; Palahniuk limpiaba los restos de comida que le daba la gente con suficiente dinero para comprar su tiempo en un restaurante; ¿y Kurt Vonnegut? Kurt Vonnegut vendía coches Saab. Ni Mercedes, ni Opel, ni Ford siquiera: Saab. Hechos con las sobras de aviones suecos.

Después, todo es más sencillo.

El cielo está gris. Pero qué coño: el cielo siempre está gris en un momento u otro. Hasta que se largan las nubes, hasta que clarea, o sale un sol de mil demonios, y puedes salir a trabajar con las manos, a pasear a los perros, o a mirar a las chicas jóvenes y contagiarte, por un instante, de cierta inocencia que nunca dura.

Y detrás quedan las frases motivacionales para los lunes, y la seguridad económica, y lo que se tiene que hacer; yo prefiero llenar mi espíritu, y ser optimista mientras quede algo de dinero en el banco. Al fin y al cabo, ya está ahí: de un modo u otro, ya te lo han robado para traficar con armas, subir el precio del barril de petróleo o joder un poco más el mundo, y esa certeza siempre tranquiliza.

¿El siguiente paso? Eso es lo difícil: saltar de la palabra a la acción. Pero, por otra parte, solo se trata de poner un pie delante del otro. Cuando te quieres dar cuenta, ya has empezado a andar de nuevo, ¿y para qué mirar atrás? Los almacenes, el servicio postal y los platos sucios van a seguir ahí si nos jode la literatura.