Esta película dirigida por John Huston en el año 1957 e interpretada por Deborah Kerr y Robert Mitchum es una historia entre un soldado y una monja en una isla del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. La relación de los personajes está tratada con gran sensibilidad y respeto hacia los dos mundos de donde provienen cada uno de ellos, un soldado de infanteria de marina y una novicia católica. La afectividad que se va creando entre este hombre y esta mujer contiene una carga emotiva atrincherada diríamos por las reglas a las que se ven sometidos en sus contextos de origen. La isla como territorio de encuentro de dos vidas unidas por un conflicto bélico pero a su vez un espacio de reconocimiento de dos seres solitarios con disciplinas similares y faltos del otro sexo como origen o retorno al paraiso, cuando él le dice a ella que son como Adán y Eva porque en ese lugar no tiene sentido la milicia ni las oraciones, sólo vivir.
La aparición de los japoneses en la isla y su ocupación durante un tiempo hará que aflore en él el instinto de protección hacia ella y de guerrero en defensa del territorio, asumiendo riesgos ante el enemigo. Ella está atrapada en sus propios códigos aunque en algún momento no puede ocultar un sentimiento mezcla de ternura y pasión contenida que él le despierta.
Quién sabe si esta historia escrita en el presente hubiera cambiado el destino de uno y otro. Robert Mitchum me ha ganado en este personaje, era un actor que no acababa de encajar en mis admirados de los de siempre. Deborah, aquí sigue siendo la actriz de escuadra y cartabón sin desbordar los excesos, su falsa frialdad que te conmueve como las estatuas griegas.
El cielo fue testigo. Director John Huston. 1967. Con Deborah Kerr y Robert Mitchum