sobre el que todavía reverberan
tus pasos descaminándose
tacones de aguja horadando
mi corazón
—de este suelo, decía—
somos todos indolentes prisioneros
propiedad privada del asfalto
con síndrome de Estocolmo a plazos
remedo invertido de la imagen de los charcos
sería fácil echar la culpa a bellas trapecistas
ahora que nadie nos mira a los ojos
desde arriba
ahora que nada nos reconforta
si al alzar la vista hallamos vacío incluso
el cielo sobre Berlín.