El cine de la gran ilusión

Publicado el 20 junio 2016 por Elarien
Seguía sentado en una de aquellas viejas butacas, con el cuerpo hundido en el terciopelo rojo de la tapicería. Mantenía los ojos fijos en la pantalla. Hacía tiempo que no se proyectaba ninguna película sobre la superficie blanca, pero eso no le importaba. A él le bastaba con mirar la tela para rememorar, una vez tras otra, todas las historias.
No eran solo recuerdos. El cine era su esencia. ¿Cuántas veces no habría cruzado su puerta? No la del vestíbulo de la entrada, no, esa nunca la había franqueado, sino el portal de ese otro mundo, el lugar más allá de las imágenes. Ese era su hogar, por mucho que se esforzase, no era capaz de recordar otro pasado. Quizá nunca había existido, quizá fuera así desde el principio.
Oyó el sonido del proyector al calentarse. La función de la tarde, de todas las tardes, estaba a punto de comenzar. La taquilla estaba cerrada, como siempre. Se trataba de un pase especial, sin entradas. El telón cayó sobre la pantalla y la luz del reflector inundó el patio de butacas. Sobre cada asiento, reposaba un fragmento de celuloide, secciones de películas que nunca vieron la luz hasta ese momento. Bajo la iluminación de los focos, los fotogramas recuperaron su vida perdida. El cine se llenó de voces, de personajes, aunque aquello apenas duró unos instantes, los de la sorpresa inicial. Algunos hacían preguntas y, al conocer las respuestas, las figuras no tardaron en agolparse en la puerta. Todos deseaban escapar de aquel olvido. No sabían que, al otro lado, la magia no existía. Nunca intentó retenerlos, con el tiempo se había acostumbrado a las despedidas. Sin embargo, cada tarde sentía nacer en él la esperanza, ¿y ella?...¿volvería a verla?
Recogió los trozos de celuloide desperdigados, quemados por la intensidad de la luz. Las ilusiones dejan de ser tales cuando se convierten en realidad, pensó. Sin embargo, ella no, ella aún era una ilusión. Al verla supo que pertenecía al cine, a los sueños, su aparición en la sala se le antojó un error. Deseó disuadirla, tuvo que luchar contra sí mismo para contenerse y dejar que escogiera, aunque se equivocara. Aquella fue la única ocasión en la que se asomó al exterior. La siguió con la mirada desde el umbral, sin abandonar el edificio, no podía alejarse más. Notó la niebla fría a su espalda, la bruma que envolvería todo si él se marchaba. Un escalofrío le estremeció. ¿Qué pasaría con aquel local sin su presencia? Si se desvanecía, sería el final de un sueño. La miró por última vez. ¡Vuelve!, le pidió. No fue más que un susurro pero supo que el silencio había guardado su voz y que, ahora, formaba parte de su sonido, del eco y del murmullo del viento en calma. Se hurgó en los bolsillos y sacó un trozo de entrada. Serviría. La prendió con cuidado en el mostrador de la taquilla. Eso le permitiría el acceso, no solo a ella pero... ¡ojalá fuera ella! Fue incapaz de tirar el fragmento velado, lo conservó como un talismán.
Al terminar la representación, entró en la sala de proyección. Revisó los viejos trozos de película almacenados en el cajón: trozos de enlace, recortes de edición, o incluso algún resto de censura, pruebas fallidas. Como todas las noches, estudió las cintas sin encontrarla. ¿Quién sabe?, tal vez surgiera en un segundo plano. Cortó un fotograma de cada extremo para dejarlo en las butacas y se recostó en la suya, al fondo de la sala, con los ojos cerrados, sin perder de vista la entrada, ni la pantalla.
No soñaba, vivía en los sueños, su vida era uno de ellos. Notó cómo se perfilaba el contorno de una mancha borrosa y oscura detrás de los párpados pero no se atrevió a abrir los ojos, tenía miedo de que no estuviera. La sombra paso a su lado y descendió por el pasillo, hacia el escenario. Esta vez la seguiría, no permitiría que desapareciera. Subió las escaleras. Se había detenido delante de la pantalla, con los ojos clavados en la tela, sin tocarla. Se acercó y le cogió la mano. No miró atrás. Esta vez no habría despedidas. Era hora de regresar.