El cine, el tren y la vida, de Juan Roures

Publicado el 11 febrero 2013 por Mike_lee
Como firma invitada, hoy contamos con la colaboración de Juan Roures, guionista y autor del refrescante  blog La estación del fotograma perdido, que irrumpió con fuerza en la blogosfera hace relativamente poco tiempo. En él, Juan nos propone un viaje a través de distintos aspectos del cine, desde el maquillaje a aproximaciones al trabajo de directores concretos, con lo que se trata de un espacio del que siempre saldremos con alguna nueva recomendación que ver, contagiados por la pasión por el cine que transmite su autor. En su artículo para el aniversario de este blog comprobaremos lo intenso que puede llegar a ser el vínculo entre el tren y el séptimo arte. ¡Disfrutadlo!

Un paisaje. Una locomotora. El humo. La cámara de cine. Desde sus inicios, el tren y el cine han estado ligados de un modo tan práctico como poético. Los trenes unen personas, unen lugares… unen personas a esos lugares. Y ¿no es eso lo que hace el cine? Ay, el cine; el cine nos une a lugares que nunca imaginamos explorar; nos adentra en la mente de personas a las que nunca esperamos comprender; nos hace soñar, a veces sin darnos cuenta.Pocas creaciones del hombre han resistido el paso del tiempo como lo ha hecho el tren. La silueta de la primera locomotora, datada en 1814 como producto de la revolución industrial, impactó en su momento y sigue haciéndolo 200 años después. De todas las aportaciones del hombre a este mundo, el tren es la que mejor se integra con la naturaleza, la más bella y poética. Muchos me llevarán la contraria en esto, pero siento que el arte que mejor se integra con la vida, por su manera de reflejarla y transmitirla, es el cine.Cuando en 1895 los hermanos Lumière presentaron la primera proyección cinematográfica de la historia, el público se asustó ante un tren que se acercaba a la pantalla; parecía que saldría de ella y arrollaría a los espectadores. Meteros en la mente de alguien que nunca ha visto una grabación de la realidad y dejará de parecer ridículo. Se trataba de Llegada del tren a la estación de la Ciotat, un cortometraje sin narrativa alguna de un minuto de duración que no mostraba más que lo anunciado por su título. Lo que empezó como una técnica abstracta, se convirtió en muy poco tiempo en un arte muy elaborado. En 1903, Edwin S. Porter demostró que el montaje es la auténtica esencia del cine, la forma de hacer encajar todas las piezas, con Asalto y robo de un tren. Sí, otro tren.Desde sus inicios, ha habido una conexión especial entre el cine y el tren, convertido en el transporte más cinematográfico, quizá debido a que la vista desde un tren es muy similar a una panorámica de cine. “¡El paisaje pasa volando!”, exclama la criatura mitológica Coo al asomarse por la ventana de un tren por primera vez en su vida en El verano de Coo (Hara, 2007). Los raíles evitan movimientos bruscos y permiten disfrutar del paisaje en paz. Sobre raíles se coloca también el traveling, una de las técnicas cinematográficas más empleadas, que consiste en colocar la cámara sobre raíles para facilitar su movimiento y obtener planos imposibles.Un viaje en tren no es un simple desplazamiento de un lugar a otro, sino que suele convertirse en parte de la aventura. Un tren permite dormir, charlar y contemplar el paisaje. Lo importante no es la meta, sino lo que nos lleva a ella. Sencillos viajes en tren son la causa de toda la acción de míticos films como Extraños en un tren (Hitchcock, 1951), donde dos asesinos intercambian víctimas para evitar sospechas, u Olvídate de mí (Gondry, 2004), donde una extraña pareja se conoce por primera vez… ¿o se conocían de antes? En Kiseki (milagro) (Kore-eda, 2011) se dice que los sueños de quien contemple dos trenes cruzarse se harán realidad; y hay una serie de niños dispuesta a comprobarlo.Marilyn Monroe y una decena de chicas en camisón se acumula en una única litera ante un inolvidable travestido Jack Lemmon en el tren de Con faldas y a lo loco (Wilder, 1959). Tiempo antes, los geniales Buster Keaton y los Hermanos Marx ya habían sacado partido cómico de este medio de transporte en sus respectivas El maquinista de la General (Keaton y Bruckman, 1926) y Los hermanos Marx en el oeste (Buzzell, 1940).¿Qué mejor símbolo del viaje que el tren? El expreso de Shanghai (Sternberg, 1932), La vuelta al mundo en 80 días(Anderson, 1956), Pasaje a la India(Lean, 1982) y Viaje a Darjeeling(Anderson, 2007) nos adentran en lugares inexplorados llenos de misticismo. El tren incluso conecta la realidad y la fantasía: el expreso de Hogwarts une los dos mundos de Harry Potter y la piedra filosofal (Columbus, 2001): aburrido y gris el primero, emocionante y mágico el segundo, mientras que el Polar Express (Zemeckis, 2004) nos adentra en el mismísimo corazón de la Navidad. Con el cine podemos conectar nuestro aburrido mundo al que queramos y dejarnos llevar a través de nuevos horizontes.Los trenes deben ser saboteados en El tren (Frankenheimer, 1964), El puente sobre el río Kwai (Lean, 1956) y Europa (Trier, 1991), en las que se convierten en un personaje más, pero suelen suponen la conexión de personas a lugares amados o que, sencillamente, despiertan un poderoso sentimiento de nostalgia, como en el caso de Volver a empezar(Cuerda, 1982). En Japón, donde la modernización hace peligrar la vida familiar tradicional, el tren supone a menudo el único modo de comunicación entre padres e hijos, entre lo viejo y lo nuevo, entre la tradición y la modernidad, como muestran las maravillosas Cuentos de Tokyo (Ozu, 1953), Café Lumière(Hou, 2004) y Still walking(Kore-eda, 2008). El tren es símbolo de la sociedad moderna, en la que las ajetreadas vidas de la gente no dejan fijarse en las de los demás; en la que cada uno viaja por su carril sin salirse de él.El tren simboliza un viaje. ¿Y qué es el cine sino un viaje inolvidable al corazón de sus personajes y la emoción de sus historias? Cada estación supone el comienzo de viajes, de miles –millones– de historias. En la Estación central de Brasil (Salles, 1998), una mujer decide hacerse cargo de un huérfano que dará sentido a su vida; en otras estaciones, surgen historias de amor por pura casualidad, como muestran Breve encuentro(Lean, 1945) y Antes del amanecer(Linklater, 1995). Pero el andén más recordado será siempre el 9 ¾, al que sólo se puede acceder corriendo con decisión contra el muro situado entre los andenes 9 y 10, confiando, eso sí, en que la entrada no esté cerrada como les ocurrió a Harry y Ron en Harry Potter y la cámara de los secretos (Columbus, 2002). Una estación de tren es compleja como la vida misma. Algunos trenes llegan antes de su hora y otros llegan demasiado tarde. Cada persona llega, espera y sube a un tren repleto de personas a las que únicamente une el trayecto a realizar; o eso es lo que creen. Quien lo toma por primera vez, deambula perdido en busca de alguna señal, pero para la mayoría ya es una rutina. Y, con la llegada de cada tren, nuevas vidas aparecen en la estación por primera vez y otras la abandonan para nunca regresar. La invención de Hugo (Scorsese, 2011) entrelaza la vida de un huérfano en una estación de tren con la del viejo cineasta George Méliès para unir una vez más el cine, el tren y la vida. La vida es un ir y venir de trenes. Nuestra es la decisión de cuáles tomar. O, lo que es más importante, de cuáles dejar pasar.