Felt. (by Nino)
La película Felt es una prueba ficticia de este enorme problema, que aparece en la realidad y se refleja a veces en el mundo cinematográfico como una pesadilla existencial, en la que su protagonista diseña su propio universo cerrado por experiencias lacerantes, o cargado de deseos de aniquilación y exterminio de un poder, ya no tan material o político, sino del machismo.
Felt es uno de los filmes más perturbadores que he podido visionar en los últimos tiempos, referente de otras incursiones macabras y violentas que empezaron hace ya bastantes años atrás, desde que el director japonés Nagisa Oshima coqueteara con el placer y el dolor, deseo y violencia en el Imperio de Sentidos de una sociedad oriental de otra época. O Michael Haneke disfrutara haciéndonos sentir sucios, como monstruos ante la destrucción social, lucha de géneros desquiciados, mácabros como la odisesa de una joven caperucita tras el lobo que frustra sus oportunidades de crecimiento.
Porque en Felt, el amor se juega en liga ajustada como malla de lycra, con accesorios revolucionarios, donde la habitación se convierte en una prisión por la que asoman los monstruos y crecen hasta covertirse en una visión natural. Aquí, también juega la actriz Amy Everson, que borda un papel desequilibrado con la racionalidad feminista destructiva a flor de piel de fieltro, enfundada como insecto en carcasa que va quedando gastada tras una piel de tul con resentimiento. De pies a cabeza, disfrazada de vengadora fémina como un complicado puzzle sentimental interior, coronado por el miembro más singular y diferente a su condición. Nunca el don de la masculinidad fue tan inutilizado por una joven (siquiera la pequeña Ellen Page), pues los genes no repartieron esos músculos deseados o repudiados, con afinidad hacia otras mujeres que fueron castigadas por ellos.
Además del sexo, Felt también encaja con una apreciación de la imaginación o actividad artística, el underground. La confusión mental de la joven se reproduce en la pantalla a través de su capacidad inventiva, un diseño que viene avalado por la capacidad multifuncional de su protagonista, creando con las palabra (pues suyo es también el guion) una imagen distópica y onírica. La actriz Amy Everson, bucea con el diseño en la confusión mental hacia visiones más desconcertantes, una especie de fiebre o malestar que aumenta según avanza esta difícil historia alejada del público general. Claro, el filme de Jason Barker (producción de Amplifie Releasing y presentada en el festival AFI con alguna nominación para su protagonista) no es recomendado para todas las edades ni condiciones mentales.
Hombre tratado como un objeto pecaminoso (merecida represalia o no, de hechos actuales) pareciera, por descontado, culpable de esta situación, aunque se trate de un chico apartado de crímenes y posiciones radicalizadas, la violencia de género inaceptable. Pero Felt, trastorna la visión femenina con justificación de más violencia ante la mentira, de manera cruda como obra de arte y transformación, por un paraíso en que Adán y Eva, se muestran desnudos y entregan al intercambio de papeles del sacrificio, y el resultado de aquella fruta prohibida es dominación, celos, y en última oportunidad, la venganza.
Siempre frente al espejo, su protagonista femenina utiliza la creatividad y una especial estética como garantía de una historia extraña en el aspecto visual, pero atractiva en apuntados aspectos metafísicos o religiosos, retrata la evolución de una enfermedad disociativa que va en aumento. Esperemos que no, hasta el nivel que se alcanza en Felt por el bien de las relaciones y el actor Kentucker Audley (V/H/S) que ofrece una compacta réplica a la protagonista principal.
El filme se adentra en la representación escatológica, como una ojeada al catálogo de otras venganzas en pantalla grande, pero reservando una parte a la esencia artística, casi onírica, que muta en enfermedad mental por culpa de la exagerada relación romántica, tan inesperada ya como la realidad de un telediario, ante la soledad del espectador al otro lado.
Luego, Eva busca su paraíso perdido intercambiando roles con un poder que denominan establecido, y una misión en su turbia mirada... que el hombre caiga en la tentación primero, no por castigo divino, sino porque la mujer disfraza su debilidad aparente y desarrolla el paradigma criminal a través de su propia indignación histórica. La joven, aunque se queme, agarra la sartén por el mango con fuerza, con ambas manos y algo más.
Por consiguiente en esta exhibición emocional que bucea en el radicalismo, existe un hombre convertido en presa, que no aconseja demasiado un visionado inexperto de jóvenes desorientados, llevando la represión a un término cuestionable, dramático.
Y también, para aquellos que sean más impresionables con cuestiones relacionadas con la patología mental o que hiera su sensibilidad personal ante el impacto esencial de los fluidos corporales.
Nino Martínez @cinecomiowall