Usted podría decir que me estoy adelantando. Môj pes Killer (Eslovaquia-República Checa, 2013), segundo largometraje de la cineasta eslovaca Mira Fornay (opera prima no vista por mí Little Foxes/2009) apenas se presentó en enero de este año en Rotterdam 2013 -en donde ganó, por cierto, el Tiger Award, uno de los premios centrales del festival- y su estreno comercial en Eslovaquia fue hace unas semanas, el 11 de abril. Es decir, ¿por qué agregar a "el cine que no vimos" una película que apenas está teniendo su corrida comercial en su país de origen? Muy fácil: porque triple contra sencillo que Môj pes Killer (My Dog Killer, título internacional) no se estrenará nunca en México y si acaso la llegamos a ver, será en la Cineteca Nacional (en un Foro, en una Muestra) o en algún festival nacional ad-hoc. Esto es, para variar, una pena. El segundo largometraje de Fornay es un sólido drama social que sostiene la tensión dramática hasta su abrupto final de guillotina sin renunciar, eso sí, a los tics estilísticos de cierto cine festivalero contemporáneo: tracking shots en los que vemos solamente la nuca de los personajes, tomas extendidas más allá de lo que parece necesario, combinación de actores profesionales y no profesionales para darle mayor autenticidad a la historia, eliminación de música no diegética. Sin embargo, hay que aceptar que, por lo menos en esta ocasión, la puesta en imágenes elegida encaja muy bien con la historia, escrita por la propia cineasta. Estamos en algún pueblito eslovaco. Marek (Adam Mihál) es un adolescente silencioso, skin-head y neo-nazi que tiene que buscar a su mamá (Irena Bendová), quien vive en otro pueblo macuarro muy cercano. Marek no le hace gracia buscar a su mamá -ni tampoco ella se muestra particularmente feliz de ver a su hijo- pero él necesita la firma de ella para poder vender cierta propiedad familiar y así salvar el viñedo con el que sobrevive su solitario padre alcohólico (Marián Kuruc). En la medida que avanza la cinta, nos damos cuenta de la difícil situación familiar: la madre abandonó hijo y esposo para huir con un gitano y ahora tiene un ingobernable hijo moreno, Lukas (Libor Filo), que es discriminado de manera abierta en todas partes ("No se permiten romaníes" -gitanos, pues-, dice un letrero a la entrada de un restaurante). Por supuesto, ser un supremacista eslovaco y tener un medio hermano romaní no es el estado ideal para Marek quien, uno intuye, convive con esos neo-nazis porque no hay nada mejor qué hacer en ese pueblito de marras. Además de entrenar a su feroz bull-terrier llamado Killer. En la última parte de la película, Marek toma una serie de decisiones que no se explican, pero que son explicables. Es decir, no se dice expresamente por qué Marek hace lo que hace, pero es entendible -aunque nunca justificable- cada decisión que toma. En esta última media hora del filme, el Killer del título juega un papel central: el temible chucho es un animal entrenado para matar y, al mismo tiempo, él es el más inocente de todos. La imagen final de la película es el resumen perfecto de la propia cinta: Marek sigue entrenando a Killer para que gruña, salte y muerda porque eso es lo que sabe hacer. El perro. Y Marek también.
Usted podría decir que me estoy adelantando. Môj pes Killer (Eslovaquia-República Checa, 2013), segundo largometraje de la cineasta eslovaca Mira Fornay (opera prima no vista por mí Little Foxes/2009) apenas se presentó en enero de este año en Rotterdam 2013 -en donde ganó, por cierto, el Tiger Award, uno de los premios centrales del festival- y su estreno comercial en Eslovaquia fue hace unas semanas, el 11 de abril. Es decir, ¿por qué agregar a "el cine que no vimos" una película que apenas está teniendo su corrida comercial en su país de origen? Muy fácil: porque triple contra sencillo que Môj pes Killer (My Dog Killer, título internacional) no se estrenará nunca en México y si acaso la llegamos a ver, será en la Cineteca Nacional (en un Foro, en una Muestra) o en algún festival nacional ad-hoc. Esto es, para variar, una pena. El segundo largometraje de Fornay es un sólido drama social que sostiene la tensión dramática hasta su abrupto final de guillotina sin renunciar, eso sí, a los tics estilísticos de cierto cine festivalero contemporáneo: tracking shots en los que vemos solamente la nuca de los personajes, tomas extendidas más allá de lo que parece necesario, combinación de actores profesionales y no profesionales para darle mayor autenticidad a la historia, eliminación de música no diegética. Sin embargo, hay que aceptar que, por lo menos en esta ocasión, la puesta en imágenes elegida encaja muy bien con la historia, escrita por la propia cineasta. Estamos en algún pueblito eslovaco. Marek (Adam Mihál) es un adolescente silencioso, skin-head y neo-nazi que tiene que buscar a su mamá (Irena Bendová), quien vive en otro pueblo macuarro muy cercano. Marek no le hace gracia buscar a su mamá -ni tampoco ella se muestra particularmente feliz de ver a su hijo- pero él necesita la firma de ella para poder vender cierta propiedad familiar y así salvar el viñedo con el que sobrevive su solitario padre alcohólico (Marián Kuruc). En la medida que avanza la cinta, nos damos cuenta de la difícil situación familiar: la madre abandonó hijo y esposo para huir con un gitano y ahora tiene un ingobernable hijo moreno, Lukas (Libor Filo), que es discriminado de manera abierta en todas partes ("No se permiten romaníes" -gitanos, pues-, dice un letrero a la entrada de un restaurante). Por supuesto, ser un supremacista eslovaco y tener un medio hermano romaní no es el estado ideal para Marek quien, uno intuye, convive con esos neo-nazis porque no hay nada mejor qué hacer en ese pueblito de marras. Además de entrenar a su feroz bull-terrier llamado Killer. En la última parte de la película, Marek toma una serie de decisiones que no se explican, pero que son explicables. Es decir, no se dice expresamente por qué Marek hace lo que hace, pero es entendible -aunque nunca justificable- cada decisión que toma. En esta última media hora del filme, el Killer del título juega un papel central: el temible chucho es un animal entrenado para matar y, al mismo tiempo, él es el más inocente de todos. La imagen final de la película es el resumen perfecto de la propia cinta: Marek sigue entrenando a Killer para que gruña, salte y muerda porque eso es lo que sabe hacer. El perro. Y Marek también.