El Cine que No Vimos/LIII

Publicado el 22 junio 2013 por Diezmartinez

Exhibida en México en Riviera Maya 2013, Lore (Ídem, Alemania-Australia-GB, 2012), segundo largometraje de la cineasta australiana Cate Shortland (alabada opera prima Somersault/2004 que, shame-on-me, no he visto), ha llegado finalmente a BD/DVD, el formato que, crecientemente, se vuelve la manera más común -en algunos lugares de este país, casi la única- de ver buen cine. Berlín, abril-mayo de 1945. La derrota alemana es completa y la Lore del título (Saskia Rosendahl) apenas puede entender lo que está pasando. Su papá, oficial de las SS (Hans Jochen-Wagner), desaparece del mapa para luego ser detenido como criminal del guerra mientras que la mamá (Ursina Lardi) tiene que irse voluntariamente a "un campo, no una prisión", si no quiere que los aliados se la lleven a la fuerza. Lore, que no tiene más allá de unos 15 ó 16 años de edad, se queda con la responsabilidad de navegar a sus cuatro hermanos menores -uno de ellos un bebé- y de llevarlos, sanos y salvos, de la casa de campo donde se han refugiado, hasta Hamburgo, en donde vive la abuela materna. La señorita Rosendahl (guapa, altiva, aria) parece haber salido de alguna foto de propaganda en las que el Führer aparecía saludando a sonrientes muchachas rubias de las Juventudes Hitlerianas. Sin embargo, más allá del tipo perfecto para el papel, Rosendahl encarna en toda su complejidad las fases emocionales por que la tiene que pasar su personaje. Al iniciar la huida, la muchacha, nazi ferviente, cree aún que la victoria alemana está cerca, no puede aceptar que las fotos de los campos de exterminio que pegan en la pared los aliados sean verdaderas y presencia el llanto desolador de su madre cuando se enteran del suicido de Hitler.  En esta road-movie a pata por la campiña alemana ocupada por las fuerzas aliadas, Lore y sus hermanitos presenciarán las imágenes de un país devastado por la derrota -no hay nada qué comer, la rapiña y el crimen reinan en todas partes-, humillado en su orgullo y convicciones -todo mundo está quemando fotos e información comprometedoras-, e incrédulo ante el genocidio cometido por su amado Führer -alguien afirma que los judíos retratados en los campos de exterminio son actores, una anciana solitaria murmura frente al retrato de Hitler: "Le rompimos el corazón a él, que nos amaba tanto"-. En el camino, Lore encontrará su único apoyo con otro joven refugiado, Thomas (Kai Malina), cuyos papeles que lo identifican como judío son el mejor pasaporte para no ser molestado por las fuerzas de ocupación.  Despreocúpese: Lore no es un melodrama romántico en el que una atractiva jovencita nazi entenderá que ha estado equivocada todo el tiempo gracias al amor de un muchacho al que desprecia al llamarlo "sucio judío". El escenario planteado en el guión escrito por la directora Shortland -en colaboración con Robin Mukherkee- no da tiempo ni oportunidad para esta clase de devaneos. El objetivo -de Lore, de Thomas, de todos quienes los rodean- es sobrevivir y nada más. Las acciones que vemos en pantalla, especialmente al inicio, chocan con la lírica puesta en imágenes del cinefotógrafo Adam Arkapaw. La campiña alemana se ve -se siente incluso- bellísima, por lo que toda la muerte, toda la destrucción, todo el horror con el que se topan nuestros personajes, resulta aún más contrastante. Los bosques que atraviesan estos jovencitos son como de un torcido cuento de hadas en el que la maldad aceña detrás de cada árbol, a la orilla del camino, en alguna idílica ribera.  La cámara de Arkapaw, siempre muy cerca de Lore, no pierde detalle alguno de su confusión, de su desconcierto. Se suponía que esto no iba a pasar, que esto no iba a suceder, que el triunfo estaba cerca, que el Führer tenía razón. Hacia el desenlace, cuando han llegado a la casa de la abuela -no todos a salvo, no todos sanos-, es claro que Lore ha empezado a entender lo que ha vivido y de lo que ha formado parte. Su ira estalla. Contra su mundo, contra ella misma, contra lo único que le queda de su lujosa casa berlinesa. El pasado está hecho añicos. Y esos pedazos no podrán ser nunca olvidados.