Expurgada la serie de la segunda novela ubicada en 1977 -por lo tanto, The Red Riding se convertiría en trilogía y no tetralogía-, esta odisea entre el crimen y la corrupción inglesas inicia con Red Riding: In the Year of Our Lord 1974 (GB, 2009). El joven periodista del Yorkshire Post Eddie Dunford (Andrew Garfield antes de su consagración hollywoodense), tan idealista como conflictivo, investiga la violación y asesinato de varias niñas que han sucedido en la región. Muy pronto, Dunford -que, como buen héroe de film noir, no puede mantener sus bragueta arriba- se involucrará sentimentalmente con la deprimida madre (irreconocible Rebecca Hall) de una de las niñas asesinadas que, a su vez, es amante del poderoso nuevo rico John Dawson (Sean Bean), hacia quien apuntan todas las sospechas. Por supuesto, Dawson tiene mucho dinero, muchas influencias y muchos amigos entre la policía de Yorkshire como para dejar que un pobre diablo como Dunford lo inquiete demasiado.
En Red Riding: In the Year of Our Lord 1980 (GB, 2009), el celebérrimo "Destripador de Yorkshire" anda suelto y la policía, acostumbrada a no investigar sino a colgarle muertitos a quien se deje, está atada de manos. Entra a escena el obsesivo y honesto policía Peter Hunter (Paddy Considine), enviado desde afuera para dirigir las investigaciones del Destripador y, de pasada, averiguar qué demontres pasa con la policía de Yorkshire. Pero "en el norte", Hunter estará perdido. Sí, es cierto, logran capturar al Destripador, pero hay gente más peligrosa libre y así seguirá porque en Yorkshire los que tienen la sartén por el mango "hacemos lo que queremos".
En el último filme/episodio, Red Riding: In the Year of Our Lord 1983 (GB, 1983), llega finalmente la hora de la redención. El corrupto policía Maurice Jobson (moroso David Morrissey) ha tenido suficiente y ya no aguanta más. Mientras tanto, un fracasado abogado de segunda, John Piggott (Mark Addy), es casi obligado a defender a un pobre tipo con retraso mental (Daniel Mays) acusado de haber cometido los asesinatos de las niñas que vimos en el primer capítulo. Nosotros tenemos claro que es inocente y todos los que lo rodean también: además, los asesinatos de niñas han iniciado de nuevo.Varios han mencionado Chinatown (Polanski, 1974) como una clara influencia en los guiones de Tony Grisoni y en la brillante ejecución de los tres cineastas que dirigieron cada uno de los filmes/episodios. En efecto, hay algo de ello: la visión de las tres cintas es oscura, pesimista, cerrada. Las débiles fuerzas del bien serán una y otra vez vencidas -por lo menos hasta el final, en el que los momios cambian- por una corrupción atávica en la que participan, de una u otra manera, tanto las víctimas como los victimarios. La podredumbre social se sostiene desde arriba, desde el poder que da el dinero, pero sus bases están en la policía, en la prensa y en la sociedad misma: en ese vecino que no sabemos -ni queremos saber- qué hace cuando se refugia en aquella cabaña tan acogedora. Y cuando pasa algo, lo mejor es olvidarlo. Ya sólo falta que alguien murmure: "olvídalo Jake, es Chinatown... digo, Yorkshire"No he leído la tetralogía de Peace -ah, pero ahí está el Kindle que no se raja-, pero ante los resultados vistos en la pantalla, The Red Riding Trilogy me ha parecido una experiencia tan demandante como frustrante. La manera en la que Grisoni enlazó los tres filmes, con su intrincado laberinto de personajes, culpas, crímenes, secretos y fracasos, exige un espectador especialmente concentrado -de hecho, le recomiendo que vea los tres episodios en un periodo corto de tiempo; si no, es probable que se pierda. Y, al mismo tiempo, uno siente que estas historias gritaban por un tratamiento más exhaustivo: una miniserie de muchos más episodios y hasta, ¿por qué no?, varias temporadas. De hecho, por la manera en la que está estructurada y por la forma en que algunos personajes aparecen/desaparecen de un filme a otro -Jacobson, muy secundario en los dos primeros filmes, se convierten en el protagonista en el desenlace-, The Red Riding Trilogy me hizo recordar esa obra maestra americana llamada The Wire. Y aquí lo dejo porque, la verdad, no tengo un mejor elogio que comparar esta trilogía con The Wire.