Basado en hechos semireales
Septiembre, 1992
–Espera, la última y nos vamos –me dijo Pepe, que seguía con ganas de fiesta a pesar de haber tomado unos cuantos cubatas en su pub.
–Vale, yo no tengo prisa en irme a dormir, ¡otra ronda! –Era el tercer cubata de la noche, aunque yo soy muy de gintonics aquel día me dio por el roncola.
Aquella discoteca era de mucho meneíto y poco rock, deje a Pepe y su fútbol con sus amigos y mi cubata y yo nos sentamos para charlar con las chicas, a las que hacía tiempo que no veía. Media hora más tarde, Pepe dormitaba en una esquina y yo tenía el vaso vacío. Salimos de allí los dos solos, con ganas de pillar la cama… y dormir. A pesar de estar casi a las afueras del pueblo decidimos regresar andando, hacía buen tiempo y caminar nos vendría bien para no acostarnos sin digerir la última copa.
–Esta noche estás más guapa que nunca. ¡Qué ojos más grandes tienes! El rojo de tu vestido te sienta fenomenal…¡¿pero qué coj…?!
–¡¡Pepe!! ¿Tú también lo estás viendo? ¿Ves el círculo con las luces?
Ni el olor a plástico quemado que emitía la fábrica por la que pasábamos nos sacó del trance. Nos habíamos quedado petrificados, no podíamos movernos. Los dos con el cuello completamente estirado y mirando hacia arriba. Hacía mucho tiempo que no veía un cielo tan claro, con todas sus incontables estrellas brillando para nosotros. Pero los que nos tenía absolutamente fascinados era una formación circular enorme que flotaba justo encima de nuestras cabezas y que tenía todo el borde repleto de lucecitas de colores. ¿Un ovni? No lo sé, aquello no hacía ningún ruido y tan rápido como apareció se fue, sin dejar rastro.
Nos costó reponernos pero conseguimos llegar a casa, al día siguiente aquella visión la recordábamos como parte de un sueño por lo que nunca le contamos nada a nadie, no fuera a ser que nos trataran de locos, o borrachos…
Enero, 1998
“¿Mamá, me oyes mejor ahora? Este móvil es muy básico y se me va un poco la cobertura. No sabes lo que me ha pasado… entré al pub, pregunté por Pepe, el encargado, y mientras me entrevistaba me invitó a tomar un café. Yo le estaba explicando mi experiencia como camarero cuando me pidió que le contara cuál era la situación más complicada que me había pasado en el trabajo y cómo lo había solucionado. Le advertí que la anécdota era de otro trabajo en el que no era camarero. El caso es que empecé a contarle sobre aquella noche, cuando trasladaba material en el patio de la fábrica con otro compañero y vimos cómo un círculo de luces se ponía sobre nuestra cabeza. No me dio tiempo a explicarle nada sobre el rayo que iluminó el almacén, ni del fuego, ni del esguince de tobillo de Guille. El hombre se llevó la mano al pecho y empezó a retorcerse en el asiento. Lo cogí y lo subí a urgencias. He salvado a mi nuevo jefe de un infarto, mamá…”
A Macascul Campanero
Este relato ha sido publicado previamente en el blog del colectivo literario Entre Aldonzas y Alonsos