El círculo irrompible: Rebeldes en la ciudad. Un western moral escrito con “b”.

Publicado el 04 marzo 2013 por Esbilla

El western de la década de los 50 es todavía un lugar propicio para el descubrimiento. Todo el cine de bajo presupuesto de la década en general depara casi constantemente pequeños o grandes descubrimientos es cierto, pero en el terreno del western esta extraña fertilidad resulta notable. La razón estriba en la cualidad terminal de los 50, su carácter de fin de una era marcada por la decadencia de un sistema y la inmediata atomización del mismo. De alguna manera el Sistema de Estudios que se disolvía de forma definitiva a mediados de los 50 con ese simbólico gesto de la RKO de vender su fondo a la televisión, contenía a la gran mayoría de la producción USA dentro de una serie de parámetros y marcos que permiten reconstruir desde el presente su funcionamiento.

Hollywood estaba ordenado hasta entonces. Pero con esta quiebra la producción se vuelve selvática, intrincada y difícil de estabular. Las pequeñas productoras independientes primero y la televisión poco después, y luego ambas corrientes funcionado a la vez sobre los restos del antiguo orden que todavía permanece activo aunque bajo mínimos dan como resultado una multiplicación de los enfoques y una efervescencia de la fabricación a pequeña escala.

Esto provocó también la necesidad de los directores acomodados o acostumbrados a funcionar como piezas dentro de un engranaje mayor de moverse por su cuenta para sobrevivir en el negocio. Aunque a la vez también se encontraban de pronto con una libertad creativa de la que muy pocas veces había gozado antes, lo que era un acicate creativo. En esas circunstancias combinadas, las adversas de obligatorio reciclaje y competencia, sumadas a las favorables de la libertad de movimientos los veteranos del oficio sacaron lo mejor de sí en no pocas ocasiones.

Por circunscribirse solo al western, ya que ese es el género al cual pertenece la espléndida Rebeldes en la ciudad y a la categoría de cineastas veteranos, que es donde cuadra Alfred L. Werker, podemos encontrar ejemplos tan rotundos como Filón de plata (Silver Lode, 1954) de Allan Dwan, Pintura de guerra (War Paint, 1953) de Lesley Selander, Una bala sin nombre (No Name on the Bullet, 1959), extraño vehículo para Audie Murphy realizado por Jack Arnold, la extremadamente áspera El día del forajido (Day of the Outlaw, 1959) de Andre de Toth o Six Black Horses del montador y director Harry Keller ya en 1962. Aunque estos son una muestra microscópica de un periodo de suma fertilidad donde se cruzan distintas clases de cineastas que van desde los mencionados a glorias como Sam Fuller, Joseph H. Lewis, Gordon Douglas, Don Siegel, Phil Karlson, George Sherman, John Sturges o los grandísimos Jacques Tourneur y Budd Boetticher quien durante la década rodarán sus formidables ciclos western. Todos ellos y bastantes otros todavía a descubrir con enfoques personales, distintivos, sobre el género y todos desde esos nuevos bordes ampliados del Sistema.

Rebeldes en la ciudad es una producción del inquieto Howard W. Koch a través de su independiente Bel-Air, activa entre el 53 y el 57 y para la cual el mencionado Lesley Selander rodó Pintura de guerra y otro puñado de westerns de presupuesto cada vez más menguado entre los cuales se cuentan The Yellow Tomahawk (1954), Fuerte Yuma (Fort Yuma, 1955), Tomahawk Trail (1957)…

Selander era dentro de la Bel-Air el director principal, ocupándose del resto de las producciones otros artesanos como Reginald LeBorg, Lee Sholem, responsable del interesante thriller Crime against Joe (1956), Allen H. Minner o el propio Koch. Para ellos Werker filmó además del presente western otro cercano al relato de aventuras y particularmente ignoto titulado Canyon Crossroads (1956) que tiene la particularidad de reunir al director y al actor Richard Basehart después del policial Orden: Caza sin cuartel (He Walked by Night, 1948), comenzado (y firmado) por Werker pero rodado en su casi totalidad por el gran Anthony Mann.

No cuesta trabajo, incluso conociendo solo en la superficie la filmografía de Werker dilucidar que, por fuerza, Rebeldes en la ciudad debe de contarse entre sus mejores obras, probablemente la mejor desde la apreciable La aventuras de Sherlock Holmes (The Adventures of Sherlock Holmes) en 1939. Aunque reconozco desconocer otro trabajos suyos de prestigio como Kiddnaped, una adaptación de Stevenson el 39, el melonoir The Shock o el drama racial Lost Boudaries, trabajos ya del 46 y el 49 respectivamente o el atractivo western para Dan Andrews Three hours to kill (1954).

Así la valoración de este film respecto a la obra del cineasta se basa en sensaciones, en un algo intangible que la atraviesa que permite notar que el director está sacando fuera todo lo que sabe para potenciar un material tan esquemático sobre el papel como penetrante en la traslación a la pantalla, a través de la fusión de drama familiar, cierto tratamiento noir y el sabor acre del western psicológico de la década de los 50; aunque en realidad Rebeldes en la ciudad no sea un western psicológico, sino un western moral.

En él un acto de violencia fugaz y fortuito, casi se diría pavloviano, como un reflejo condicionado por la costumbre y la necesidad, desencadena una serie de procesos destructivos donde las decisiones correctas tienen un peso esencial afectando por igual a la familia de la víctima y a la del asesino, minadas y descompuestas desde ese mismo momento. El hecho de que se sitúe poco después del fin de la Guerra Civil y que ambos vértices del drama sean antiguos Nordistas y Sudista amplifica la significación del drama desde lo íntimo a lo nacional. Aunque Rebeldes en la ciudad trata, en esencia, sobre hacer lo correcto, no como obligación sino como convencimiento moral, aunque sea doloroso y te perjudique. Los personajes principales tienen que sobreponerse a sus propios deseos para salirse de la espiral de violencia, para romper el círculo. Aunque eso suponga una traición familiar o una tortura personal: un hermano que debe denunciar a otro o un padre que ha de resistirse a la rabia de la muerte injusta de su hijo, un excelente, por cierto, John Payne, estrella de este tiempo de renovación de lo B y un actor minusvalorado por lo general que aquí conduce muy bien dentro de su hieratismo a un personaje complejo y doliente.

Werker vuelve a favor suyo y del relato las limitaciones impuestas por presupuesto y formato. Así la pobreza de medios se convierte en ascetismo y  el blanco y negro aporta una severidad a la historia que la proyecta sobre sus posibilidades de base.

Lacónico y violento –el crudo realismo gráfico de la muerte del niño en plena calle- Rebeldes en la ciudad propone todo este análisis desde un estilo conciso, económico en todos sus recursos. Enfocados siempre a colocar una idea en cada plano y que todos ellos hagan avanzar tanto la historia como la psicología de los personajes. Para ello se sirve de una planificación sobria y expresiva, con gran importancia para los elementos presentes en el encuadre y con soluciones tan inteligentes como anunciar mediante un off sonoro el intento de linchamiento del muchacho protagonista, quien escucha desde su celda como avanzan las pisadas, cada vez más numerosas, sobre el entarimado de la calle. Lo cual revela una atención minuciosa al detalle y un sentido prodigioso de los resortes de la narración cinematográfica.

Publicada originalmente en CINEARCHIVO: 

http://www.cinearchivo.com/site/fichaDvd.asp?idRubText=7315

http://www.cinearchivo.com/site/Fichas/Ficha/FichaFilm.asp?IdPelicula=62915