Marisa Madieri
Estas meditaciones sobre el devenir de la existencia van en consonancia con las reflexiones que se hace la autora en su diario, Verde agua. Y es que, aunque lo disfrace de encantadora fábula floral, este libro es Madieri en estado puro. La personalización de un ser vivo tan frágil como una flor (en detrimento de un animal o una planta más imponente) pone de relieve su apuesta por dar la voz a los humildes, representados aquí en una especie tan quebradiza, y sin embargo tan hermosa a ojos de los hombres, como una margarita. Toda la novela se lee como una alegoría brillante de la sociedad humana, y la trayectoria de la margarita recuerda a la de las protagonistas de Natalia Ginzburg, unas mujeres que, como ella, reciben el azote de la vida cuando aún son demasiado jóvenes para comprenderla, pero aun así no caen en el pesimismo, celebran la riqueza de las experiencias («Si la margarita hubiese continuado durmiendo y soñando, ciertamente no habría sufrido nunca, pero tampoco habría tenido la alegría de ver la belleza de las cosas reales, ni habría conocido el amor, con todos sus riesgos», p. 69). Que nadie se engañe: a pesar de su tono plácido, de su finura, El claro del bosque no es una novela «blanda»; tiene su parte oscura, un desencanto que poco a poco invade a la margarita, y con ella, al lector. Una pequeña gran obra, en definitiva.