Abraham Sánchez Espinoza propone el siguiente cliché:
Tú que eres poeta y en el aire las compones...: Para entender la poesía por completo, debemos ser versados en su métrica, ritmo y figuras retóricas. Luego podemos hacernos dos preguntas: la primera, ¿qué tan diestramente se ha alcanzado el objetivo del poema? Y la segunda, ¿qué tan importante es ese tema? La primer pregunta califica la perfección del poema, la segunda su importancia. Una vez que estas preguntas han sido respondidas, calcular la grandeza del poema es algo simple. Si graficamos la perfección en el eje horizontal y su importancia en el eje vertical, el cálculo del área del poema nos dará la medida de su grandeza.
Estas palabras, se encuentran en el libro de texto de los alumnos de La sociedad de los poetas muertos, a quienes su profesor les pide que arranquen las páginas del libro, pues esa es una forma bastante estúpida de entender poesía. La poesía, no debe ni puede calificarse de forma simple, cual ecuación matemática, sino que uno debe formarse su propia opinión, pensar por sí mismo pues, según él: “las palabras y las ideas pueden cambiar al mundo”.
Luego del discurso del profesor, el grupo de alumnos formará una sociedad secreta, dispuestos a aprender poesía como es debido, entre otras cosas. Ésta quizás sea la versión más famosa de ese cliché del cine del chico que desea aprender a ser poeta y es traído a colación en Poesía, cinta sudcoreana, donde una anciana ingresa a clases de poesía, aunque es incapaz de escribirla, pues a pesar de que tiene el ingenio para recitarla, cuando descubre que una manzana es mejor comerla que tratar de contemplarla, tiene que lidiar con otros problemas que le impiden hacerlo, entre ellos su Alzheimer que le hace olvidar las palabras, ¿y qué es un poeta sin palabras?.
Hay otro ejemplo reciente que tiene que ver con otro John Keats, el verdadero poeta, pues ya el maestro de la sociedad interpretado por Robin Williams era nombrado John Keating en su honor. El cliché aparece en El amor de mi vida, donde la vecina de Keats, una chica que odia la poesía llamada Fanny Brawne, no entiende ese sentimiento que ocasiona el primer amor. Ella, nosotros ya sabemos, se ha enamorado del poeta tan pronto lo conoce, sólo que ella aún no lo sabe, así que para tratar de explicar ese nuevo sentimiento, le pide a Keats que le enseñe poesía. Quizás asi él también se enamore de ella, al mismo tiempo que ella pueda entender mejor cómo las sensaciones pueden expresarse con palabras, a pesar de su incredulidad inicial.
A la analítica Fanny bien le hubiera bastado la explicación del libro de texto de la cinta de Robin Williams, pero entonces no tendríamos romance y así las cosas no tienen chiste, ¿pues qué es la poesía sin romance? Claro que hay otros ejemplos que no giran en torno al cliché, como el pobre diablo de El falso escultor, quien se transforma en la sensación de un grupo de beatnicks, con aspirante a poeta incluído, cuando estos tarados artistas amateurs piensan que el gato al que mató accidentalmente es una espectacular escultura. Otros que no se adaptan por completo, como el de la clásica Cyrano de Bergerac, donde Christian de Neuvillette es auxiliado por el poeta Cyrano para conquistar a la bella Roxane, de la cual Cyrano también está enamorado. Aquí más que un aspirante a poeta con todas las de la ley, tenemos a un falso poeta.
Y están aquellos donde el cliché aparece con todo su esplendor, como en la noruega Elling, donde nuestro aspirante a poeta esconde sus poemas en los paquetes de comida del supermercado. Cerremos con la extraordinaria Mishima: Una Vida en Cuatro Capítulos, en donde la abuela del famoso escritor japonés lo llevaba desde pequeño al teatro. El cliché aparece realmente cuando la madre de Mishima llega a casa y le pregunta a su hijo de 18 años porque no se encuentra en el club literario. Mishima le entrega con amargura a su mamá un papel escrito por un reconocido poeta japonés, el cual menciona que Mishima no es un genio y que ni es ni jamás podrá ser un escritor de verdad. Aunque, siendo justos, el cliché ya había aparecido antes cuando un pequeño Mishima de doce años es llamado “poeta” de manera despectiva por sus compañeritos de la escuela. Mientras Mishima vence en un duelo en un barandal, nos revela algo similar a lo que hacía Williams en La sociedad de los poetas muertos. Es decir, la vida consiste en dos elementos completamente contradictorios: el primero son las plabras, las cuales pueden cambiar al mundo; el segundo es el mundo mismo, que nada tiene que ver con las palabras. Ante esto, nos enteramos de la tartamudez del escritor, dando comienzo a una extraordinaria película con poesía pura.
Hay algo que comparten todas las mencionadas: la tragedia, especialmente el suicidio, pues en muchas de ellas es una parte importante de la trama. La poesía trata pues, como bien indica el titular de este blog en su crítica de la cinta del mismo nombre, sobre cómo vivir, cómo ver, cómo sentir y sí, sobre cómo morir, ¿pues qué sería de la muerte sin poesía?