Los niños, también los mayores, tienen una imagen en su cabecita, y tú, pintacaras, probablemente tengas otra, parecida, similar... o radicalmente distinta. En ocasiones, ni siquiera la tienes, no sabes quién es ese personaje que te acaban de pedir, no lo recuerdas bien o no tienes a mano un móvil con conexión a internet (¡argh!). ¿Qué hacemos entonces?.
Hay un truco que utilizo desde el instituto, y aún sigo utilizándolo en el trabajo, explicando el funcionamiento de Facebook a mi suegra o el de los mensajes del móvil a mi madre: se llama "improvisación lógica", algunos lo llaman "intuición" (otros, desorden: "¿por qué no te lees el libro de instrucciones?" "Deja, deja, es enorme, prefiero probar, fallar o acertar" :). Es muy sencillo: si no sabes algo, improvisa mirando a tu alrededor, dentro y fuera de tu cabeza, echa mano de tus recursos y usa la lógica. Si una niña te pide un elefante, nunca has hecho uno, la cola lleva 15 niños y tu mano ha pintado ya cincuenta a toda pastilla... ¡piensa!: ¿qué puedes hacer? Pues un elefante, claro, y lo más característico del elefante es la trompa, ¡pues ahí lo tienes!. Suele funcionar.
También funciona la amabilidad del papá o la mamá que está allí y saca el móvil, y rápidamente te muestra la foto de la "Monster" que quiere la pequeña. Puedes intentarlo tú, si tienes el móvil cerca.
Mientras pintas al peque es bueno hablarle un poquito. Algunos cierran los ojos y prácticamente se duermen, pero otros no están contentos con esa oscuridad y se inquietan. Verdad es que, al principio -y al final-, no es tarea sencilla hablar y pintar, especialmente las líneas, pero poco a poco te vas acostumbrando y, también comprendes que no sólo pintamos caras, sino corazones, y tan primordial es que el dibujo esté bien hecho como que el peque disfrute de la experiencia. Si habla, moverá la boca, ¡claro!... es divertido y desafiante pintarle, más o menos bien, mientras mueve los labios, aunque en algún momento le pidas silencio para rematar un hocico de león. Avísale de que sólo faltan las líneas y tardas un instante... y ponle el espejo delante como si de lluvia de chocolate se tratara. Pero, sobre todo, ¡pinta rápido!. Por supuesto, da igual lo que pase alrededor, aunque parezca que el techo o el cielo se desmorona por las carreras, las risas, la música o tu cabeza, céntrate en tu pincel, mantén la calma... y pinta.
Gracias al pequeñajo, el cliente más exigente, que sabe la diferencia entre una barra grasienta, sea de la marca que sea, y un primoroso pincel. A los niños no los engaña nadie, aunque algunos, inocentes, desde su atalaya de cristal, crean que sí.