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En los años 30, Hungría, y en especial Budapest, era un sitio muy triste donde, al parecer, los suicidios habían aumentado de forma llamativa. A partir de ese hecho surgió una iniciativa curiosa, el llamado “Club de las sonrisas de Budapest”.
Con todo el mundo tapándose la boca con una máscara a causa del Covid no me he podido resistir a rescatar esta historia sobre la tristeza húngara, una canción que provoca el suicidio y una escuela que enseña a sonreír para superar la depresión.
Aviso: esta historia va de sonrisas, no se la tomen muy en serio. Igual hasta tiene truco al final.
Contexto: Hungría años 30
La década de los 30 del siglo pasado no fue fácil para la mayoría. La Primera Guerra Mundial originó un gran trauma, fue una carnicería atroz. La primera gran guerra industrial había dejado atrás todo el supuesto glamour de las hazañas bélicas del pasado (tan sucias como cualquier guerra, pero con uniformes más vistosos): el barro, la sangre, el gas venenoso y el miedo habían inundado los campos de Europa.
Aquello acabó y llegaron los “Felices 20” (para algunos) y una resaca que supuso gran crisis económica, pobreza y ascenso de fascismos y autoritarismos varios.
En Hungría, lugar que nos ocupa, gobernaba desde 1920 Miklós Horthy, un militar autócrata muy conservador con “trazas” fascistas. Aunque para fascistas los señores del Partido de la Cruz Flechada, fundado en 1934 por Ferenc Szálasi a imagen y semejanza del partido nazi alemán, racismo y antisemitismo incluidos.
Con tal panorama no era como para estar muy contentos. Además, en Hungria se daba un carácter nacional tendente a la melancolía; una especie de “saudade centroeuropea”.
Con todos estos ingredientes bullendo, hacia finales de la década algunos medios de comunicación reflejaron que la bella Budapest, una de las ciudades más turísticas de Europa, se había sumido en una depresión generalizada que le hacía tener un índice de suicidios llamativo, superior al resto del país y de otras naciones de su entorno.
La ciudad de los suicidios
El fenómeno es recogido 1937 en páginas de diferentes medios de comunicación occidentales, como la revista holandesa Het Leven, la estadounidense Life o el diario australiano Sunday Times Perth.
Constatan que Budapest se ha convertido en “La Ciudad de los Suicidios” por la cantidad de habitantes que se quitan la vida. El método preferido es ahogarse en las aguas oscuras del Danubio y por eso las autoridades estacionan patrulleras al lado de los puentes, preparadas para correr al rescate de los suicidas.
Con el río tan vigilado, otra gente recurre al envenenamiento, lo que había llevado a la prohibición de determinadas sustancias tóxicas en las farmacias. Ante las armas blancas o de fuego poco se podía hacer.
Además de la situación económica y política se le echa la culpa de esa aflicción general a una canción muy conocida en aquellos tiempos en Budapest, que llegó a ser conocida como “La canción húngara del suicidio”. Su título en inglés, Gloomy Sunday (Domingo sombrío) se hizo popular en muchos países.
Pero sobre ella volveremos más adelante.
Por cierto, este párrafo de una sola línea que molestaría mucho a mi primer profesor de redacción es para que no olviden lo que les decía al principio, que la cosa tiene truco.
No será que no estoy avisando.
El club de la sonrisa de Budapest
Ante esta desazón generalizada había que reaccionar, elevar la moral ¿Cómo? Sonriendo. O, mejor dicho, aprendiendo a sonreír de nuevo. Y, a ser posible, aprendiendo a sonreír mejor. ¿está seguro/a de que sabe hacerlo? Porque igual usted no sonríe bien y eso es lo que le pasa.
De esta manera, si aprendían a sonreír recuperarían la alegría y, además, contagiaran al resto de conciudadanos y en Budapest volvería a salir el sol todos los días.
Los dos emprendedores pusieron en marcha una escuela para enseñar a sonreír a esa gente triste que eran sus vecinos. Se estudiaba la anatomía y funcionalidad de las sonrisas, se veían ejemplos con carteles ilustrados, se les medían las bocas y se usaban máscaras para imitar y contagiar sonrisas perfectas.
En las fotografías de este post, publicadas en su día por la revista holandesa Het Leven, se muestran algunos ejemplos sacados del club de las sonrisas. Y si a usted, más que contagiarle alegría las imágenes le provocan inquietud e incluso un poco de repulsión, ya somos dos.
Los ejemplos a imitar eran, cómo no, celebridades de la época como Clark Gable, Loretta Young, Dick Powell o el presidente Roosevelt. Y, como Jeno y Binzco lo tenían todo pensado, las tarifas variaban según la dificultad y el caché de la sonrisa.
Alehoop
Pues aquí lo tienen, por fin. En toda esta historia hay trampa, y no solo por parte nuestro amigo Binczo, el hipnotizador. Es posible que la “Academia Jeno & Binczo” existiera y que los húngaros tengan esa tendencia a la melancolía, lo que está en duda es casi todo lo demás.
Primera pista: si te pones a rastrear por Internet, todas las referencias, tanto a los suicidios como a los clubs de las sonrisas, se limitan a los tres medios citados anteriormente: Het Leven, Life y el Sunday Times Perth.
Todo parece iniciarse con la revista holandesa Het Leven, un tabloide, que en el argot periodístico designa a los medios sensacionalistas. Noticias y fotografías impactantes tratadas buscando el lado más escandaloso o morboso. Y, en ocasiones, noticias directamente falsas, inventadas de principio a fin. Tal vez les suene: como algunas cadenas de whatsapp pero en papel de los años 30.
Según leo en blog “Poemas del río Wang”, dicha revista raramente publicaba noticias sobre Hungría y, de repente, sabe mejor que nadie lo que pasa en Budapest. No existía, que yo sepa, ninguna relación estrecha entre ambos países y está claro que a los holandeses no les interesó especialmente lo que pasara en la ciudad del Danubio, aparte de los suicidios y el club.
Al tema de los clubs de las sonrisas se añaden otros “complementarios”, como la escenificación –bastante burda– del suicidio de una joven. Todas las fotos que aparecen en este y otros posts sobre el tema son de Het Leven, no hay otros testimonios. Ni uno.
Fake news promocional
De Het Leven pasó a la revista Life, no sabemos sin fue desidia o es que decidieron publicar una fake news a sabiendas. Life era un medio centrado en la fotografía y está claro que las fotos son llamativas, lo que pudo hacer que los editores relajaran su criterio periodístico. Life aporta mayor impacto que la revista holandesa, y hace que la historia se difunda en Estados Unidos.
En resumen, mientras los lectores de Life en Oklahoma se quedaban ojipláticos mientras Mary Sue les servía más café, en Budapest nadie tenía idea sobre ninguna oleada de suicidios ni un club de las sonrisas. Quizás eso explique tantas sonrisas estadounidenses y lo cara que salía la de Roosevelt. Lo llamativo, y es otra pista, es que con la proyección de Life solo un medio, el diario de Perth, picara.
Pero el mencionado blog apunta a otra vía de ‘fake’: la “canción del suicidio”. Ojo, dicha canción existe, su título original es “Szomorú Vasárnap”, o, en su versión en inglés, Gloomy Sunday. Y sí, es terriblemente triste y habla de un suicidio.
Según esta web, el letrista de dicha canción, László Jávor, trabajaba también como periodista de sucesos y fue en sus crónicas donde empezó a hablarse de una oleada de suicidios relacionados con la canción, e incluso de una campaña del diario para prohibir su difusión, pero en un momento en el que ya había pasado de moda y era muy difícil escucharla.
O sea, estaba promocionando su canción a la bruto, tirando de morbo. Aunque de esta historia del letrista no se si fiarme demasiado, lo confieso.
No se quejarán, mascarillas y ‘fake news’ por un tubo en una historia de los años 30. Y en el Danubio.
Gloomy Sunday
Hasta aquí muchas incógnitas. Vayamos ahora con algunas certezas relacionadas con la canción, que tiene una historia real que creo que vale la pena contar.
La pieza fue compuesta en 1933 por Rezső Seress, que se ganaba la vida tocando el piano en el Kispipa, un restaurante de Budapest frecuentado por artistas. Y Seress tenía motivos para estar melancólico.
Por un lado, intentó triunfar en París y no le salió bien; por otro, como judío, era muy consciente de los malos tiempos que se vivían en Europa con un autoritarismo y antisemitismo rampantes. Con este panorama no estaba Rezso –Rudi para sus amigos– para componer una ‘canción del verano’.
Y para arreglarlo llegó el poeta László Jávor, que le puso una letra de desamor que añadía aún más desazón e incluso sugería un suicidio:
El domingo es sombrío, mis horas son de insomnio
Amado, las sombras con las que vivo son innumerables
Pequeñas flores blancas nunca te despertarán.
No donde el coche fúnebre de la tristeza te ha llevado.
Y luego la cosa no se alegra mucho y dice cosas como: “Mi corazón y yo hemos decidido acabar con todo / Pronto habrá velas y plegarias que se supone que conozco”.
La canción se hizo muy popular en Budapest, tanto para orquestas como para cantantes callejeros. Tanto es así que traspasó fronteras. Se hicieron versiones en otras lenguas, como francés, alemán, ruso o español (un tango, claro).
Con el título de Gloomy Sunday y una letra un poco dulcificada, fue bastante popular en Inglaterra y Estados Unidos. Billie Holiday grabó una versión en 1941. Y es cierto que, aunque se toleraban las versiones instrumentales, en Gran Bretaña se vetaron las cantadas porque, en plena guerra, podía afectar a la moral.
Pero de ahí a la campaña de promoción pasada de rosca: novia suicidada con una partitura junto a su cuerpo, disparo en la sien mientras sonaba… hay un gran trecho.
Vida sombría
Por cierto, eran otros tiempos y su autor no rascó nada por haber compuesto un éxito internacional. La verdad es que, aunque se salvó del Holocausto, no tuvo una vida nada fácil. Durante la guerra fue enviado por el régimen húngaro a un campo de trabajo y luego volvió a tocar en el Kispipa por poco dinero.
Estuvo pensando emigrar a Estados Unidos, a ver si era posible vivir de los derechos de la canción, pero Hungría quedó detrás del telón de acero y no le concedieron visado para salir. Posiblemente el éxito de su canción en Estados Unidos no le beneficiara ante el nuevo poder en Budapest. Por su parte, las autoridades estadounidenses no le traspasaban los derechos de autor porque Hungría debía indemnizaciones de guerra.
En 1968, con 69 años, Seress intentó suicidarse saltando desde una ventana de su apartamento. No lo consiguió, aunque murió en el hospital. Algunas fuentes señalan que tras un segundo intento de suicidio, esta vez exitoso.
Si van por Budapest y se pasan por el Kispipa verán que le guardan el sitio a Rudi. En un rincón hay un piano con un retrato de Seress. Y, por supuesto, el pianista cada noche toca su canción.
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