El coleccionista de cadáveres -relatos breves-

Por Orlando Tunnermann


Adormecida en el vientre materno de un sueño hecho realidad, Myriamse desparramó medio desnuda en la inmensa cama de matrimonio, recién bautizada con los efluvios de la pasión descomunal de los lazos indisolubles de los recién casados.MatíasEstaba en la ducha, emulando aPlácido Domingocon esa voz suya de barítono que jamás conocería las mieles del aplauso del público rendido al estruendo resonante de sus cuerdas vocales.Su monocorde trabajo tras la ventanilla de una sucursal bancaria no le brindaría ovaciones efusivas, ni contratos nómadas para aterrizar en los escenarios más célebres del orbe.Sin embargo, les suministraba ingentes ingresos pecuniarios que habían servido para comprar aquella inmensa y prodigiosa casa a un precio irrisorio...Había sido una auténtica ganga con inicial apariencia de trasfondo fraudulento y semblante doloso.103.000 Eurospor un céntrico piso de280 m2,a estrenar, provisto de dos baños, ático, 4 habitaciones, un espléndido y diáfano salón y una cocina gigantesca, donde el celestial claror de la alborada establecía cada mañana su residencia habitual, que bendecía de caricias lumínicas los pétalos de rosas, azucenas y azaleas queMyriamhabía dispuesto junto a la ventana, en unos coquetos tiestos de loza amarillos con dibujos infantiles de caritas sonrientes.Pesarosa y remolona se incorporó, desperezándose como una ninfa de los bosques que hubiera pasado los últimos años de su vida durmiendo junto a un arroyo.Afuera, la megalómana ciudad de Madrid bullía ya con su consuetudinaria tragedia de cláxones, apremios y ejércitos de hormigas que se movían en todas direcciones.Ahogó un bostezo que pretendía dilatar su figura holgazana por toda la habitación y encendió el ordenador portátil.Le dio los buenos días un precioso fondo de pantalla, donde se veía a una familia de pequeñas focas blancas moteadas que se hacían carantoñas en un paisaje típicamente polar.Accedió rápidamente a Google y consultó los titulares de la prensa diaria en el dominiowww.kiosko.netEn un abrir y cerrar de ojos se encontró naufragando en un maremágnum de alcaldías corruptas y rateros abonados al negocio clandestino del latrocinio, amenazas de una nueva recesión, malversación de fondos públicos, nuevos casos de pedofilia y violencia de género, un grupo de adolescentes que había acabado en el fondo delrío Manzanaresen el interior de un vehículo de gran cilindrada...Todos los días la misma cantinela... idéntica ruleta de eventos aciagos o bochornosos...Myriam se disponía a abandonar la Web cuando una noticia breve capturó su atención:"... "el coleccionista de cadáveres" vendía pisos de su propiedad por todo el territorio nacional a precios irrisorios, pues le apremiaba realizar la venta con la mayor celeridad, dado que era en estos inmuebles donde emparedaba a sus víctimas tras los muebles empotrados o los falsos techos.El presunto asesino, que responde a las siglas B.H.C es oriundo de Lleida y carece de antecedentes penales..."-B.H.C....Una corazonada aterrizó sin previo aviso en su corazón, acomodado a los placeres epicúreos de la vida relajada. Dejó la pantalla del monitor encendida y corrió hasta el salón, junto a la cocina.Rápidamente, con manos trémulas, abrió el primer cajón de un formidable mueble de caoba, donde reposaba un enorme televisorSony Trinitron.Dejó el camino expedito hacia su objetivo,¡Ahí estaba, la tarjeta del vendedor!Sobre el fondo dorado podía leerse un nombre:Baudilio Hernany Casamatjo.-"B.H.C... Pura casualidad, nada más..."Myriamtrató de insuflarse aliento, pero escapaba inmediatamente a través de una espita alojada en su cerebro.Entonces un sudor frío se estableció entre los surcos de su frente y recordó fragmentos descoyuntados de una pesadilla que tuviera hacía apenas tres días.Ella y Matíasacababan de comprar una casa, cuyas estrafalarias dimensiones le conferían el aspecto de mansión victoriana, revestida de añosos y antiquísimos muebles ajados en sobrios tonos oscuros de madera de nogal y ébano.En su sueño, en ese trance hipnótico de "deambulares" oníricos, Myriam se incorporaba en la cama, aterrada, sobresaltada.Alguien... algo, ululaba, arañaba al otro lado de las paredes... escarbaba con uñas ennegrecidas, gangrenadas, con el desespero y la agonía de quienes han sido enterrados vivos.Un visitante nocturno, elegantemente ataviado con su negra sotana y un dorado crucifijo al cuello, apareció junto a su lecho con un pico y una pala.-"¿Qué hacía en su dormitorio un predicador, con esa pose hierática, extremadamente hierática... como si estuviera a punto de darle la extremaunción?"Era un hombre de color, de mediana edad. Sus manos apergaminadas testimoniaban días de sacrificio en los campos de labor.El inesperado clérigo, que había irrumpido en su alcoba a tan intempestivas horas de la noche, le hizo señas para que le siguiera.En silencio, caminaron por angostos pasillos hasta detenerse ante una alcoba que siempre permanecía cerrada y vacía...El clérigo extrajo una alargada llave plateada de un bolsillo interior de su sotana y entró.Acto seguido, ella le secundó.Dentro estaba todo oscuro y hedía a excreciones de ultratumba. Arredrada, con las náuseas agolpadas en la garganta, reparó en una monumental pareja de tarántulas bicéfalas que los espiaban entre los pliegues aterciopelados de pavorosas telaraña, que pendían del techo como los cabellos deshilachados de un lunático anacoreta.El sonido atronador del pico, destrozando el interior de un armario empotrado, la devolvió al momento crucial de la noche. El clérigo había abierto ya un enorme boquete en la pared.En el suelo, ante sus pies, se habían formado dispares promontorios de faldas, blusas, vestidos, tangas y sujetadores.Myriam se sintió inmediatamente humillada, expuesta, arrebolada de puro bochorno.

Como si hubiera captado el hilo de sus pensamientos, el predicador cesó su frenética actividad demoledora y se giró, mostrando unos dientes amarillentos, sonriendo como una hiena...Por un instante tuvo miedo, aprensión. Tuvo la sensación onerosa de que aquel intruso, pico y pala en mano, la miraba con un leve asomo de indecente e impropia procacidad.Se sintió desnuda, con toda su ropa interior en el suelo, a sus pies, y ella sola, en esa alcoba vacía, frente a un siervo del Señor que, de pronto, se le antojaba extrañamente lascivo...El momento de cruda tensión se desvaneció y el infatigable clérigo siguió cavando un poco más, destripando las entrañas heridas del armario empotrado, en aquella alcoba vacía, donde las inmensas tarántulas les espiaban desde sus inexpugnables y altísimos refugios suspendidos en el aire.Entonces concluyó el estruendoso concierto de demolición y escombros desmenuzados. Por un momento quedaron ambos mudos y estáticos, expectantes, asomados a una ventana vecina de abismal negrura al otro lado de la pared.El clérigo introdujo una mano dentro de esa gruta recién perforada y palpó algo de naturaleza sólida y consistente.... hedionda y pútrida.Myriamobservó aterrada como tiraba de ello... de ese "algo" indiscernible, con todas sus fuerzas, como si aquello que no lograba ver con claridad, que había quedado oculto tras la pared, se negara a abandonar definitivamente su cómodo habitáculo.Se arrimó temblorosa y curiosa, asustada... una parte de ella misma quería salir corriendo, escapar de allí. Otra, predominante y egoísta, déspota e inflexible, amarró su voluntad y la empujó hacia adelante, le conminaba a mirar, le conminaba a averiguar qué se escondía al otro lado de la pared.En ese instante de íntima conexión y cercanía con el clérigo, éste se giró, nuevamente mostrando su horrenda dentadura amarilla, con su sonrisa de hiena lasciva...Entonces lo vio, vio como el clérigo extraía los esperpénticos despojos de un cadáver, cuya putrefacta carne comenzaba ya a remitir sobre clavículas, omóplatos, costillas y esternón.Myriam sintió que se desvanecía, que le sobrevenía un vahído.... entonces, sudorosa y aterrada, despertó.

B.H.C (BAUDILIO HERNANY CASAMATJO).La tarjeta del acucioso vendedor tenía ahora un tacto diferente, metálico y descarnado...-"Pura casualidad... B.H.C."Regresó junto al monitor encendido y releyó el sucinto comunicado acerca del motejado"Coleccionista de cadáveres".Imaginó su cadavérica legión de osamentas y cuerpos en avanzado estado de descomposición, solapados al ladrillo y a la escayola tras las paredes de pisos enormes y baratísimos, diseminados por todo el territorio nacional.-"Un millonario estrafalario alienado por tendencias o rituales necrófilos..."Matíasacababa de salir de la ducha, arrastrando consigo una estela de vapor caliente que le confería el aspecto de tetera andante.Se sentaron juntos a desayunar y por unos instantes se evanesció el recuerdo del clérigo y de su ropa interior, exhibida ante su mirada avergonzada como si fuera la sucinta vestimenta de una cortesana vulgar y descocada.Mientras sorbían en silencio un café aromático deEtiopía,servido con una generosa ración de croissants y magdalenas búlgaras con trocitos de arándanos,Myriamse agitó intranquila al apercibirse de un intenso olor que provenía del dormitorio.

A su faz acudió la soflama. Sin duda las ventanas permanecían cerradas y el aire estancado retenía los aromas exudados de la pasión desbocada de la noche anterior.Iba a comentarle aquella incidencia a su esposo cuando éste brincó del taburete donde se hallaba sentado, justo frente a ella, y salió de la cocina musitando un fugaz y presuroso hasta luego.Llegaba tarde al trabajo. Su beso, al salir por la puerta, fue casi un roce casual que mereciera más una disculpa que un panegírico a la pasión.Estaba sola, y ese instante de debilidad permeable lo aprovechó el clérigo impío para adueñarse una vez más de sus pensamientos.-Ese olor... la tarjeta del vendedor... Baudilio Hernany Casamatjo... un coleccionista de cadáveres que responde a las siglas B.H.C, puesto ya a disposición judicial... este piso, formidable, tan barato, a estrenar, mi pesadilla con el clérigo y un cadáver, emparedado tras el armario empotrado de la alcoba vacía de una mansión victoriana antiquísima... las enormes tarántulas bicéfalas, espiándome desde sus telarañas en el techo....-¡Basta ya! ¡Estoy paranoica! tengo que calmarme... estoy atacada de los nervios...Media hora más tarde, Myriamregresaba de la calle con diversos aperos de enterrador y los vertía precipitadamente sobre la cama de matrimonio. Acto seguido, cometió un acto de sabotaje con su armario ropero, volcando todo su contenido sobre el suelo de mármol esmeraldino.Allí quedaron, revueltos como en un zafarrancho, bolsos, zapatos, mudas, pantys, medias, vestidos, sostenes...Una voz socarrona le instaba con vehemencia a comenzar sin demora la ardua tarea que la había llevado hasta allí.El hedor era casi insoportable y definitivamente no albergaba la menor relación con las fragancias masculinas y femeninas conchabadas con los derroteros propios del sexo.-Provenía del armario.... provenía de la pared... provenía de la materia muerta que se pudría al otro lado de la pared...MyriamSe llevó las manos a la boca, horrorizada ante la horripilante magnitud siniestra de sus pensamientos.Inmediatamente se recompuso y aferró entre sus manos un pico de aspecto sobrecogedor. Tomó impulso y asestó el primer golpe. La madera, la pared, quedaron resquebrajados con aquella primera incursión, a la que siguieron atronadoras embestidas que despedazaban escayola y ladrillos.Minutos más tarde, aquella alcoba que había sido testigo de la tórrida pasión de dos amantes se asemejaba a un campo de batalla, asolado por obuses y cañonazos de un ejército vandálico.MyriamSe sentía ya tan sudorosa y extenuada que se detuvo unos instantes para desnudarse completamente y tenderse sobre la cama. Le acribillaba el dolor en cada centímetro de su piel reluciente, lubricada por las exudaciones propias de la fatiga extrema.Espatarrada sobre el lecho como una casquivana meretriz sicalíptica que hubiera pasado las últimas horas yaciendo con docenas de adolescentes salaces, contempló entre las brumas caliginosas de su mirada enturbiada el enorme boquete en la pared.Resopló desfallecida, pero serena al verificar que su vivienda estaba exenta de cadáveres.Al otro lado no había muertos... no había nada.... salvo una especie de saco enorme de estraza o un material duro similar que pendía de un clavo oxidado tan largo como un estoque.El olor se masticaba. Myriamse vio entonces sorprendida por un acceso brusco de arcadas incontenibles y vomitó sobre el edredón nórdico con motivos de flores hawaianas.Su estómago comenzó a rugir y pincharle el vientre con floretes minúsculos. Aturdida, se dirigió hasta el armario vejado, tambaleándose como una marioneta de trapo coja. Se asomó a la oquedad para examinar el saco.Con manos trémulas palpó su interior... nauseabundo, insoportable, sólido y en avanzado estado de putrefacción.Espeluznada, escapó un horrendo chillido de su garganta, que aún bullía tras la vomitona.Tiró del saco con todas sus fuerzas y éste se desprendió del clavo herrumbroso con un desagradable sonidoa chapoteo acuoso, como de gelatina coagulada y grumosa.Azarada, logró sentarse sobre el mullido colchón de la cama, temblando...Sus ojos cristalinos parecían cuarteados contemplando horripilados una raída sotana, un crucifijo y los despojos fétidos de materia muerta descomponiéndose en el interior de un saco de estraza....