El combate naval de Trafalgar

Publicado el 04 julio 2023 por Rmartin

   

Bandera de la Armada a partir de 1785

Mucho se ha escrito sobre este hecho histórico, y en este caso yo quisiera poner mi granito de arena. En principio las fuerzas aliadas hispanofrancesas, se presentaron al combate peor preparadas en cuanto a la calidad de los barcos y a la preparación de los hombres que habrían de participar, pero había un hándicap aún mayor a favor de los ingleses. Estos tenían un mando único, mientras que las fuerzas aliadas, en ningún caso estuvieron a la altura de las circunstancias, ya que el mando de las fuerzas combinadas, el vicealmirante Charles Silvestre de Villeneuve, estaba, en todo momento, supeditado a las órdenes, instrucciones y caprichos de Napoleón Bonaparte. El cual estaba obsesionado por dar el salto al Canal de La Mancha y someter al ancestral enemigo de Francia: Inglaterra.

La Armada Española, se encontraba en un estado de abandono, no de acuerdo con el papel que debía desarrollar, en el aún importante tráfico marítimo con las posesiones de ultramar. Tras una guerra, los ingleses, e incluso los franceses seguían manteniendo un importante número de efectivos y medios, en perfecto orden, mientras que los españoles licenciaban a la mayor parte de sus hombres, y dejaban de prestar el debido mantenimiento al material bélico, ya fueran barcos, fortificaciones e incluso innovaciones en armamento.

    Así, cuando Bonaparte decide hacer una maniobra de distracción sobre la Royal Navy, alejándola lo más posible de las costas inglesas, con el objetivo de poder realizar el cruce del Canal, en las condiciones más favorables posibles; envía a Villeneuve a reunirse con la flota española, con la finalidad de presionar sobre la flota inglesa que se encuentra en el Caribe, evitando así su regreso a aguas inglesas.

Pero Horatio Nelson ha llegado a la isla de Antigua a principios de junio. La flota combinada al mando de Villeneuve dio media vuelta regresando al continente. A la vista de las costas gallegas se encontró con la flota mandada por Robert Calder, que había puesto sitio a los puertos de Ferrol y Rochefort. Lo que se le venía encima era bastante más apetecible y rápidamente puso rumbo hacia Finisterre. El 22 de julio se encuentran ambas flotas y comienza el combate, que solo se detiene por la llegada de la noche. A la mañana siguiente Calder pone rumbo norte para proteger su escuadra, mientras Villeneuve entra en La Coruña, desobedeciendo, por primera vez, a Napoleón. Dirigiéndose, tras reparar sus buques a Cádiz, donde entra el 21 de agosto. 

Pero vayamos al principio: En ese momento el ejército francés era el más potente de los tres que se encuentran en litigio, mientras que la marina británica, tenía una importante superioridad, sobre sus enemigos, sólo rota con las continuas alianzas entre Francia y España, en un continuo intento de eliminar esa supremacía.

La Grand Armeé

En vista de la llegada de la ansiada paz, había tiempo para solucionar los problemas vistos en la Armada, para ello se creó un Consejo de Almirantazgo, por una real cédula de 27 de febrero de 1803, el cual estaba presidido por Godoy, que se había autonombrado almirante, para el caso, y que contaba con figuras relevantes, como los generales de la Armada don Juan María de Álava, don José María de Salazar, don Juan Pérez Villamil, don José de Espinosa Tello, y el contador don Martín Fernández de Navarrete. No estaban, aunque debieran haber estado, ni Mazarredo, ni don Antonio Valdés, ambos condenados al ostracismo, y este último padre de la idea. El nuevo Ministro de Marina era don Domingo Pérez de Grandallana. Se mejoró así la Matrícula del mar, el reglamento concerniente al artillado de los buques, el Tratado de señales, la Instrucción sobre Punterías obra de Churruca, la incorporación de los correos marítimos; todo encaminado a mejorar la situación.

Pero apenas hubo tiempo para poner estas medidas en práctica, puesto que Gran Bretaña y Francia, habían vuelto a las hostilidades en mayo de 1803. Los franceses instaron, amablemente, al gobierno español a ponerse a su favor, situando Napoleón un cuerpo de ejército en actitud un tanto amenazadora, en Bayona. Napoleón aceptó la neutralidad española, previo pago de una importante cantidad mensual y, el compromiso de acogida, reparación y mantenimiento de cualquier buque francés que tuviera que entrar en cualquiera de los puertos españoles, Carlos IV debía destituir a los gobernadores de Málaga y Cádiz, y al comandante de Algeciras por haber ofendido al gobierno francés, y conseguir de Portugal una indemnización mensual, con el que se respetaría su neutralidad. Ante el estado de la Hacienda, eso era una brutal imposición, pero Godoy firmó el Tratado de París el 19 de octubre de 1803. Aunque el tratado era secreto, no tardaron los ingleses en tener conocimiento de el, no dudando en: reclamar diplomáticamente, amenazar, y por último la agresión directa, sin declaración de guerra, para que España no pagara el subsidio.

Bahía de Cádiz

Así las cosas, comenzaron las agresiones, el bergantín-correo Esperanza, fue detenido y registrado el 6 de julio de 1803 en aguas peninsulares. Poco antes lo fue la corbeta-correo Urquijo, por dos veces, llevándose en la segunda ocasión las armas portátiles. Se la rearmó, y al mando del teniente de fragata don Manuel Fernández Trelles, partió hacia América. El 31 de diciembre fue interceptada frente a Santo Domingo por la fragata británica Eolus al mando de Evans, pero Fernández Trelles no estaba por la labor, entablándose el combate, teniéndose que rendir ante la superioridad de la inglesa.

Durante los meses siguientes se sucedieron los incidentes. A todo esto, se había producido una insurrección en el País Vasco, por la implantación allí del servicio militar, la llamada “Zamacolada”. El gobierno español empezó a armar tres navíos y dos fragatas con los que enviar tropas con que restaurar el orden. Los ingleses entendieron que eran preparativos de guerra y protestaron, haciéndose el traslado por tierra, y resolviendo la situación sin más incidentes que la detención y destierro de Mazarredo a Santoña y posteriormente a Pamplona. El 3 de abril de 1804 salieron del puerto de El Callao en Perú cuatro fragatas al mando del jefe de escuadra don Tomás Uriarte, llegando a Montevideo, preparándose para la travesía del Atlántico, se sustituyeron dos de los buques averiados y al comandante por enfermedad, por el de mismo grado don José Bustamante y Guerra. Se cargaron sus bodegas con diversas mercancías habituales, además de habilitar camarotes para diversos pasajeros, dándose a la vela el 9 de agosto. Pero el gobierno inglés supuso que en realidad transportaban una crecida cantidad de dinero y decidió interceptarlas.

Para ello se formó una división de cuatro fragatas. El 5 de octubre divisaron las costas portuguesas, pero también las velas de la división inglesa, estos destacaron un bote con un oficial inglés, conminándoles a dejarse apresar y conducir a Inglaterra. Bustamante, tras consultar a sus oficiales decidió plantar batalla. Las ocho fragatas navegaban en dos líneas paralelas. El combate era muy favorable a los británicos, por su mayor artillado, por lo que a los pocos momentos la Mercedes voló por los aires, teniendo las otras tres fragatas que rendirse. Las tres fueron conducidas a Inglaterra, liberando a las personas, tras la cuarentena, pero el resto quedo en poder de los ingleses.

Federico Gravina

   Los incidentes siguieron produciéndose, y por fin el 12 de diciembre de 1804 el gobierno español se decidió a declarar la guerra, el 4 de enero de 1805 se firmaba un tratado de alianza con Napoleón, siendo el embajador español en la corte francesa, el propio Gravina. En el se detallaban las fuerzas francesas dispuestas a cruzar el Canal de la Mancha. En Ferrol para el 30 de marzo, 7 u 8 navíos, más 4 fragatas, con 2.000 soldados de infantería y 200 de artillería. En Cádiz, entre 12 y 15 navíos, mientras que en Cartagena se armaban seis.

Decrés


   Firmaron el tratado Gravina y el Ministro de marina francés, almirante Decrés, siendo después ratificado por Carlos IV y Napoleón

Nada más hacerse efectiva la declaración de guerra, el gobierno de Carlos IV inició la movilización, comenzando por las cañoneras para proteger los puertos. Hemos visto, anteriormente, la carencia de marinería, para completar las dotaciones de los barcos, se recurrió a marineros penados con condenas “limpias”, de efectuar levas y de movilizar al Ejército. Ante la falta de dinero se optó, para pagar a los proveedores, ya que estos se negaban a proporcionar los suministros necesarios, dejando sin cobrar al personal.

De cualquier forma, la Armada seguía siendo una fuerza formidable. Los buques disponibles eran: 

Príncipe de Asturias

Departamento de Ferrol: 15 navíos: Purísima Concepción, Mejicano, Príncipe de Asturias (ya armado), todos de 114 cañones; San Fernando, de 100 cañones; Neptuno, de 86 (ya armado); Oriente, San Ildefonso, San Juan Nepomuceno, San Francisco de Asís, San Agustín (ya armado), San Telmo, Monarca (ya armado), y Montañés, todos de 76 cañones; San Fulgencio de 68 (ya armado), y San Julián de 60 cañones. Había además tres buques en construcción, que no entrarían en servicio por falta de recursos: Real Familia de 114 cañones, Emprendedor de 86 y Tridente de 76.

San Juan Nepomuceno

Siete fragatas: Gloria (ya armada), Flora, Prueba, todas de 40 cañones; y Nuestra Señora del Pilar, Esmeralda, Venganza (ya armada) y Diana, todas de 38 cañones. También estaba la Victoria de 44 cañones que nunca llego a terminarse.

Además, había 11 corbetas, 8 urcas, 24 bergantines, 1 balandra y 12 goletas.

Departamento de Cartagena: 13 navíos: San Carlos (ya armado), Reina Luisa, ambos de 114 cañones; Guerrero, San Lorenzo (ya armado), San Joaquín, San Pablo, Ángel de la Guarda (ya armado), y San Francisco de Paula, todos de 76 cañones; San Ramón, San Pedro de Alcántara, y Asia, de 68 cañones; y Astuto y Santo Domingo de 62 cañones.

Nueve fragatas: Santa Lucía, Santa Rosa, Santa Casilda, Santa Catalina, Nuestra Señora de la Soledad, Perla, Sirena (ya armada), Pomona y Proserpina, todas de 38 cañones.

Además de 1 corbeta, 5 urcas, 4 jabeques, 35 bergantines, 1 balandra y 12 goletas.

Bucentaure

Departamento de Cádiz: 23 navíos: Santísima Trinidad, Santa Ana, y Conde de Regla, todos de 114 cañones; Rayo de 100; San Rafael, Argonauta (ya armado), todos de 86 cañones; África, Terrible, Firme, Glorioso (ya armado), Vencedor, San Juan Bautista, San Gabriel, San Justo (ya armado), San Fermín, Bahama (ya armado), Soberano, y Ferme, todos de 76 cañones; España (ya armado), América (ya armado), y San Leandro, todos de 68; Castilla de 62 cañones y Miño de 56.

Glorioso

Catorce fragatas: Santa Sabina (ya armada), Nuestra Señora de Atocha (ya armada) y Minerva (ya armada), todas de 40 cañones; Liebre, Venus, Astera, Santa Perpetua (ya armada), Nuestra Señora de la Asunción (ya armada), Santa María Magdalena (ya armada), Santa Águeda, Santa Rufina, Nuestra Señora de la O (ya armada), y Nuestra Señora de la Paz (ya armada), todas de 38 cañones; y por último Ifigenia de 26.

Además 6 corbetas, 2 urcas, 19 bergantines, 9 balandras y 15 goletas.

En total la Armada reunía 51 navíos y 30 fragatas, sensiblemente inferior a 10 años antes, pero aun así era una fuerza considerable. En contraposición, la Royal Navy tenía en servicio el 1 de julio de 1805, 132 navíos de todos los tipos, y 133 fragatas, con un número aún mayor de unidades más pequeñas. Pero, además, tenían 28 navíos en reparación, 16 en construcción, 31 sin movilizar y 10 en antesala para su desguace. Con respecto a la Marine Royale no tenemos datos, pero debido a las pérdidas tenidas anteriormente, aunque no habían parado de construir, no creo que tuvieran muchos más navíos que la Real Armada, aunque si más fragatas.

Aunque la Royal Navy se tenía que desplegar por muchos más espacios, tenía fuerza suficiente para hacerlo sin abandonar, su constante enfrentamiento con franceses y españoles. En cuanto a cuestiones técnicas y tácticas, también nos aventajaban, aunque se habían atenuado recientemente en la Real Armada, quedando muy atrás los franceses.

Solo nos queda hablar de los protagonistas de la campaña que daba comienzo:

Nelson

Nelson: nacido en 1758, hijo de la modesta familia de un pastor anglicano, entró en la Royal Navy, donde ascendió rápidamente, pese a su falta de experiencia en combate, llegando a capitán de navío en 1793. A partir de aquí, con el apoyo inestimable de Jervis, y tras su victoria en Abukir, empezó a mostrar su verdadero genio. Era un genio tácticamente y como conductor de hombres, valeroso hasta el heroísmo, buen navegante, mediano estratega, mediocre en los aspectos científicos y técnicos de su profesión, y por último un desastre total en su vida privada. Muchos de sus compañeros le consideraban un afortunado arribista, un personaje que se saltaba todas las normas y reglamentos (en Copenhague se llevó el catalejo a su ojo tuerto para no ver las señales de retirada de su superior), atribuyéndose un protagonismo y divismo excesivos. Muchos de sus críticos, lo eran por envidia. Aunque en realidad era el hombre adecuado para la tarea y estaba ansioso por llevarla a cabo.


Villeneuve: nacido en 1763, en el seno de la pequeña nobleza provinciana. Ingresó con 15 años en la Marine Royale, siguiendo una carrera sin especial relieve, sólo la revolución le ayudó, siendo nombrado capitán de navío en 1793, el mismo año que Nelson, a pesar de ser cinco años más joven. Luego si hemos considerado que la carrera de Nelson en sus comienzos fue meteórica por circunstancias a ajenas a sus logros, más lo fue la de Villeneuve. En 1796 ascendió a contralmirante debido a la escasez de jefes experimentados. No era mal marino y tenía valor, pero era un carácter depresivo, con una personalidad insegura. Tales circunstancias de su carácter se vieron reforzados con su desgraciada expedición a Irlanda, y aún más, con su conducta en Abukir, donde fue incapaz de responder a las llamadas de auxilio de su superior Brueys durante horas. En 1805 acaba de ascender a vicealmirante y jefe de la escuadra de Tolón, por el apoyo de Decrés, ministro francés de marina y amigo personal suyo, al fallecer La Touche Treville. Tampoco era un conductor de hombres, ni se hacía querer y respetar por ellos. Todo esto le venía grande en exceso, y lo dejó plasmado en escritos en numerosas ocasiones. De él diría Napoleón que era “un pobre hombre” que debió pedir el retiro tras Abukir. En definitiva, no era el hombre adecuado para la tares que se le venía encima.


Gravina: nacido en Palermo en 1756, era el mayor de los tres, en el seno de la más alta aristocracia, ingresó en la Real Armada, como muestra de los estrechos vínculos entre los dos reinos. De él se llegó a decir que, el favor real se debía a que era hijo bastardo de Carlos III. Desde un principio, el joven oficial estuvo en primera línea de fuego. Primero en los jabeques de Barceló, luego, también con Barceló, en las cañoneras del asedio de Gibraltar y en los bombardeos de Argel. Realmente su hoja de servicios era apabullante, llena de anotaciones en los combates en los que intervino activamente, alcanzando el máximo en el sitio de Tolón, donde siguió al mando a pesar de estar herido en una pierna. Gustaba a sus subordinados, ya fueran jefes u oficiales de la Armada o simples marineros o soldados. Si en la lucha tenía experiencia, aún más en navegación, además de ser un hombre inteligente y culto. Fruto de ello fue el primero en ascender de nuestros tres personajes, siendo jefe de escuadra en 1791. No tenía el genio de Nelson, pero era una gran profesional, inteligente y con mucha experiencia. A veces se le ha reprochado que no fuera capaz de imponerse a Villeneuve, pero él era consciente de que Godoy estaba sacrificando la Real Armada desde 1796, evitando así un enfado por parte francesa que acabara con la monarquía española. Gravina y sus principales colaboradores, lo mejorcito de la Real Armada, lo sabían y lo aceptaron. Esa fue la mayor contribución de heroísmo de los marinos españoles en Trafalgar. Gravina se convirtió así en el mayor apoyo de Villeneuve, que sería un incapaz, pero era el almirante designado por Napoleón. En resumen, el español valía para el mando y, había aceptado muy conscientemente el sacrificio que implicaba tal decisión.

Federico Gravina

Tras los últimos combates y el triste (no quiero darle otro tratamiento) comportamiento de Villeneuve, Napoleón había perdido toda la confianza en él, pero no solo era eso, como militar más acostumbrado a acciones terrestres, donde había alcanzado innegables y extraordinarios éxitos; se había volcado a potenciar su formidable Grand Armeé, para actuar en Europa Central contra todo el que se pusiera por delante. Así pues, a la flota aliada solo le quedaba un papel secundario e irrelevante.

Pasado el triste combate de Finisterre, Villeneuve entraba en Cádiz el 20 de agosto, y allí quedó ociosamente, esperando que Napoleón le enviara, el 14 de septiembre, sus nuevos planes. Voy en este caso a transcribir textualmente dichos planes, según nos relata Alcalá-Galiano: “Habiendo resuelto realizar una diversión importante, enviando al Mediterráneo nuestras fuerzas reunidas en el puerto de Cádiz, en combinación con las de S.M.C., os comunicamos que nuestra intención es que, tan luego como recibáis esta orden, aprovechéis la primera ocasión favorable para dar la vela la escuadra combinada y os dirigiréis a dicho mar. Abasteceréis todos los buques de vuestro mando con dos meses y medio de víveres… Haréis rumbo a Cartagena para vuestra reunión con la escuadra española allí fondeada y marcharéis enseguida a Nápoles, desembarcando en cualquier sitio de su costa las tropas de transporte que tenéis a bordo para su unión con el ejército del general Saint Cyr. Si encontraseis en Nápoles buques de guerra ingleses o rusos, los apresaréis. La escuadra de vuestro mando permanecerá en las aguas de Nápoles el tiempo que estiméis conveniente para hacer todo el mal posible al enemigo y para interceptar el convoy que intenta enviar a Malta. Después de esta expedición, la escuadra marchará a Tolón para su reparación y rehabilitación. Nuestra intención es que, donde quiera que encontréis al enemigo con fuerzas inferiores, lo ataquéis sin vacilación y lo derrotéis. No se os ocultará que el éxito de estas operaciones depende esencialmente de vuestra pronta salida de Cádiz, y nosotros esperamos que la realizaréis sin tardanza, recomendándoos, en esta expedición importante, audacia y la mayor actividad”.

Napoleón, como decíamos antes no podía contar con Villeneuve, y a pesar de haberle enviado estas nuevas órdenes, ese mismo día comunicó a Decrés su decisión de relevarlo por el almirante Rosily. Al mismo tiempo cursaba otra orden al Ministerio de la Guerra, para que los dos generales embarcados, Lauriston y Reille, debían dejar la escuadra y volver a Francia. Poca sinceridad demostraba Napoleón al formular su nuevo plan a Villeneuve.

Falta por ver que la escuadra pudiera salir de Cádiz, Calder, con 20 navíos, había reforzado la división de Collingwood, de tres navíos, el 30 de agosto y bloqueaba el puerto; a esta fuerza se unió Nelson el 28 de septiembre con otros cuatro navíos, al tiempo que tomaba el relevo, al mando de la escuadra, pues Calder debía regresar a Inglaterra, para afrontar el juicio abierto por su conducta en Finisterre. Decidido Nelson a ocultar la composición de su flota de bloqueo, recurrió a la idea del “bloqueo lejano”. Si bien es verdad que este no le había dado buenos resultados en el bloqueo a Tolón, donde Villeneuve pudo burlarle; aquí le sirvió muy bien, pues los aliados no tenían noticias de la composición de la flota enemiga.

En Cádiz se habían podido alistar al Santísima Trinidad, Bahama, Castilla, San Leandro y Glorioso, y estaban casi listos, aunque faltos de dotaciones, el Santa Ana, Rayo y San Justo. Para realizar estas operaciones, se desarmaron y pasaron a otros sus dotaciones y pertrechos, los Terrible y San Fulgencio. En cuanto a la escuadra de Cartagena, al mando de don José Justo Salcedo, y compuesta por los Reina Luisa, San Carlos, San Francisco de Paula, San Joaquín, San Ramón y Asia, se incorporaron el Guerrero y el bergantín Vigilante. Pronto fueron bloqueados por la división británica de Bickerton.

Manuel Godoy

Por esos días Gravina tuvo una entrevista con Godoy en la que, entre otras cosas, le trasladó su opinión con respecto a Villeneuve. Allí le tachó de falto de voluntad, irresoluto y falto para el mando, aunque valiente y esforzado. En cuanto a pericia y conocimientos, estaba apegado a las teorías de la vieja escuela. Decía, por fin, que Villeneuve tenía un temor cerval a disgustar al emperador, lo que le hacía ser tímido en sus resoluciones. Con estas opiniones de Gravina, con respecto a Villeneuve, parece lógico que Godoy tomara la decisión de no seguir confiándole el mando de la escuadra española, comunicándoselo así a Napoleón. Pero Godoy empeñado en no molestar a Napoleón, no hizo absolutamente nada, más sabiendo de la próxima sustitución de Villeneuve. Con lo cual tampoco hizo nada para evitar el desastre, y dio muestras ante el emperador de la debilidad del gobierno español. En realidad, Godoy, con su actitud, le pasaba la patata caliente a Gravina, que se veía en la situación de tener que obedecer a un inepto, que además no se dejaba aconsejar. Gravina no era el único hombre inteligente y capacitado de la escuadra española, que se daba cuenta de la situación en que se encontraban. Se conserva una carta enviada por don Cosme Churruca a un amigo, en la que le comunicaba la inoportunidad de emprender una salida. Siendo que, ante la proximidad del invierno, los ingleses se estaban viendo en la obligación de mantener bloqueos en Cádiz, Cartagena y Tolón, con los problemas de mantenimiento y averías que ello comportaba.

Villeneuve decidió dar la orden de prepararse para salir el 7 de octubre, seguramente esperando que Gravina le pusiera algún impedimento. Pero éste le obedeció prontamente. Sorprendido Villeneuve, decidió cambiar de opinión y llamó a una junta para el día siguiente. A ella asistieron siete altos mandos franceses: Villeneuve, los contralmirantes Dumanoir y Magnon y los capitanes de navío Cosman, Maistral, Villegris y Prigny; y seis españoles: los tenientes generales Gravina y Álava, los jefes de escuadra Escaño y Cisneros y los brigadieres Churruca y Galiano. Tomó la palabra en primer lugar Escaño, exponiendo la pobre situación de las dotaciones españolas, y repitió las ideas expuestas por Churruca, referentes a la conveniencia de permanecer en puerto. Es muy probable que el contralmirante Magnon, de fuerte carácter, intentara refutar los argumentos de Escaño, y se sabe que entró en duro enfrentamiento con Alcalá-Galiano, que también era de fuerte carácter, llegando incluso a hablar de batirse en duelo. Intervino Gravina para imponer orden, y pidiendo se pasara a la votación. En esta salió vencedora la expuesta por Escaño, posponiéndose indefinidamente la salida. 

Almirante Rosily

El día 15 de octubre se supo que Rosily se encontraba ya en Madrid, con destino a Cádiz para relevar a Villeneuve. Ante eso, Villeneuve, previa comunicación a Decrés, y la queja correspondiente; decide que se hagan a la vela, cuatro navíos franceses, tres españoles y la fragata Hermione, para informarse sobre la situación de la escuadra enemiga, al mando del almirante Magon. La comunicación a los españoles, según Escaño, fue como sigue: “Amaneció el día 18 y se presentó a borde del Príncipe de Asturias el almirante Villeneuve, anunciando al general Gravina que nuevas órdenes y nuevas consideraciones le obligaban a mandar la salida del puerto de toda la escuadra”. Por lo que se dieron las órdenes oportunas para que se retiraran los apostaderos de fuerzas sutiles y volviera la gente a sus buques respectivos, preparándose todos a dar la vela.

Amanece el día 19 y acompañados de un viento flojo, los navíos de la flota combinada van saliendo de Cádiz. Encabeza la formación la Escuadra de Observación, con una Primera División compuesta por seis navíos, tres españoles y tres franceses, en el Príncipe de Asturias  enarbola su insignia el teniente general Federico Gravina, y en el primero de la línea el San Juan Nepomuceno va don Cosme Churruca. En la Segunda División otros seis navíos, tres españoles y tres franceses, en el último de la línea embarca don Dionisio Alcalá-Galiano; van también en esta división dos fragatas y un bergantín, todos franceses. A continuación, va el Cuerpo Fuerte o Línea de Batalla, encabeza la formación la Segunda Escuadra o Vanguardia, con 8 navíos, tres españoles y cinco franceses, en cuarto lugar, el Santa Ana, con la insignia de Ignacio Álava. A continuación, la Primera Escuadra o Centro, con nueve navíos, tres españoles y seis franceses, en cuarto lugar, el Bucentaure, con la insignia del vicealmirante Villeneuve, comandante de la Escuadra, y en quinto lugar nuestro Santísima Trinidad, con el jefe de escuadra don Baltasar Hidalgo de Cisneros. Por último, la Tercera Escuadra o Retaguardia con ocho navíos, tres españoles y cinco franceses, comandada por el contralmirante Dumanoir, que iza su insignia en el Formidable, situado en cuarto lugar.

La composición, con no ser nueva, no estaba desacertada, pues un conjunto de 33 navíos difícilmente podía ser comandada por un solo almirante, además así se daba un mando independiente al segundo jefe aliado. Además, eso permitía a la Escuadra de Observación una cierta movilidad, que en ocasiones podía servir para envolver al enemigo. Pero tendremos ocasión de ver como esta disposición fue arrojada por la borda, gracias a las dudas de Villeneuve. Según el “Estado que manifiesta la fuerza…” firmado por Escaño el 19 de octubre en Cádiz, había 11.847 individuos embarcados, con lo que podemos comprobar que llevaba más hombres de los reglamentados, aunque la mayoría de los soldados eran del Ejército. En cuanto a la artillería, recordemos que se habían sustituido piezas pequeñas de a 8 en cubierta por carronadas y obuses. Los españoles, en contra de la opinión de los franceses, si habían confiado en el incremento de su artillería. La flota tenía cuatro navíos de tres puentes, todos españoles. Mientras que las fragatas y bergantines eran franceses. Los 15 navíos españoles tenían más potencia artillera que los 18 franceses, especialmente a corta distancia. Los franceses llevaban embarcados en sus 18 navíos unos 11.000 hombres. Y basaban su forma de combate en el abordaje, más que en el uso de la artillería.

En cuanto a los británicos, Nelson había organizado la flota en dos columnas de ataque, compuestas por: Columna de Nelson o Weather (Barlovento), con 12 navíos, incluidos el Victory, buque insignia; y Britannía, con el contralmirante Northesk. La otra columna era la Columna de Collingwood o Lee (Sotavento), con el Royal Sovereing, como buque insignia y compuesta por 15 navíos. Además de cuatro fragatas, una goleta y un cúter. En cuanto a las dotaciones, sumaban en total unos 17.000 hombres embarcados en los 27 navíos. En cuanto a la reiterada opinión de que la marinería británica era superior, ya debatimos ese aspecto en capítulos anteriores. Insisto que fueran superiores en aspectos marineros, por su continuo navegar. En lo que respecta al artillado de los buques ingleses, estos habían prescindido de los cañones de a 42, por considerarlos demasiado pesados, llevando, salvo alguna excepción, caños de a 32 libras en la primera batería. Recordemos que las libras inglesas eran algo más pequeñas que las aliadas, en una proporción de 8 a 9, con lo que, a la igualdad aparente de calibre, la bala aliada pesaba algo más.

EL HMS Victory encabezando la flota inglesa

Pasemos a comentar, el comportamiento de ambas flotas, en lo que se refiere a la táctica. Insistiré en la superioridad que a la flota británica le daba el genio de Nelson. Ya en su memorándum de 10 de octubre, daba instrucciones muy concretas a los hombres a su mando. Consideraba imposible hacer una sola línea de combate con 40 navíos, dividiendo así sus fuerzas en dos columnas de 16, más una escuadra avanzada de 8 navíos, que dependiendo de las circunstancias podían reforzar cualquiera de las otras dos. Daba detalladas instrucciones para el ataque en función de la aparición del enemigo por barlovento o sotavento. En resumen, tácticamente, Nelson se podría equivocar en función de las variables que siempre pueden intervenir en un combate naval, pero se adelantaba a los acontecimientos, dando instrucciones claras a los mandos a su cargo, y respetando siempre poder maniobrar según las circunstancias.

Escuadra de Gravina

Pero volvamos a la salida de Cádiz, de la flota combinada. Debía salir primero la división de Magnon, integrada por la Escuadra de Observación de Gravina, y así se hizo, cambiando algunos cañonazos a muy larga distancia con las fragatas inglesas de vigilancia. Y así paso todo el día 19, sin tener que lamentar, por ambas partes, una sola baja. A las 06:30, Villeneuve hizo la señal para que zarpara toda la flota, cosa que se hizo a partir de las 7 de la mañana. A continuación, ordenó la navegación en cinco columnas: tres del Cuerpo Fuerte a sotavento y dos de la Escuadra de Observación a barlovento, navegando todos hacia el Estrecho de Gibraltar. Al divisar Gravina 18 velas enemigas, lo comunicó inmediatamente a Villeneuve, el cual ordenó formar la línea de batalla mura estribor, sin ningún orden en cuanto a los puestos. Maniobra complicada, por pasar de cinco a una línea, lo cual se pudo realizar a eso de las 20:00 horas. Con esa orden de Villeneuve la Escuadra de Observación, había dejado de ser un cuerpo independiente, listo para acudir en ayuda del punto necesario. Convirtiendo, además, la formación en una larguísima línea de 33 buques, encabezada por Gravina y sus buques, pero ideal para las tácticas de corte y envolvimiento británicas. La proximidad del enemigo hizo temer el encuentro inmediato, por lo que se tocó generala, aunque nada paso esa noche. 

Amaneció el día 21 con la flota combinada mura a estribor, con la línea mal formada y sin un orden de puestos que alejaba a los jefes de sus puestos, mientras el enemigo apareció formado en dos columnas y a barlovento, dispuesto a cortar la línea aliada. Villeneuve tomó su segunda y desastrosa decisión: ordenó a las 08:00, virar en redondo a un tiempo, arribando luego para quedar mura a babor, con la intención de proteger su retaguardia y encontrarse viento a favor, por si decidía regresara Cádiz. Este giro era una verdadera locura, en barcos poco entrenados en esa maniobra, que solo podía conducir al caos. La retaguardia de Dumanoir y parte del centro consiguieron virar con alguna facilidad, aunque dejando huecos. Pero en el resto del centro, vanguardia de Álava, y la Escuadra de Observación de Gravina, el movimiento consiguió un auténtico apelotonamiento de navíos, que facheaban para no abordarse unos a otros. Con lo cual era imposible cualquier intento de hacer fuego contra los buques enemigos, que a la vista de la “genial” maniobra, a toda vela, se lanzaban sobre ellos, dispuestos a atravesar la línea aliada por los huecos que la maniobra había creado. Nelson era, indudablemente, un genio, pero Villeneuve acababa de servirle la flota aliada, en bandeja de plata.

Producida la desastrosa virada, ordenada por Villeneuve, el escenario de la flota combinada es dantesco: la retaguardia se ha convertido en vanguardia, hay barcos que aún están realizando la maniobra, otros la han acabado, nadie sabe el orden en que hay que situarse, hay distancias entre algunos barcos por los que podría pasar toda una división enemiga, y lo que es peor: nadie sabe lo que hay que hacer. Todos pendientes de las banderas de señales. Mientras tanto, veamos que pasa en el otro bando.

Horatio Nelson

Nelson, obsesionado por capturar al almirante enemigo, hizo rumbo sobre la Primera División del Cuerpo Fuerte, donde estaba el mando de Villeneuve, en el Bucentaure. Esta división constaba de siete navíos, pero gracias a la maniobra, tres de ellos quedaron sotaventados y que no participaron en la batalla, y que regresaron a Cádiz, sin apenas daños. Dicho lo cual, solo quedaban cuatro navíos: San Agustín, Santísima Trinidad, Bucentaure y Redoutable, para hacer frente a 13 ingleses, cinco de ellos de tres puentes. Iba en cabeza de la formación inglesa el Victory, que pronto empezó a recibir las andanadas contrarias. Nelson pretendía cortar la línea entre el Santísima Trinidad y el Bucentaure, vista la intención, el primero facheó para estrecharse con el Bucentaure, por lo que Nelson tuvo que virar y dirigirse al Redoutable. Inmediatamente comenzó la lucha, siendo en este momento cuando Nelson fue herido mortalmente por el disparo de fusil, efectuado desde una cofia, cuando paseaba por el alcázar. Pero aquí surge una pregunta: ¿Por qué no había tiradores ingleses en las cofias? Lo que hubiera, posiblemente, salvado la vida de Nelson. Pues parece ser que esto se debe a una orden directa del almirante inglés, con el argumento que solo servía para provocar incendios en las velas propias. Cuando la dotación del Bucentaure, se preparaba para abordar el Victory, apareció el tres puentes Temeraire, para sacar del atolladero a la desanimada marinería del Victory.

El combate se transformó en desigual, produciéndose enfrentamientos de dos buques ingleses contra uno español. Villeneuve, había hecho señales de socorro a la división de Dumanoir, de siete navíos, que constituía la retaguardia del Cuerpo Fuerte, pero que ahora, debido al viraje¸ era la vanguardia de toda la flota combinada. Dumanoir no tenía enemigo con quién enfrentarse, había visto las señales de socorro de su jefe, pero optó por no hacer nada durante largas horas.

Una vez más la táctica británica salió a relucir: los barcos no se ponían de costado a sus enemigos españoles, atacándoles por aletas y amuras, buscando así los ángulos muertos de sus baterías. El Bucentaure no tardó en caer, y mientras el almirante en jefe se rendía, el Santísima Trinidad y el San Agustín seguían resistiendo, aunque en penosas condiciones, el primero estaba ya sin palos y acribillado. Tanto es así que sus enemigos creyeron que se rendiría, pero los españoles respondieron negativamente y les señalaron a la división de Dumanoir, que por fin, acudía en auxilio del centro. Imposible saber las razones que tuvo Dumanoir para tardar tres horas en intervenir. Si sus siete navíos se hubieran unido a los cuatro que se defendían, más los tres que incomprensiblemente se escabulleron, hubieran sido muy superiores a los enemigos y probablemente el resultado hubiera sido bien distinto. Pero tampoco Dumanoir hizo algo destacable, se limitó a hacer una pasada al grupo que atacaba al Santísima Trinidad y al San Agustín, para seguidamente orzar, no poniendo rumbo a Cádiz (punto de reunión), sino al Atlántico, acabando para él, el combate. El Neptune, mandado por Cayetano Valdés, pertenecía a la división de Dumanoir, pero se separó de los navíos que se separaban del combate. Preguntado que cuál era su objetivo, se limitó a contestar al fuego. Alcanzado por el Minotaur y el Spartiate, comenzó el desigual combate, en el que cayó herido Valdés, con resultado desastroso para el Neptune

Haciendo un resumen, 13 navíos británicos, cinco de ellos de tres puentes, lucharon contra cinco de la flota combinada, de los que solo el Santísima Trinidad, era capaz de hacer frente a los tres puentes ingleses. Resultó heroica la resistencia de éste último, junto al Redoutable y al San Agustín; el francés se quemó, literalmente, en poco más de dos horas, intentando el abordaje.

Un combate muy diferente fue el librado por el segundo jefe inglés, Collingwood y su columna, compuesta por 15 navíos, contra los 17 navíos aliados restantes. La columna de Collingwood arribó casi en paralelo a la desastrosa masa de buques enemigos, cortando su línea por varios puntos simultáneamente. El ataque dio lugar a una confusa melé, con los barcos facheados para no abordarse entre ellos, que permitió a los navíos ingleses acercarse impunemente. Cada buque de Collingwood se dirigió a la popa de un aliado, que era la parte más vulnerable de un navío de la época. Tras la descarga el buque atacante orzaba y atacaba por sotavento, buscando como ya hemos visto, cañonearlo por aletas y amuras. El primer buque británico en cortar la línea aliada fue el Royal Sovereing de Collingwood, un poderoso tres puentes que se dirigió hacia la popa del Santa Ana, mandado por Gardoqui y donde lucía su insignia Álava. El matalote del navío español, el francés Fougueux, dejó un hueco por el que entró el inglés, descargando su artillería en la popa del español y atacándole a continuación por estribor desde sotavento. Pero inmediatamente que el Royal Sovereing, se puso por su costado, el Santa Ana, le lanzó una tremenda andanada, que hizo escorar el navío inglés, iniciándose así un duelo entre los dos. Pero ahora el Belleisle, pasó por la popa del Santa Ana, lanzándole una andanada. El Fougueux, tras unos disparos contra el Belleisle, se retiró hacia el centro de la línea aliada, donde sería víctima del Temeraire y del Victory. Solo el Santa Ana, tras duro combate y con Álava y Gardoqui heridos, tuvo que rendirse, dejando al Royal Sovereing, en tal estado que Collingwood tuvo que trasladarse a la fragata Euryalus.

Muerte de Churruca

No dejaremos este relato, sin hacer una mención al comportamiento que en esta batalla tuvo el San Juan Nepomuceno de Churruca. Desde el primer momento tuvo que hacer frente a varios buques enemigos, entre ellos el tres puentes Dreadnought. El valor, la pericia y la determinación de Churruca han quedado como proverbiales. Llegando incluso a disparar, personalmente, alguna pieza. Acababa de hacerlo cuando fue mortalmente herido, como lo fue su segundo, el capitán de fragata don Francisco Mayna, tomando el mando el jefe de una de sus baterías el teniente de navío Joaquín Núñez, que con tres enemigos batiéndole a corta distancia, y ante el estado del buque, no le quedó más remedio que rendirse al Dreadnought, con la admiración de sus enemigos por su brava resistencia. También falleció en esta jornada, por una bala de cañón, Dionisio Alcalá-Galiano, al mando del Bahama. También cayó el Algesiras, tras la muerte de contralmirante Magon, incendiado por el fuego enemigo, y volando con toda su dotación. Mientras en el Príncipe de Asturias, fueron heridos Gravina y Escaño; el poderoso tres puentes estaba muy averiado, por lo que tuvo que arbolar señal de retirada y de necesitar remolque. Acudieron en su auxilio, varios navíos, y por fin pudo ser remolcado por la fragata Thermis, a Cádiz. Por último, llama la atención que, con Nelson muerto, Collingwood trasbordado a una fragata y Villeneuve prisionero, el único de los mandos principales que mantenía su insignia en su buque, fuera Gravina.

Tras aquella carnicería, llego la noche, y al amanecer del 22, se presentó el temporal. Dumanoir en el Atlántico, una parte de la flota aliada fondeada en Cádiz o a su entrada, y los británicos custodiando sus 17 presas. La situación de estos era peligrosa pues el viento los empujaba hacia la costa. Todo indicaba que, heridos Gravina y Escaño, se resignarían. Nada más lejos de la realidad, convocaron consejo de guerra en el Príncipe de Asturias, y ordenaron una salida para intentar rescatar las presas. Pero con el temporal en pleno auge, hubo que aplazar la salida para el día 23.

Muchos navíos no pudieron llegar a puerto

La división al mando del capitán de navío más antiguo, el francés Cosmao, estaba compuesta por siete navíos, tres españoles y cuatro franceses, además de fragatas y bergantines. El hecho está plagado de heroísmo, más tras haber sido vapuleados hacía escasas horas, y teniendo enfrente a los 27 navíos ingleses y posiblemente los seis navíos que no habían participado en la lucha. Collingwood, interpretó que la fuerza de rescate era superior, por lo que dio orden de soltar parte de las presas, incluso con las dotaciones inglesas. Solo quedaron en su poder el Bahama, el San Juan Nepomuceno, el San Ildefonso y el Swiftsure. En los Santa Ana, Neptuno, Algesiras y Bucentaure, al ver el intento de socorro, redujeron a las dotaciones de presa y se liberaron. Los ingleses evacuaron a los aprensores y prisioneros del Santísima Trinidad, no así a los agonizantes, que se fueron al fondo del mar con el navío. Lo mismo pasó con los Argonauta y Redoutable. Muchos son los casos que tuvieron lugar en diversos navíos, pero baste con imaginar el desastre que se produjo después, con los barcos estrellándose contra los arrecifes. Extraordinaria fue la labor de los habitantes de toda la costa, recogiendo náufragos.

Collingwood, ofreció el día 27 al gobernador de Cádiz, general marqués de la Solana, desembarcar a los heridos por no poderlos atender en los barcos o en la cercana Gibraltar. Tanto Gravina como el marqués contestaron que, quedaban libre los oficiales, marineros y soldados de las dotaciones de presa británicas, y solicitaban un canje de prisioneros, a lo que accedió el almirante inglés.

Creo haber llegado a la parte, más desagradable y, posiblemente, menos interesante para los lectores. Pero el combate de Trafalgar; necesita tener un punto final. Y a mí no me parece bien colgar el clásico cartel: FIN.

La columna de Nelson tuvo 158 muertos, entre ellos el propio almirante, y 431 heridos. La columna de Collingwood, 289 muertos, entre ellos 6 comandantes, y 831 heridos. Tuvieron los franceses, ocho navíos apresados, de los cuales fueron recuperados tres y cuatro naufragaron. Cuatro participaron en el contraataque de rescate posterior. Uno incendiado. Y otros cuatro tuvieron el desastroso “honor” de huir con Dumanoir. Tuvieron 3.312 muertos y 869 heridos. En cuanto a los españoles, 10 navíos fueron apresados, uno de ellos durante el contraataque de rescate, dos de ellos fueron recuperados, y cinco naufragaron. Tres participaron en el contraataque de rescate, naufragando uno de ellos. Y uno incendiado. Con respecto a las bajas, los españoles tuvieron 1.022 muertos y 1.383 heridos.

En cuanto a los mandos protagonistas de la tragedia, Nelson murió en la batalla, siendo enterrado con grandes honores en la catedral de San Pablo. Gravina, no se recuperó de su herida, y murió en Cádiz el 3 de marzo de 1806, siendo enterrado en la iglesia del Carmen, pasando en 1869 al Panteón de Españoles Ilustres que se preveía hacer en la iglesia de San Francisco el Grande de Madrid, y desde 1883 en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz). Fue ascendido a capitán general de la Armada. Villeneuve, tras ser hecho prisionero, fue liberado. En su viaje a París para enfrentarse a un consejo de guerra, por su penosa actuación, se detuvo en Rennes, apareciendo el 22 de abril de 1806 muerto en su habitación con cinco puñaladas en el pecho. Collingwood no tardó en seguirlos, muriendo por enfermedad frente a Mahón a bordo de su buque insignia en 1810. 

Panteón de Marinos Ilustres en San Fernando (Cádiz)

Acaba aquí una guerra y da comienzo otra, durante el periodo de 1805 a 1808. Pero ese amigos es otra historia. 

Ramón Martín