Los políticos, frente a la aterradora crisis del coronavirus, vuelven a demostrar que son el peor cáncer de España y la causa principal de nuestras desgracias.
Ni un gesto, ni un detalle, ni una sola renuncia a sus privilegios, ni un descenso voluntario de sus cuantiosos sueldos, ni un gramo de ejemplaridad. Sólo mentiras, engaños, ineficacia, errores fatales, privilegios, bajezas, ausencia de autocrítica, codicia, pensiones de lujo, cobro sin trabajar y, además, respiradores y test de detección del virus garantizados, por ser ellos "personal imprescindible".
En realidad son más prescindibles que los policías, los médicos, los bomberos, los enfermeros y los que se juegan a diario la vida atendiendo al público en sus necesidades, pero ellos son los úricos que se enriquecen y se atiborran de privilegios y ventajas.
Acostumbrados al abuso y la arrogancia, los diputados asistieron al pleno del día 18 de marzo sin mascarillas ni guantes, incumpliendo las normas de sanidad que respetan millones de españoles. Han perdido el respeto a la ciudadanía y a las normas y demuestran, incluso delante de las cámaras, su incapacidad de ser ejemplares y su condición de escoria social.
Se comportan como trileros mentirosos hasta la médula que morirán vendiendo mercancia podrida a los ciudadanos.
Cuando salgamos del pozo del dolor, el acoso del virus y el confinamiento, deberíamos tener muy presente que ellos son los principales culpables de nuestro drama y el gran motivo de escándalo e indignación de una sociedad que contempla con rabia como viven como príncipes sin merecer lo que reciben, sin rendir cuentas a los ciudadanos, que son, en teoría, sus jefes. Los políticos nos demuestran cada día que la democracia española es una estafa.
Un día, dentro de semanas o de meses, volveremos a salir a las calles y abrazaremos a nuestros familiares y amigos. Nos encontraremos entonces una España distinta a la que teníamos cuando nos encerramos, con la economía en agonía y con sus mecanismos rotos, pero dominada por los mismos políticos incapaces. Ojalá seamos capaces entonces de imponer como ciudadanos libres una política distinta, sin canallas e ineptos al frente de España, con el poder en manos de personas ejemplares y sin partidos políticos adictos al abuso y la corrupción.
Ninguno de los políticos y su corte corrompida de subvencionados y privilegiados están dando la talla. Ni siquiera los sindicalistas liberados del sistema sanitario han tenido la decencia de reincorporarse al trabajo para ayudar. Son basura humana sin dignidad.
Los cientos de chiringuitos creados por el poder para colocar a amigos y compañeros de partido no se están cerrando y el despilfarro sigue fiel a su miserable e injusta hoja de ruta, consumiendo recursos que deberían dedicarse a la educación, la sanidad y el pago de pensiones. Sin duda alguna, nuestros políticos son nuestra pesadilla, lo peor de la nación y el gran enemigo de España.
Hay que decir claramente y a gritos que el gobierno, con su retraso en la toma de medidas, ha causado muertes que no deben olvidarse ni perdonarse y que exigen castigo para los culpables. Ya va siendo hora de que el pueblo español, que siempre es la víctima, se rebele contra la bajeza que se ha apoderado de su Estado.
Ha quedado demostrado es que si sobra algo en esta España gravemente herida son 16 ministerios, otras tantas secretarias de Estado, subsecretarias, direcciones generales, asesores, chiringuitos políticos, autonomías despilfarradoras y todo el montaje creado por una clase política para su propio beneficio.
Es impensable que permitamos que el mismo que ha agravado la crisis con su mala gestión y que ha causado cientos de muertos con su negligencia no sólo continúen en el poder sino que, además, pilote la recuperación cuando el virus haya sido derrotado. Hay que sustituir la bajeza por la grandeza en el gobierno de España, por razones de supervivencia.
Francisco Rubiales