[Publicado en "Gastar la vida" - Blog de Cristianisme i Justícia] [Article en català aquí] Hace algunos días, en la concentración a favor de la República y de un proceso constituyente que permita que la ciudadanía escoja el modelo de organización sociopolítica que crea conveniente, bromeábamos con unos amigos diciendo que se nos están acumulando las manifestaciones y las causas… Quizás eso nos pueda dar idea de la magnitud de los problemas sociales que nos aquejan o quizás eso sea la señal de que algo está cambiando, de que la sociedad está cansada, de que se avecina realmente un cambio de época.
Yo que me he criado en una familia y en un barrio de clase media rasa, que he sido parada de larga duración y que me caí del guindo de la meritocracia hace algunos años, confío realmente en ello.
Porque tal como afirma reiteradamente Teresa Forcades, el cambio no llegará nunca si no lo promueven las bases y para ello se necesita un verdadero compromiso con la lucha por la justicia social. A pesar de lo belicoso del término “lucha”, creo que es la palabra más adecuada si tenemos en cuenta la 4ª acepción del diccionario: “Esfuerzo que se hace para resistir a una fuerza hostil o a una tentación, para subsistir o para alcanzar algún objetivo”. Y eso hacemos, resistir a la hostilidad, a la represión, al abuso, a la infamia, a la resignación, a la desfachatez…
Y es que ahí está el quid de la cuestión: en ese “rearme interior”, en la fuerza colectiva y en la toma de conciencia y el empoderamiento de las trabajadoras y trabajadores que sufren los recortes, las políticas de “austeridazo”, la precariedad, los desahucios, los despidos, los EREs, la exclusión, el empobrecimiento… Porque en nosotros/as está la clave de la transformación social para que no pisoteen nuestros derechos que son, en definitiva, derechos humanos. Esos derechos que, como dijo José Martí en su momento, “se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan”.