A Sara Rueda, con quien comparto, entre otras cosas, el amor por las milanesas
-El problema es el concepto de finitud -dije, con la boca llena de papas fritas.
Estábamos en la casa de J., ahora buen amigo. Tuvimos nuestros vaivenes sentimentales hace mucho, en otra vida, pero desde hace algunos años conseguimos mantenernos en un estado que la persona del tiempo definiría como de mar rizada-marejadilla, con momentos de marejada.
Éramos cuatro. Estaban, además de J. y yo, P. y A. con quienes, desde que nacieron, nos une un profundo sentimiento de afecto y, en los últimos años, una divertida admiración. Hacía mucho que no nos veíamos y J. había prometido hacer milanesas con papas fritas, como antes.
-Es verdad, es verdad -dijo A., muy serio. Dejó los cubiertos al costado del plato. Parecía compungido.
-Hasta los treinta años no aparece en tu universo el concepto de finitud -dije, y me metí un bocado de milanesa, un cuadrado de unos cinco centímetros de lado, en la boca, aún sin haber terminado de tragar las papas fritas-. Y entonces, ¡tain! Aparece, crece, se desarrolla. Como un virus, como una bacteria. Vas descubriendo que eres mortal, que te vas a morir. Que hay tantísimas cosas que no hiciste y te hubiera gustado hacer. Que vas a desaparecer de la faz de la tierra en breve. No importa si faltan once años o treinta y siete. Van a seguir estando allí los árboles, las flores, la lluvia y el mar. Pero tú no vas a estar ahí. Tú no.
-Es tan real lo que dices -P. bebió un sorbito de vino-, tan tremendo...
A veces comíamos las milanesas con puré, pero personalmente prefiero las papas fritas y estas estaban buenísimas. Brillaban como soles en miniatura, doradas, crujientes. Me serví de la fuente a mi plato. Incliné la fuente y dejé que se deslizaran, que vinieran a mí.
-La muerte está ahí, de pronto te das cuenta -milanesas, me serví otra milanesa. Había mayonesa, había mostaza, dudé. Apreté un limón. Milanesas como mapas de Oceanía, milanesas como rostros del pasado, milanesas-. Y ves cómo se derrumba todo tu orden de prioridades. Te crece una tristeza que es un pozo, una hondura difícil de clasificar, la sensación de caer que sólo habías experimentado en sueños.
-Está bien, es verdad - J. jugaba con el tenedor a pinchar restos de pan rallado que habían quedado en su plato-. Pero parece más que nada descriptivo, como un enunciado. Quiero decir, no veo propuesta. Te falta decir algo más, no sé.
-No -dije-. El problema no tiene solución, eso está claro. Pero el solo hecho de mencionarlo hizo que se quedaran pensando y yo me pude comer casi tres milanesas. Me pareció que no iban a alcanzar para todos, la verdad que por un momento me preocupé.