Para demostrar su adaptación plena a una sociedad que le exige ante todo obediencia, Marcello acepta realizar una misión, que habrá de culminar con el asesinato de un disidente, en plena luna de miel. Para ello deberá visitar a un antiguo profesor en París y señalar su presencia en la capital francesa para que unos sicarios se encarguen de matarlo. La extrema inmoralidad de esta actuación no debe plantearse. Pertenecer a un Estado totalitario significa que la individualidad está subordinada a un fin superior. Así pues, tomar parte de un asesinato que va a - presuntamente - favorecer al propio país es una buena manera de asegurarse una vida tan confortable como ordinaria: un piso de una zona de clase media para criar a cuantos hijos tengan que venir, la existencia gris propia de un funcionario de la época.
Pero los remordimientos se acentúan con la caída del fascimo. De pronto la masa empieza a adorar a nuevos ídolos. Los que veneraban a Mussolini de pronto escupen sobre sus esculturas con la misma naturalidad. La posición de Marcello, sus modestos logros de normalización social y económica, están comprometidos:
"Para él se necesitaba un éxito completo del gobierno, de aquella sociedad y de aquella nación; y no sólo un éxito exterior, sino también íntimo y preciso. Sólo de este modo, lo que normalmente estaba considerado como un delito común, se convertiría, en cambio, en un paso positivo en una dirección necesaria. En otros términos, gracias a fuerzas que no dependían de él, tenía que operarse una transmutación completa de los valores: lo injusto tenía que volverse justo; la traición, heroísmo; la muerte, vida. En este punto sintió la necesidad de expresar con palabras llanas y sarcásticas su propia situación y pensó con frialdad: "En conclusión, si el fascismo fracasa, si todos los canallas, los incompetentes y los imbéciles que están en Roma llevan la nación italiana a la ruina, entonces yo no soy más que un asesino." Pero de inmediato corrigió mentalmente: "Y, sin embargo, estando como están las cosas, no podía actuar de otro modo"."
Pero El conformista no es solo una novela moral, sino también psicológica. Aunque el protagonista absoluto es Marcello y prácticamente todo lo vemos a través del filtro de sus pensamientos, los personajes secundarios adquieren gran importancia en la trama, sobre todo el triángulo tan frustante que llega a formarse entre él, su mujer y la del profesor Quadri, el hombre que debe ser aseinado, algo que se refleja también en la adaptación cinematográfica filmada por Bertolucci. El director italiano intenta realizar una obra que refleje los ecos morales de la novela de Moravia, pero también aprovecha para entregar un producto estéticamente fascinante: cada encuadre, cada escenario (con gran importancia de la arquitectura fascista en la primera parte del filme) está primorosamente llevado a cabo y la fotografía de Vittorio Storaro, con esa preponderancia de los tonos azules y rojos, es realmente llamativa, hasta el punto de que Coppola lo llamaría unos años más tarde para Apocalypse Now. Para quien acaba de leer la novela, empaparse de su complejidad psicológica, la película resulta un complemento muy estimulante, una visión muy personal del mundo creado por uno de los mejores escritores europeos del siglo XX.