La importante empresa para la que trabajaba el contable le confirió, con el tiempo, mayores cargas de responsabilidad, hasta el extremo de confiarle el control absoluto de las cuentas, dada su sólida profesionalidad y probada eficacia al frente de los libros de contabilidad. Había demostrado con creces su habilidad para cuadrar al céntimo los balances y, en ocasiones, no eludir las indicaciones de maquillar movimientos atípicos de capital para que no perjudicasen a la empresa ni a sus propietarios. De este modo, llegó a conocer secretos o irregularidades que afectaban a todos, por lo que su peso en la empresa llegó a ser enorme y su labor, imprescindible. De igual forma, sus emolumentos también se incrementaron considerablemente, lo que se trasladó a su nivel de vida y a un ascenso social entre las clases acomodadas. No en balde era el responsable de cobros y pagos a proveedores, clientes y empleados de la empresa, así como de autorizar las nóminas, pagas extras, gratificaciones y cualquier gasto complementario con el que se retribuyera al personal. Incluso las percepciones a la dirección y los altos ejecutivos, junto a sus gastos de representación y pluses, en metálico o mediante tarjetas, debían contar con su visto bueno. No entraba ni salía un euro de aquella empresa sin su conocimiento y autorización.
Pero la situación se torció. Una investigación a la empresa y el descubrimiento de la financiación paralela que mantenía con la dolosa intención de ocultar ingresos, gastos y pagos que no se reflejaban en la contabilidad oficial, ocasionaron la imputación, primero, y la condena, después, del contable y otros cargos de la empresa. Durante el juicio quedó demostrado el enriquecimiento irregular del contable gracias a comisiones, contratos y demás transacciones que una contabilidad fraudulenta favorecía. Y de la que su mujer participaba al mover las ganancias de una cuenta a otra en bancos en los que tenía firma autorizada. Eso era lo que más dolió al contable, pues ella también había sido condenada a penas de cárcel, por cómplice. Y lo que hizo que creciera la inquietud en la empresa, donde temían que ahora el contable, por salvarla como fuera, revelara hasta dónde alcanzaba la trama corrupta en aquella organización, en la que él era un simple pero lucrativo contable.