Pedro Sánchez tiene decenas de razones para dimitir, pero no piensa hacerlo, ni siquiera cuando sea imputado por la Justicia. Esas garras clavadas en el sillón del poder es una vergüenza para todo el mundo libre y decente. En cualquier otro país serio del mundo habrían dimitido sus gobiernos por menos lacras y bajezas de las que acumula Pedro Sánchez.
Cualquier ciudadano medianamente informado podría enumerar una docena de razones para que Sánchez dimita: el caso Koldo y la compra fraudulenta de mascarillas en lo peor de la pandemia; las investigaciones sobre su esposa, Begoña Gómez, por tráfico de influencias y malversación; el escándalo de Ábalos y el «caso Delcy»; la amnistía a cambio de votos; la ley del "solo sí es sí" que permitió la excarcelación de delincuentes sexuales; el pacto con Bildu para gobernar en Navarra y en decenas de ayuntamientos; el acercamiento masivo de presos etarras; la derogación del delito de sedición y la rebaja de la malversación a medida para Puigdemont y compañía; la entrega de competencias del Estado al separatismo catalán a cambio de siete escaños; la manipulación descarada del Consejo General del Poder Judicial, del Tribunal Constitucional, del Tribunal de Cuentas, del CIS y de RTVE…
La lista es tan larga que resulta agotadora. Y, sin embargo, Sánchez no dimite. Ni dimitió cuando se demostró que mintió en su tesis doctoral, ni cuando mintió sobre los pactos con Bildu, ni cuando mintió sobre la amnistía («en mi vida voy a aceptar una amnistía»), ni cuando mintió sobre los indultos, ni cuando se demostró que su Gobierno fue el más corrupto de la democracia en tiempo récord.
No dimitirá aunque el juez le impute, como parece cada vez más probable. No dimitirá porque no puede: el sillón no es ya un asiento, es una garra metálica que le atraviesa la carne y le impide soltarse sin desgarrarse entero.
En cualquier país occidental mínimamente serio —Reino Unido, Francia, Alemania, Canadá, Australia, Países Bajos, Dinamarca…— un solo escándalo de esta magnitud habría provocado la caída inmediata del Gobierno. Boris Johnson dimitió por una tarta de cumpleaños en Downing Street durante el confinamiento. Liz Truss dimitió por un plan fiscal que duró menos de dos meses. En Francia, un ministro cae por una cena con langosta.
En España, Pedro Sánchez acumula cadáveres políticos y éticos en el armario y sigue paseándose por el hemiciclo como si nada.
¿Por qué? Porque el sanchismo no es solo un Gobierno. Es un régimen que se sostiene gracias a un contubernio entre quienes, por motivos distintos, odian o desprecian la idea misma de España como nación libre, soberana e igualitaria.
En ese contubernio militan los partidos canallas de la vileza, desde los herederos de los asesinos de ETA a los comunistas teñidos de rojo sangre, herederos directos del estalinismo y del maoísmo, sin olvidar a mercenarios vascos del PNV y golpistas catalanes de toda estirpe corrupta.
Todos ellos, juntos, suman una mayoría parlamentaria que permite a Sánchez seguir en La Moncloa, aunque el 70 % de los españoles desapruebe su gestión, según las encuestas serias.
Sánchez no gobierna España: gobierna contra España. Y lo hace gracias a la cobardía de las grandes instituciones defensivas de la nación, desde la Monarquía y la Milicia, con la complicidad de una parte de la prensa adicta, de un sector de la judicatura intimidada y de unas instituciones que ha ido colonizando a toda velocidad.
Este no es un Gobierno débil que se agarra al poder por supervivencia. Es un proyecto deliberado de destrucción nacional que se siente fuerte porque sabe que, mientras mantenga unidos a los enemigos de España, nadie le podrá echar. Ni la Justicia (a la que intenta neutralizar), ni la oposición (a la que intenta ilegalizar o deslegitimar), ni la Corona (a la que ha convertido en convidado de piedra), ni la calle (a la que ignora o reprime).
El sanchismo es, en definitiva, el contubernio de la vileza: la alianza de quienes prefieren destruir un país antes que renunciar a un solo gramo de poder. Y mientras ese contubernio siga funcionando, Pedro Sánchez no dimitirá porque sabe que, si suelta el sillón, se desmorona todo el castillo de naipes que ha levantado sobre la ruina moral e institucional de España.
España merece algo mejor que este océano de vileza, bajeza y poder prostituido.
Francisco Rubiales