Daniel de Pablo Maroto, ocd
“La Santa” (Ávila)
El día 24 de agosto, recuerda la familia del Carmen Descalzo —monjas, frailes y laicos— la fundación por doña Teresa de Ahumada del convento de “San José” en Ávila el año 1562. ¡Buen día y ocasión para recordar a su entrañable amigo, el obispo don Álvaro de Mendoza, defensor y protector del convento y su obra reformadora. Fue nombrado obispo de Ávila en 1560 y ocupó la sede hasta el 1577, destinado a la diócesis de Palencia.
Recordemos, en primer lugar, su relación con el convento de San José, en cuya fundación sucedieron cosas extrañas. Por ejemplo, la petición del Breve o licencia para la fundación, el 7 de agosto de 1561, no la hizo doña Teresa, sino su amiga Guiomar de Ulloa y su madre doña Aldonza. El convento no estaría sometido a la jurisdicción de la orden del Carmen, no obstante que la fundadora era una monja carmelita, sino “bajo la obediencia y corrección del Venerable en Cristo padre, por la gracia de Dios obispo de Ávila”, sin nombrarle personalmente. Roma respondió casi con las mismas cláusulas usadas en la petición por aquello de que de Roma viene lo que a Roma va.
Y lo más extraño es que, cuando se pide y se expide en Roma el Breve, ya había tomado posesión el obispo que entró oficialmente en Ávila en abril de 1561, aunque “solía faltar de allí muy de ordinario” , según los biógrafos Tomás de Jesús – Diego de Yepes. Total, que el obispo, al parecer, no se enteró de la trama de la nueva fundación y doña Teresa y sus amigos abulenses tuvieron que conseguir su aprobación por caminos tortuosos. Es cierto que, cuando se inauguró el monasterio de San José, el obispo don Álvaro no conocía a la fundadora personalmente, aunque Teresa hubiera podido hablar con él a la vuelta de Toledo —a finales de junio o principio de julio de 1562— porque estaba en la ciudad: “Hallé aquí al obispo y al santo Fray Pedro de Alcántara”, escribe (Vida, 36, 1). ¿Por qué no lo hizo? Quizá por ser un desconocido, de alta alcurnia social, y esperaba ayudarse de sus amigos abulenses para hacerlo.
El primero que intervino en el asunto fue fray Pedro de Alcántara mediante una carta en agosto de 1562 en la que hace una apología de la fundadora como “una persona muy espiritual y con verdadero celo” en la que “mora el Espíritu del Señor”. La hermosa y verídica recomendación de Teresa y su proyecto reformador no tuvo éxito y por eso el viejo asceta franciscano optó por otros medios más expeditivos.
En un segundo momento, él y un grupo de amigos abulenses fueron a visitar al obispo residente en El Tiemblo; pero se encontraron con la negativa de don Álvaro, cerrado en su idea de que “no convenía fundar monasterio de monjas pobre adonde había tantos que lo eran en lugar tan pobre como Ávila”; y eso era precisamente lo que pretendía la fundadora Teresa: vivir de la Providencia, no de las “rentas” del capital. Ante tanto fracaso, optaron por una última tentativa que tuvo éxito: el santo y achacoso franciscano fue al pueblo y convenció a don Álvaro para que visitase a doña Teresa en La Encarnación, como así lo hizo con “espanto” del secretario, don Juan Carrillo, y de los mismos criados.
No conocemos el discurso de doña Teresa y el calor de su elocuencia verbal o qué pasión puso en sus palabras y razonamientos ni cómo apoyaría las ideas y sentimientos el santo Pedro de Alcántara. Lo cierto es que don Álvaro claudicó, se convenció de la bondad del proyecto e intuyó la sinceridad y limpieza del alma de Teresa, de que la fundación era obra de Dios y aceptó el monasterio de San José y sus monjas como deseaba la Fundadora. El secretario le oyó decir “que totalmente le había mudado Nuestro Señor”.
En consecuencia, desde la inauguración de San José (24 de agosto de 1562), don Álvaro de Mendoza se comportó como un verdadero padre para la comunidad y admiró la empresa fundacional de la madre Teresa, como anotó con frecuencia la cronista en sus obras y cartas. Resumiendo mucho la historia, el hecho de que el convento estaba bajo la jurisdicción y protección del obispo, impidió que el concejo de la ciudad lo clausurase y expulsase a las cuatro novicias que iniciaron la aventura.
Don Álvaro, desde su sede de Ávila, o como obispo de Palencia a partir de 1577, siguió favoreciendo el convento y la obra de la madre fundadora, aun en momentos en que su economía estaba en apuros o en quiebra. Ella le pagó siempre con muchas muestras de cariño y pide a sus hijas de Toledo que, si las visita, “le muestren mucha gracia porque todo se lo debemos”; reconoce “lo mucho que favorece esta orden”, porque en el momento de la fundación y “siempre después nos ha hecho mucha merced” y “gusta mucho cuando alguna [casa] se funda” (Fundaciones, 31, 2). Las fundaciones de Valladolid y Palencia recibieron su apoyo incondicional; y la de Burgos hubiera naufragado sin su intervención.
En otras muchas ocasiones, la ayuda de don Álvaro en la obra reformadora de Teresa fue decisiva. Por ejemplo, consiguió que el general de la orden, P. Juan Bautista Rubeo, visitase el convento de San José; e intercedió, sin duda por instigación de la madre Teresa, para que le diese licencia para fundar conventos de frailes carmelitas descalzos (Fundaciones, 2, 4). Momento triste para don Álvaro fue cuando, trasladado a la diócesis de Palencia en 1577, le propuso Teresa pasar el convento a la jurisdicción de la orden: el obispo cedió, pero, según el testimonio de su sobrina Teresita, “debió de derramar muchas lágrimas”.
Finalmente, fue “uno de los primeros en proponer el traslado del cuerpo de la Santa de Alba a Ávila”; se lo sugirió al P. Gracián, a la priora de San José y, finalmente, al P. Nicolás Doria, provincial. Lo consiguió porque el convento abulense tenía todos los derechos y se realizó el traslado el 25 de noviembre de 1585. Bien poco duró el gozo porque, por maquinaciones e influencias del duque de Alba, fue devuelto al lugar de origen al año siguiente. De momento compensó su pena pidiendo ser enterrado en la capilla mayor de la iglesia. Y allí reposa en un artístico sepulcro y, al otro lado del altar, el sepulcro vacío de la madre Teresa.
Aunque se escribe poco sobre el tema, el amigo don Álvaro tuvo sus desencuentros con la madre Teresa, que siempre obraba fundada en las razones de la razón, o fiándose de su gran intuición y poderosa voluntad y, finalmente, obedeciendo a las voces interiores. Por ejemplo, dice un testigo que, cuando inició la fundación de Medina del Campo (1567), don Álvaro “lo contradijo y resistió con parecer de personas muy doctas y religiosas”. Y de nuevo, la fundadora le convenció de que “era la voluntad de Nuestro Señor”. Pero fue un desencuentro pasajero, porque se vieron en Olmedo, y “se holgó mucho su Señoría del Sr. Obispo con la venida” y le prestó el coche y el capellán Julián de Ávila para que la acompañara.
Mucho más grave fue lo que cuenta el P. Gracián. Don Álvaro acompañaba a la Madre camino de la fundación de Burgos y en la parada de Valladolid sucedió un percance me parece que poco conocido. Teresa quería llevarse a la nueva fundación a Catalina de la Asunción, muy apreciada de la priora, María Bautista, por la ayuda que le prestaba. y apeló al obispo don Álvaro para impedirlo. Parece que le convenció porque dijo airado a la madre Teresa: “¿Ella piensa llevar a Catalina de la Asunción? Pues, ¡voto a mi vida que no nos la ha de sacar de aquí!”. Al final, Teresa se salió con la suya, pero don Álvaro montó en cólera, como recuerda Gracián que le oyó decir: ‘La Madre es terrible. Quiere que todos le sirvamos y no quiere dar contento a ningún amigo’. Al final, triunfó la fundadora, pero ¡a qué precio!
He encontrado en los Procesos de beatificación y canonización otros dichos de don Álvaro referidos a la madre Teresa, pero no caben en un breve artículo y los he reservado para una Biografía más extensa.
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