El convento de San José de Ávila y la plenitud de vida de la fundadora Teresa

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Daniel de Pablo Maroto, ocd
Convento de La Santa-Ávila

El día 24 de agosto recordamos las/os carmelitas descalzas/os la fundación del convento de San José en la ciudad de Ávila, el primero de la Reforma del Carmen Descalzo iniciada por santa Teresa de Jesús en 1562. Tengo interés en vincular su origen y proceso a la plenitud de vida cristiana de la Fundadora. Es sabido que doña Teresa de Ahumada, durante su adolescencia y primera juventud, no fue un modelo de santidad eminente, sino una joven, y monja después, buena cristiana; pero también sabemos que, a la edad de 39-40 años (1554-1555), tuvo una primera conversión ante “un Cristo muy llagado” (Vida,9,1); y la “definitiva”, dos años después y en casa de su amiga doña Guiomar de Ulloa, mientras rezaba el himno al Espíritu Santo, Veni, Creator Spiritus, aconsejada por su confesor jesuita el P. Prádanos (Vida, 24, 5-8).

A partir de esa fecha, en torno a sus 41-42 años de edad, las experiencias místicas fueron frecuentes: primero un cierto sentimiento de la presencia de Dios sin ella procurarlo, las locuciones divinas, visiones, éxtasis, etc.; y así hasta el final de su vida. Y fue la abundancia de esos “fenómenos” la que iba a perturbar su existencia durante años, sobre todo porque algunos de sus consejeros espirituales concluyeron que eran causados por el demonio (Vida, 23, 14 y 25, 14-15); solo los grandes místicos amigos, como san Pedro de Alcántara y san Francisco de Borja, entre otros grandes teólogos, filiaron esas experiencias a la acción de Dios que disponía su persona para las grandes hazañas que tenía que realizar. Recuerdo de paso que, cuando Dios elige a una persona para realizar una misión especial en la Iglesia, les somete a imitar el destino de Jesús: vida, pasión y muerte en la cruz.

Pues bien, fue en ese clima entre la perturbación y la quietud del alma (años 1555-1560) cuando se fue fraguando en su mente el deseo de cambiar de vida en su convento de La Encarnación iniciando una “reforma” de la orden que llevó a cabo con la inauguración del convento de San José en agosto de 1562. Es sabido que el convento de La Encarnación en tiempos de doña Teresa, si nos atenemos a lo que ella escribe en su Autobiografía y otras informaciones del tiempo, no era el mejor lugar para la práctica de la vida cristiana y religiosa, aun admitiendo que puede ser una descripción intencionada para contraponer sus prácticas a su proyecto de reforma de la orden en el convento de San José (cf. el capítulo 7). Su referencia a que muchas monjas venían al convento a “remediarse” es un apunte entre crítico y jocoso de lo que sucedía en su propio convento y evitó en los de su Reforma.

 La reforma del Carmelo iniciada en el convento de San José supuso un cambio de costumbres de doña Teresa que ella ofrece en su Autobiografía. Por ejemplo, la quenotización o rebajamiento de su status social que se observaba en su convento; tuvo que abandonar su amplia celda-apartamento de La Encarnación y sus hermosas vistas de la ciudad, que tanto le gustaba contemplar; la comodidad de un amplio hábitat conventual, la grandeza arquitectónica del monasterio, la libertad para salir de la deficiente clausura y el trato con sus amistades, etc. (Vida, 32, 9-12).

Pero todo lo compensó con algunas novedades como la reducción del número de monjas: de las 200 de La Encarnación a las 12 inicialmente previstas en su primer proyecto con las que vivir la fraternidad comunitaria; gozaba viviendo el Evangelio en plenitud y la Regla del Carmelo “sin relajación”, como dice ella. Sus sueños de ayudar a la Iglesia a “salvar almas” compensaban todos los trabajos dando una dimensión apostólica al encerramiento de las clausuras, uno de los proyectos más dinámicos y enriquecedores de los conventos teresianos.

Pasando a los trabajos más materiales, Teresa compró la casita sin aparecer su nombre, sino con la mediación de su hermana Juana (Vida, 33, 11); pero ella se preocupó de dirigir la operación de acomodar su pequeño hábitat para la vida de una diminuta comunidad (ib. 33, 12). Seguir los relatos de la nueva fundación en los escritos de la historiadora Teresa es uno de los gozos literarios que un lector puede percibir (se aconseja la lectura de los caps. 32-36). Y, al final, concluir con el acta notarial del evento que ningún técnico en la materia podía mejorar:

Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de san Bartolomé […] y con toda autoridad y fuerza quedó hecho el monasterio” (Vida, 36, 5).

Teresa se ocultó a la hora de comprar la casa (era monja en La Encarnación); lo mismo para pedir el Breve de fundación a la curia romana, que lo hizo mediante su entrañable amiga doña Guiomar de Ulloa y su madre doña Aldonza de Guzmán, constando como fundadoras. No refiero aquí los largos trámites curiales para que Teresa, profesa en La Encarnación, pasase como monja descalza al nuevo convento, pero es un proceso digno de nota para un lector de nuestro tiempo. Solo recordar que intervinieron el padre provincial de la orden, el nuncio pontificio en Madrid y hasta el mismísimo papa Pío IV (¡!).

Termino recordando que la fundación de San José no consistió solo en un cambio de residencia de la monja Teresa, sino que se convirtió en fundadora de una reforma de su orden; y en el pequeño hábitat del nuevo convento se iniciaba una escuela de vida evangélica, de espiritualidad, una renovación de las tradiciones del Carmelo. El camino espiritual proyectado y vivido por la fundadora Teresa se convirtió de proceso personal en una escuela de espiritualidad apostólica, abierto y ofrecido a las generaciones de su tiempo y que las futuras han enriquecido.

Las monjas del nuevo Carmelo se encerraban en la clausura del pequeño recinto arquitectónico no para “remediarse” socialmente, ni solo para salvar sus almas mediante la oración y el sacrificio, sino para vivir en plenitud la fraternidad evangélica en el amor mutuo y la igualdad social de las hermanas, el desasimiento y en la verdadera humildad, que es “vivir en verdad”. Esa nueva forma de vivir el Evangelio era eminentemente un medio pacífico de recristianizar las tierras robadas a la Iglesia por las herejías del siglo XVI; y de salvar las almas de los indios de América, condenados al infierno según la mentalidad del siglo XVI. Teresa lloró de pena cuando se enteró de la situación social en la que se encontraban y sin poderlo remediar. Y termino recordando que el proyecto de San José fue posible porque la fundadora Teresa era archimillonaria de gracias sobrenaturales.

¡FELIZ DÍA DE LA REFORMA TERESIANA DEL CARMEN DESCALZO!