El corazón de las tinieblas está basada en una vivencia del propio novelista, que pasó un año navegando las aguas del Congo, y tiene, por ello, elementos autobiográficos. En lo estructural, está escrita como una narración dentro de la narración. Es decir, que aunque el personaje que relata los hechos a sus amigos es Marlow, álter ego de Conrad, quien lo escribe es uno de los amigos presentes en la conversación, lo que le permite situarse en un territorio ambiguo y marginal.
En las primeras páginas de la novela, Marlow nos introduce a la historia que va a contar a un grupo de alegres amigos a orillas del Támesis, haciendo un paralelismo entre la Inglaterra de aquellos días y el país oscuro que debió ser en la época de la conquista romana. Marlow pide a sus amigos que se imaginen ese lugar visto por los ojos del aristocrático capitán de una trirreme: “imagináoslo aquí, en el mismísimo confín del mundo, un mar del color del plomo, un cielo del color del humo, ríos, bosques, marismas, salvajes… siente que la barbarie, la más absoluta barbarie, lo va rodeando”. El refinado romano tiene que vivir en medio de lo incomprensible –y detestable− pero que ejerce una fascinación sobre él: la fascinación del abismo.
De tal modo, en la época en que se sitúa la narración, África representa para Conrad la última frontera de la civilización, el paradigma de lo primitivo, lo salvaje en estado puro. Identificándose con el capitán de la trirreme, Marlow nos describe con una intensidad apasionada la línea oscura e impenetrable de la jungla, la ausencia de caminos, la maleza que se come las veredas y las trochas, que invade al mismo río; nos cuenta la barbarie del salvaje, al que no comprende, al que no intenta comprender, su estulticia y dejadez, pero también la hipocresía del hombre blanco, ganado por la avaricia y la desidia; y deja constancia de la amenaza permanente de lo desconocido, de lo incomprensible, del latido bárbaro de la inmensidad selvática.
Pero las tinieblas que señala el título de la novela no son sólo exteriores, sino también interiores. Nos dice el autor que en el corazón de cada hombre, por más civilizado que sea, hay un resto de salvajismo, un instinto que tira de nosotros y puede absorbernos como un remolino, la tiniebla interior que se comió a Kurtz, una abominación que lo fascinó como los ojos de un hipnotizador.
La lectura de El corazón de las tinieblas quizá no ayude a comprender ni a profundizar mucho en Apocalipse now, una película que está en otra clave, pero es un ejercicio recomendable para quien guste de la buena literatura, recomendable porque nos da una visión de la moral europea frente a la colonización africana, porque nos presenta una foto fija de ese continente hace más de un siglo y, sobre todo, porque aunque en estos tiempos esté cayendo en el olvido, Conrad, incluso traducido, sigue siendo uno de los grandes novelistas del siglo pasado, provisto de una prosa exacta y rica en vocabulario, y un maestro en la descripción y en la disección interior de sus personajes.