EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS MILONGUERAS - PARTE 1 - por Catulo Bernal

Por Sonriksen

Y sucedió que debimos partir, casi apresuradamente. En la madrugada misma de la "Milonga del oriental" juntamos las pertenencias escasas y haciendo un fondo común para arroz, mortadela, fideos, y esas comidas de campamento que son energéticas y baratas al mismo tiempo con el dinero que traíamos, nos acomodamos papa emprender el viaje hacia el impenetrable Paraguayo, a la búsqueda del Infame Tucumano Pastura, que estaba malversando los productos milongueros de "La Bata marketing", e incluso  enseñando un estilo horrible de bailar que ya se difundía en las milongas, como la chorreadura de un pastel  de miel en la bandeja superior de un horno, cayendo sobre una bandeja de la pizza.
Sabíamos que no había ninguna forma de llegar hasta allí que involucrara vuelo. No había aeropuerto, no había peculio.  El portal espacial que desde Barcelona se abre al territorio blando de la Milonga del Oriental, que órbita  al borde del espejismo y la idealización, nos quedaba a trasmano. Recurrimos al transporte del Uruguayo Pococho, una chata choripanera que utiliza para hacer apostolado,  ungir de chimichurri a lugareños reacios - historia que contaremos en otra ocasión - y además le permite mantenerse, para que nos trasladara hasta algún puerto del Parana, donde debíamos - en nuestra loca ignorancia - encontrar un barco fluvial que remontara las aguas y los camalotes hasta nuestro destino. Porque?. Porque creíamos en la fuerza del río como símbolo, porque al igual que el Marlow de Conrad, íbamos a encontrarnos con lo agreste y lo salvaje, en una especie de viaje iniciatico hacia lo primitivo.  En el traqueteo por caminos bacheados y polvorientos, mientras los tarros de salsa y las bolsas mal cerradas con el embutido  nos pedían amparo y temíamos por el destino de nuestros pantalones Romulo Papaguachi recordó una historia que habíamos publicado: la del barquito milonguero de Tomas Soyer, que iba remontando las costas del mar y habilitando el salón para milongas nutridas.
Ojala, dijo , hubiera un equivalente fluvial que nos distrajera del tedio de viajar hacia el norte.
Lo hay - le contesto Pitón Pipeta - en menor escala. Hace el recorrido por todo el Parana llevando milongueros a milongas de costa. Son unos amigos Huguito Flinn y Jimi Gray, a quienes conté la historia y les pareció interesante. llegaron a fletar un barco milonguero en Bahía Blanca, pero la gente se mareaba, se iba fuera de si. expulsaba. No se si me entienden. Así que trasladaron el invento al Parana. y se dedican a transportar milongueros por las seis o siete milongas  litoraleñas que se arman a la vera del río. Les preguntaré por móvil si es posible que nos faciliten la expedición.
No quise preguntarle por el paralelismo literario. En la duermevela del monótono camino, solo interrumpida por algún barquinazo y relámpagos en lejanía la voz de Pipeta hablando por el móvil, sonaba como un tango distorsionado por uno que intentara bailar en tiempo de milonga. Medio soñando vi como los focos de la chata iluminaban a un par de paisanos que venían a caballo en incierta forma. Pareciar tejer una rastra gaucha en lana negra, como  dos apariciones fantasmales al borde del camino. Sentí un goterio sobre las latas de la chapa choripanera. No se si era lluvia, o piedras.
Cuando desperté parecía el río muy avanzado. Había llovido toda la noche y apenas se adivinaba la ruta.  Los campos rebalsaban de agua y las banquinas parecían los canales Venecianos. El cielo era una sólida barra de chocolate con leche vestida con el papel metalizado de la tormenta. Cada tanto veíamos a algún puestero, algun paisano a caballo que en medio de la laguna que era el  sobre explotado campo sojero oteaba el horizonte en busca de respuestas. En una encrucijada quiso parar el Uruguayo para montar el puestito al alba. Pero el viento racheado que levantaba lluvia le hizo imposible prender el carbón.
A la Altura de San Nicolás paramos a desayunar en un parador de carretera. Eran las ocho. Habíamos pasado por suerte: detrás nuestro, la lluvia había cortado la autopista. Un desfile de autobuses que iban hacia la Capital se desviaban para ir por Entre Ríos, mas arriba, en un camino mucho más largo y seguro. Mientras tomábamos el Café con Leche con media lunas dos parejas con vestimenta tanguera ostentosa y con acabados desiguales bailaba tangos que sonaban a algo inidentificable, desplazándose lateralmente. En una vitrina, junto a los sanguchitos de miga y al lado de los típicos compactos apolillados de cumbia y tangos modernos ya caducos vimos una edición barata del "Manual de Pasos para principiantes", de editorial "El Croto", algunos libros  de Coelho y un fajo engomado con estampitas de San Finito Escabiadin, el patrono de los milongueros, a las que le habían acortado y cambiado la oración. A esa temprana hora Entraron al parador un par de milongueros con las mangas del traje negro manchadas en blanco por el sudor.  Habrían venido a un milonga cercana y esperaban para volverse a su pueblo o ciudad, que saliera el autobús o que reestablecieran los caminos. Miraron a las dos parejas y uno murmuro: "De asco no te enseño". Uno pidió un café y el otro una caña quemada, y un Coelho que pagó,  con un paquete de monedas brillantes. Una se cayó sobre el mostrador, y el cantinero se le quedo mirando, largo rato. Previsiblemente el libro adquirido por esa moneda era el Zahir, apropiado por Coelho del original de Borges. Papaguachi como hombre de  radio, desorientado por la música quiso saber que orquesta sonaba. El Cantinero sin desviar la mirada de la moneda dijo "Es La Típica Pastura".
Con Horror  salimos a la mañana. Había en una encrucijada un par de policías apenas resguardados de la ahora llovizna, que con carteles de Entre-Ríos desvío a Buenos Aires, encauzaban como podían  el transito.  Podríamos haber seguido hasta el puerto de San Nicolás, pero aun no era Parana  a esa altura y nos hacia ilusión hacerle una visita a La Muchachada Rosarina, sobre todo Mariana la Musiquera del "Levante", una milonga abierta en un antiguo prostíbulo de Pichincha, Cesar y la numerosa muchachada milonguera de la vieja guardia. Posiblemente serian los últimos vestigios de algo conocido, en nuestro viaje al corazón de las tinieblas milongueras (continuará)