El corazón de un hombre – @CosasDeGabri

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Hacía meses que Sara era otra persona. Los demás, a su alrededor, trataban de disimular por su bien. Lo había pasado tan mal en los últimos dos años que era comprensible ese cambio de actitud.

Sara era una mujer serena, cordial y extremadamente sensible. Desde niña su empatía le hacía llorar con frecuencia, a escondidas, por cualquier cosa triste que percibiera. Era extremadamente tímida, tanto es así que no era infrecuente ver cómo se sonrojaba al hablar de ciertos temas. Pudorosa hasta niveles insospechados, nunca vestía prendas ajustadas, faldas cortas, ni blusas con escote. Sólo se atrevió con un vestido negro que dejaba ver su espalda en la boda de su hermana y causó sensación entre los hombres. Se pasó toda la celebración sonrojada y lloró varias veces a escondidas.

Sara era la persona ideal para hablar, porque sabía escuchar y daba buenos consejos. Aunque era esquiva con los desconocidos, no había un solo día en que no se acercara alguien a ella y le contara algo personal. Un cliente en el trabajo, una señora en la parada de autobús o una dependienta en una tienda. No solo amigos. Ella escuchaba siempre, asintiendo, y deseando huir cuanto antes. Por alguna razón, inspiraba confianza.

Era una trabajadora incansable, que dedicaba la mayor parte de su tiempo a su empresa. Posiblemente lo hacía por su enorme sentido del deber, aunque también para sentirse acompañada. No soportaba la soledad y en casa solo la esperaba su gato. Garfield. Quizá el nombre no fuera original, pero en su estructura mental resultaba inconcebible poner a su gato un nombre que no fuera de gato. La falta de originalidad en ciertos aspectos, no le impedía ser una persona brillante.

Pero un buen día, Sara dejó de ser la que todos conocían. Después de su larga baja por enfermedad, se reincorporó a su mismo puesto en la empresa. La oficina se paralizó por unos momentos cuando cruzó el pasillo haciendo sonar sus tacones. Era la primera vez en siete años que iba a trabajar con tacones, medias de encaje, minifalda ajustada y una blusa que dejaba a la vista el contorno de sus pechos. Sin escote. No lo necesitaba. La melena suelta sobre los hombros. Labios rojos. Las gafas habían desaparecido, dejando a la vista unos ojos verdes preciosos bajo unos párpados perfectamente maquillados. Esa mañana provocó dos erecciones, tres críticas, catorce envidias y algún que otro comentario a sus espaldas. Nadie podía imaginar que debajo de la ropa que solía usar, se escondía semejante loba.

En el trabajo seguía siendo eficiente, pero hablaba más que antes con sus compañeros, bajaba a desayunar, hacía bromas, daba órdenes enérgicas, levantaba la voz de vez en cuando y salía a la hora acordada. Ni un minuto más. Era tan buena como siempre en su trabajo, así que nadie podía reprocharle nada.

Dejó de sentir empatía, de hecho, si algún sentimiento no quedaba a la vista de forma más o menos evidente, le pasaba desapercibido. Dejó de llorar. Comenzó a sonrojar al resto con sus comentarios pícaros, especialmente a sus nuevas amistades. Todos la apreciaban, pero sorprendentemente dejaron de hacerle confidencias y pedirle consejos. Era la persona ideal para pasar la tarde charlando, riendo, incluso sin decir nada. Pero había dejado de ejercer ese magnetismo silencioso que llevaba a los demás a contarle intimidades.

Empezó a salir con hombres y a disfrutar del sexo, la loba exterior que vieron el día de su reincorporación al trabajo, tenía una interior arrebatadora para cualquier hombre. Le gustaba desvestirse y caminar desnuda por el pasillo ante su nuevo amante, mientras éste le seguía hasta el dormitorio para empotrarla con ganas. Su enorme cicatriz en el esternón no hacía que dejara de ser atractiva, sólo arrancaba alguna mirada al principio y ciertas veces preguntas.

No tenía problema alguno en explicar a quien fuera que tuvo un grave fallo coronario y que tras mucho tiempo de espera recibió un transplante. Ahora latía en su pecho el corazón de un hombre, pero ella se sentía más mujer que nunca.

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