Sólo eran figuras del “cordero” que, mediante su sacrificio, glorificaría a Dios en todos sus atributos. Por la fe Abraham, enseñado por Dios, pudo decir con seguridad: “En el monte del Señor será provisto” (Génesis 22:14). Los siglos pasaban, y el cordero prometido fue anunciado como Aquel que debía sufrir. “Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo… para que redimiese a los que estaban bajo la ley” (Gálatas 4:4-5).
Al ver a Jesús, Juan el Bautista dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). En el Gólgota Jesús fue sacrificado, murió en una cruz para liberarnos de la muerte eterna.
El apóstol Pedro dijo: “Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria” (1ª Pedro 1:18-21).
(Amén, Amén)