Nos habíamos quedado sentados sobre unas peñas a la orilla del reguero Almozarra. Terminada la naranja y disfrutado que hubimos de las cercanas vacas, la pradera entre inmensa y agreste, las alejadas colinas, continuamos camino; cuidadosos de no adentrarnos en el bosque de piornos retorcidos, enredadas aulagas, entrelazados brezos acaso de difícil tránsito.
Vistas desde la cumbre: el Montihuero y el Alto de la Cañada que también vimos desde Peña Orniz. Aspía es la modesta loma marrón que aparece a la derecha del Asta.
Pico la Regada de sugerente arquitectura, semeja una tienda de campaña con nervios. Lumajo, población de Laciana, inicio de subida al Cornón, como nuestra Santa María del Puerto.
Cruzamos entre la vacada que a esta hora pace in pacem sin ocuparse de los montañeros que vadean el escueto arroyo Almozarra para senderear la larga ladera por donde en otros siglos esculpiera el hielo vallinas ligeras y serenas colinas para ofrecer a la vista una variada orografía de magia ondulada, surcos de antiguo mar ahora en tiempos de hierba y reposo, acaso espejos de luz verde donde el viento se observa y se escucha en las mañanas de verano cuando los montañeros deslizan suaves pisadas por las laderas mirando lejanos el Pico Aspía a la izquierda, Peña Blanca a la derecha cerrando un circo de vegetal y de piedra.
La laguna del Barroso con el Pico Aspa.
Estamos metidos en el Collado del Barroso y la laguna del Barroso, que parece tener innumerables hermanas menores. El camino en este punto puede parecer dudoso pues nuestras pisadas chapotean entre matorral y apio rastrero, entre potentilla arbustiva del color del terciopelo, la verdosa centaura… Caminamos hasta cruzar el río Trabanco que parece no tener un cauce cierto pues expande sus aguas entre musgos y matorral bajo, dejamos atrás una barrera rocosa de sencillo cruce.
En el Collado del Aspa
A partir de aquí la subida se hace rocosa y de más pronunciada pendiente. Entre sinuoso sendero y espalda sudorosa nos colocamos en el Collado del Aspa, que aún conserva restos difuminados de aquella guerra civil de difícil olvido, muros derruidos de diferentes estancias, muro exterior contra los atacantes y también contra el intenso frío.
Suaves vallinas cortadas por hilos de roca nos colocan ante el último mogote que tenemos que subir cuando nuestros pies están muy cansados y el corazón pletórico de entusiasmo. Ascenderemos por su contrafuerte de la cara Este (este dato como otros muchos, lo sé porque me lo ha dicho Jose) donde, en efecto, el camino está más hollado y sembrado de hitos. NOTA mental: hollar es una de esas palabras cuyo significado es difuso: puede significar algo así como arrasar o destruir, en cuyo caso no me agrada y no lo quiero usar aquí; pero también quiere expresar el camino que deja huella, el sendero realizado con respeto y con unción para que otros lo puedan seguir, cuidar y mejorar. Esta segunda acepción es la que utilizamos los montañeros pues pisamos la montaña con cuidadosa veneración.
Cima del Cornón con su gran hito, el buzón, el vértice geodésico.
Con la lentitud de la fatiga y del asombro llegamos hasta la cumbre donde encontramos un gran hito, debe ser el grito del triunfo, un buzón y el vértice geodésico que señala el punto culminante de cada ascensión. Aquí vuela la fatiga con las alas del halcón peregrino y resuenan ecos de otras risas felices que se unen a nuestro gozo por la jornada exitosa. Aquí la mirada es al cielo y al horizonte donde contemplamos la quietud y el triunfo de la humanidad. También podemos ver Peña Orniz y las Ubiñas, Laciana y el Bierzo, Somiedo y el mar…
Desde la cumbre la mirada nos lleva al cielo y al horizonte.
Silencio.
Suena el corazón de la tierra en el viento.
Respira el universo palpitaciones de PAZ.
Silencio… Escuchad…
Javier Agra.