El Correo de Andalucía, el decano de la prensa andaluza y segundo diario más antiguo de España, echa el cierre (escribamos un adverbio esperanzador) casi definitivamente. Tras algunos momentos agónicos en los últimos tiempos, de sus casi 120 años de existencia, todo indica que esta vez su muerte está dictada por una decisión, cómo no, empresarial. Su último propietario, el empresario Antonio Morera Vallejo, ha presentado un expediente de regulación de empleo (ERE) por el que despedirá a 28 de los 29 trabajadores de un diario que llegó a tener más de cien periodistas en plantilla. Sólo quedará un empleado para que gestione la página
web del medio. Ni la historia que atesora tras el nombre ni la significación que tiene
El Correo para el periodismo de Andalucía y, por ende, de España libran al rotativo de un destino al que lo conducen un mercado salvajemente competitivo, en el que no ha sabido o podido posicionarse,y la impericia empresarial de un editor ajeno al negocio editorial. Y, como es natural, todos esos errores los pagan, en primer lugar, los trabajadores y, de paso, los lectores que, por pocos que sean, tienen derecho a que se respete su elección informativa a través de las páginas de
El Correo de Andalucía.
Cuesta creer que un periódico, con 119 años de actividad y más de 49.000 ediciones en los quioscos, no haya podido sobrevivir a la exigencia inexorable de resultados económicos, aunque proporcionara muchos propagandísticos, que la empresa esperaba tras su adquisición. Cuesta creerlo, pero es fácil de explicar. El Grupo Morera, la empresa editora que ahora quiere desprenderse de lo que es un lastre para su cuenta de resultados, es un intruso en el sector mediático, aunque sea un conglomerado con fuerte presencia en el ganadero, inmobiliario y los seguros. En 2013, después de una aventura similar bajo la propiedad de otra empresa, en aquel caso extremeña y también ajena al negocio, la mercantil Morera adquiere la cabecera cuando estaba abocada al cierre, arrastraba una enorme deuda y sus trabajadores emprendían manifestaciones reclamando ayuda para no perder el puesto de trabajo.
Durante todo este tiempo,
El Correo de Andalucía pareció resurgir con afanes imposibles –abrió hasta un canal de televisión propio, El Correo Televisión- y mucha propaganda del grupo empresarial al que pertenecía, no consiguiendo con ello atraer a los lectores ni ampliar el trozo de tarta publicitaria que garantizaran rentabilidad al empeño. No acababa de hallar, bajo el paraguas del Grupo Morera, su línea editorial ni un hueco entre la oferta mediática de Sevilla, en la que compiten prensa local, regional y nacional. Demasiados bandazos y excesiva ambigüedad editorial para un periódico y, especialmente, unos propietarios a los que pesaba, precisamente, la historia de un diario histórico y un prestigio con el que debían equipararse cada día para preservarlo.
Cuento del autor publicado en El Correo en 1990
Es evidente que no lo han conseguido. Siendo incapaces de elaborar un producto informativo de calidad, más pegado a la actualidad que al folclor, y careciendo de medios y voluntad para lograrlo, aún contando con la capacidad y disposición de sus trabajadores, El Correo de Andalucía ha acabado condenado a desaparecer, no venir más a los quioscos. La causa de este fracaso, que lamentamos, es obvia: obedece a una ineptitud empresarial que, porque adquieren empresas en condiciones de auténtica ganga, se cree con capacidad de intervenir en sectores que le son extraños y en los que no tiene ninguna experiencia. Especuladores que procuran resultados inmediatos de sus inversiones en un negocio que requiere constancia, profesionalidad e independencia periodística, justo lo que sacrifican por ahorrar costes y pretender dirigir desde la ignorancia un medio de comunicación de tanta reputación como El Correo de Andalucía. Una lástima