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La exposición Disney y Dalí, arquitectos de la imaginación, abierta hasta el 3 de enero próximo en el Museo Familiar de Walt Disney, en San Francisco, desvela cómo fue su relación, de profunda amistad y admiración artística, que comenzó con una carta de Disney pidiéndole al artista un autógrafo para un ejemplar de su biografía. En la siguiente, lo invitó a conocer sus estudios en Los Ángeles. Tras el cortejo epistolar y varias visitas del catalán a los platós en la Costa Oeste, previo paso por San Francisco para verse con Hitchcock (con el que colaboró en el sueño de Recuerda, de 1945), Dalí y Disney concretaron verse después de que el pintor pasase unos días con los hermanos Marx.
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La primera cita de ambos fue tan solo una charla; en la segunda ya hablaron de Destino. La siguiente vez, Dalí se quedó varias semanas en Los Ángeles y se pensó en el guion. Ahí llegó la primera divergencia. Mientras que el estadounidense lo veía como un clásico “chico conoce chica”, Dalí lo definió ante los medios como una lucha de equilibrios, fuerzas y atracciones que a los ojos del dibujante no eran tales. Disney le ofreció a Dalí no solo su equipo, sino a su mano derecha, su dibujante predilecto, John Hench.
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Poco antes de conocerse, el animador había tomado a lo más granado de su estudio para hacer un tour por América Latina, buscando inspiración. La gira duró solo seis semanas y cambió la visión de los argumentos. De ahí, nacieron Saludos amigos y Los tres caballeros. A Dalí se le pidió que, de cuando en cuando, se prestase a encuentros y debates con los creativos de la casa. Para entonces, Hench se había convertido en su máximo admirador y discípulo.
Tras su colaboración, se cambiaron por completo los escenarios y, sobre todo, potenció la influencia surrealista. La Cenicienta (1950), Alicia en el país de las maravillas (1951) y Peter Pan (1953) no se entienden sin esta relación. “Ni Dumbo, con sus elefantes psicodélicos”, insiste Ted Nicolau, comisario de la muestra.
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Pasaron tres años y Destino, que se suponía un corto sencillo, nunca estaba listo. La paciencia y las cuentas del mecenas comenzaban a desgastarse. Cada día eran nuevos los recursos que quería añadir el catalán. Al padre de Mickey Mouse le terminó por desesperar su incipiente obsesión por los deportes de Estados Unidos, especialmente por las poses de los jugadores de béisbol. El proyecto quedó olvidado en un cajón y la relación entre ambos se enfrió.
Fue de nuevo Disney el que le escribió, demandando un autógrafo en un Macbeth ilustrado por el de Cadaqués. Dalí contestó con el autógrafo y una plumilla con un Quijote cabalgando cabizbajo, una pista y una mano tendida. Bastó para reactivar los lazos. En 1957, el matrimonio Disney pasó unos días en Cadaqués. Compartieron historias sobre su afición a la pesca y discutieron planes para hacer una película basada en el personaje de Cervantes. Ese sueño nunca se materializó, aunque Dalí llegó a mandar una nota de prensa.
Disney murió en 1966. El pintor, tres años menor, falleció en 1989. Destino estuvo en el limbo hasta que Hench, con la espina clavada, convenció a Roy Disney, sobrino del creador y su sucesor a los mandos de la empresa, para retomar el proyecto. El corto fue nominado a los Oscar en 2003 como mejor pieza de animación y se paseó por festivales internacionales. Un año después, Hench murió con la misión cumplida.
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“Dalí y Disney, una amistad a prueba de proyectos fallidos”
ROSA JIMÉNEZ CANO
(el país, 14.08.15)
destino (2003)