El credo, puerta de la fe, del tercer concilio limense de 1582

Por Joseantoniobenito

Como preparación para el año de la fe, les brindo este precioso testimonio de nuestros obispos reunidos en Lima para el Tercer Concilio Limense en 1582. El día de la fiesta de la Asunción, 15 de agosto, se proclamó la profesión de fe –EL CREDO-  a viva voz por fieles y pastores reunidos en la Catedral de Lima. A continuación, el metropolitano de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, para manifestar su fidelidad al Papa le formula 14 cuestiones a las que los padres conciliares manifiestan su aprobación y acatamiento.

Primera sesión del concilio provincial limense  celebrada en la iglesia catedral de la Ciudad de los Reyes el día de la asunción de la santa virgen María, 15 de agosto de 1582

En el nombre de la santa e indivisa trinidad, padre, hijo y espíritu santo.

Siguiendo el rito y legítimamente, según las prescripciones de los cánones sagrados y por la autoridad del sagrado concilio tridentino, obedeciendo la voluntad de nuestro santísimo señor, Gregorio XIII, y por orden de nuestro rey católico e invencible, Felipe 11, señor de España y del Nuevo Mundo, el santo sínodo se reúne en la iglesia catedral de la Ciudad de los Reyes de la provincia peruana, consagrada a San Juan, apóstol y evangelista, para exaltación de la fe y utilidad de la nueva Iglesia indiana y para una reforma del clero y pueblo cristiano acorde con la disciplina eclesiástica. Lo preside el ilustrísimo y reverendísimo señor Toribio Alfonso Mogrovejo, arzobispo metropolitano. Está presente, en nombre de la majestad católica, el excelente varón D. Martín Enríquez, virrey de este reino peruano, que otorgó un lugar seguro al concilio, y concurren también los reverendísimo s padres y señores, don fray Antonio de San Miguel, obispo de la Ciudad Imperial, D. Dr. Sebastián Lartaún obispo de Cuzco, D. fray Diego de Medellín, obispo de Santiago de Chile, D. fray Alfonso Guerra, obispo del Río de la Plata, además del Cabildo real y los procuradores de la Iglesia y el clero de esta metrópoli.

Después de una solemne procesión desde el templo de santo Domingo a esta catedral, llevada a cabo con una extraordinaria y alegre concurrencia del pueblo, y de la misa celebrada por el ilustrísimo arzobispo y del sermón del reverendísimo obispo de la Ciudad Imperial, se dio por comenzado el concilio con el asentimiento unánime de los padres en el día 15 de agosto de 1582, consagrado a la asunción de la gloriosísima virgen madre de Dios.

Posteriormente se recitó el decreto del sacrosanto concilio tridentino sobre la celebración de los concilios provinciales, cuyo comienzo es: Si en algún lugar se descuidan los concilios, etc. Del mismo concilio se leyó también otra resolución acerca de la aceptación del sínodo universal de Trento, cuyo inicio es: Obliga la calamidad de los tiempos, hasta el fin.

A continuación, siguiendo el ejemplo y la autoridad de los antiguos padres, el sínodo consideró necesario anteponer la profesión de fe católica, fundamento óptimo de lo que ha de ser hecho correctamente. Consecuentemente se hizo, en estos términos, la profesión de fe a viva voz de acuerdo con la costumbre de la Iglesia romana:

Creo en un Dios, padre omnipotente, hacedor del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible, y en el señor Jesucristo, hijo unigénito de Dios, nacido de Dios padre antes de todos los tiempos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, generado, no hecho, consustancial con el padre, por quien fueron hechas todas las cosas, que descendió de los cielos y se encarnó del espíritu santo y de la virgen María, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, y se hizo hombre y, crucificado también por nosotros bajo Poncio Pilatos, sufrió y fue sepultado y según las escrituras resucitó al tercer día y ascendió al cielo; está sentado a la diestra del padre y vendrá otra vez gloriosamente a juzgar a los vivos y a los muertos y su reino no tendrá fin, y creo en el espíritu santo, señor nuestro y dador de vida que procede del padre y del hijo y que habló por intermedio de los profetas y en una santa Iglesia católica y apostólica. Reconozco un bautismo, creo en el perdón de los pecados y espero la resurrección de los muertos y la vida en el tiempo futuro. Amén.

Para atestiguar aún de manera más amplia y manifiesta su sincerísima fe así como su fidelísima obediencia hacia la sede apostólica y los decretos del sagrado sínodo tridentino, los padres dieron las siguientes respuestas particularizadas al ilustrísimo metropolitano que se adelantó y formuló las preguntas como sigue:

1.   [1]¿Creéis firmemente y reconocéis todos y cada uno de los dogmas transmitidos en la profesión de fe editada por el concilio niceno y usada por la sagrada y romana Iglesia, madre y maestra en los asuntos sagrados? Después de recitar el arzobispo íntegramente la profesión de fe, todos juntos respondieron, así creemos y reconocemos.

2.   ¿Reconocéis también que los siete sacramentos verdaderos y propios de la nueva ley, instituidos por Cristo, el supremo, a saber el bautismo, la confirmación, la eucaristía, la penitencia, la extremaución, el orden sagrado, el matrimonio, bien que no todos para todos, son necesarios para la salvación e indestructibilidad del género humano y que otorgan la gracia, así como que es una gran injusticia y pecado que se repitan el bautismo, la confirmación y el orden sagrado? Todos respondieron, así creemos y reconocemos.

3.   ¿Aprobáis, además, y recibís los ritos y costumbres de la Iglesia católica y romana en la práctica y administración de estos sacramentos? Respondieron,  aprobamos y recibimos.

4.   ¿Sostenéis, además, y aceptáis todas y cada una de las cosas que ha definido y declarado el sacro concilio tridentino acerca del pecado original y de su justificación? Respondieron, sostenemos y aceptamos.

5.   ¿Sostenéis también que en la liturgia de la misa se ofrece a Dios un sacrificio propio, verdadero y propiciatorio por los vivos y difuntos y que en el fructífero sacramento de la eucaristía, bajo la apariencia de las formas sensibles, está contenida verdadera y realmente la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo salvador, una con la divinidad? ¿Y también que toda la sustancia del pan se convierte en el cuerpo y la sustancia del vino en la sangre? Respondieron, así creemos y confesamos.

6.   ¿Confesáis asimismo que en cualquier forma y en cada una de sus partes se recibe total e íntegramente a Cristo y el verdadero sacramento? Respondieron, así creemos y confesamos.

7.   ¿Sostenéis, además, firmemente que hay un purgatorio donde las almas purgan temporalmente sus castigos, son limpiadas de sus pecados y ayudadas con los ruegos y sufragios de los fieles? Respondieron, sostenemos con firmeza.

8.   ¿Reconocéis, además, que hay que honrar e invocar a los santos que junto a Cristo reinan en el cielo y que ellos ruegan a Dios por nosotros y que hay que tener en gran honra y veneración sus cuerpos y reliquias? Respondieron, así creemos y confesamos.

9.   ¿Afirmáis, además, con decisión que hay que tener en alta estima las imágenes de Cristo el supremo y de su madre la virgen María y de todos los otros santos y rendir a cada una de éstas legítimo honor y culto? Respondieron, afirmamos decididamente.

10.   ¿Sostenéis, además, que la potestad de las indulgencias fue transmitida por nuestro señor Jesucristo a la Iglesia y que su uso efectivo es utilísimo y salvífico para el pueblo cristiano? Respondieron, sostenemos.

11.   ¿Aceptáis y abrazáis los ritos y tradiciones apostólicas y eclesiásticas y las restantes observaciones y constituciones de la santa Iglesia romana? Respondieron, aceptamos y abrazamos.

12.   ¿Aceptáis también las sagradas escrituras con la interpretación en que coincidieron de manera unánime los padres y con el sentido que siempre sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a la que compete dar un juicio acerca del verdadero sentido e interpretación de las sagradas escrituras? Respondieron, aceptamos.

13.   ¿Reconocéis, además, que la santa Iglesia católica y apostólica es la madre y maestra de todas las Iglesias y juráis verdadero sometimiento y obediencia al romano pontífice y sucesor vicario de Cristo? Respondieron, reconocemos y prometemos

14.   ¿Aceptáis también todo lo definido por los sacros cánones y los concilios generales legalmente realizados y, especialmente, todo lo decidido, definido y declarado por el concilio tridentino que se celebró últimamente? ¿Condenáis, además, y anatematizáis todo lo que le sea contrario y a los herejes condenados por la Iglesia, particularmente todo lo condenado y anatematizado en el mismo concilio tridentino? Respondieron, aceptamos, anatematizamos y detestamos lo contrario, así como a todos los herejes.

De la misma manera, el obispo de Ciudad Imperial tomó del arzobispo la profesión de fe y la aceptación del concilio de Trento.

Una vez finalizada la ceremonia, se leyó el antiguo y probado canon del concilio toledano, tal como lo transmite el sínodo tridentino, sobre orden y modo de las mociones y el tratamiento de los temas en el sínodo, cuyo comienzo es: En el lugar de la bendición y se determinó que había que proceder así en todo los asuntos a tratar. Luego, este santo sínodo confirmó a los concurrentes que las reuniones iban a tener lugar en la sala capitular de esta iglesia catedral para que el que quiera demandar o proponer algo de utilidad pública sepa que es libre de hacerla en el lugar predicho.

Finalmente, se declaró, desde un lugar designado, que no se había perjudi­cado a nadie ni se iba a perjudicar a ninguno de los presentes ni de los ausentes.

Una vez actuado y decretado todo lo explicitado más arriba, los reverendí­simas preguntaron si estaban de acuerdo con todos y todos respondieron que sí.

Después de la primera sesión, el metropolitano y los otros obispos celebraron largas reuniones cotidianas en la sala capitular de la catedral. Hasta el momento de su deceso, el virrey estuvo también presente a menudo y, como es habitual; los procuradores eclesiásticos, teólogos y doctores delegados por el concilio, así como los superiores de las órdenes regulares y los oficiales del sínodo. En primer lugar se leyeron las actas y decretos de los sínodos provinciales anteriores y se tomó conocimiento de ellos de manera diligente, en segundo lugar, de las constituciones propias de las Iglesias y erecciones de templos. En esa ocasión muchas Iglesias, procuradores de ciudades y otras personas idóneas presentaron y leyeron escritos en los que se indicaba al sínodo qué es lo que a cada uno le parecía conveniente reformar y todo lo que se creyó digno de consideración y tratamiento maduro fue agitado intensa y detalladamente durante muchos meses por el celo, la consulta, la voz y la escritura de los teólogos y juristas.

En el mes de octubre del mismo año de 1582, D. Pedro Peña, obispo de Quito, llegó al sínodo y ocupó su lugar, participando unos días de las reuniones. Pero el 7 de marzo de 1583, se alejó de esta vida, atacado por una enfermedad grave y prolongada. Cinco días después, falleció también el muy preclaro varón D. Martín de Enríquez, virrey.  A comienzos del' mismo mes de marzo llegaron al sínodo los reverendísimos obispos D. Fr. Francisco Victoria, obispo tucumano, y D. Alfonso Granero de Avalos, obispo platense, quienes luego de hacer la correspondiente profesión de fe ocuparon sus sitiales y comenzaron a tomar parte de las decisiones.

Después de transcurrido un año de intensa labor en la solución de muchas y graves controversias, en el tratamiento de numerosos asuntos que se consideraban muy convenientes para el provecho y la reforma de toda la provincia y el reino indio, en la edición y versión de un catecismo en lengua indígena y en muchos otros problemas relativos a la salvación de los indios, se decidió finalmente, con el voto de todos~os padres, llevar a cabo la segunda sesión en el templo de esta iglesia catedral en el día de la asunción de la santa virgen María.

Por lo tanto, el día 15 de agosto de 1583, una solemne procesión avanzó hasta la iglesia, portando mitra y pluviales todos los prelados según la costumbre. El reverendísimo obispo de Tucumán celebró la misa según el rito pontificio y ~l padre José de Acosta de la Compañía de Jesús dio el sermón al pueblo. Una vez cumplida la costumbre de la Iglesia romana, los padres se sentaron en un sitio elevado y suntuosamente adornado y con la presencia del cabildo real, los procuradores eclesiásticos y las personalidades civiles, ante una concurrencia numerosa del clero y el pueblo, leyó el reverendísimo obispo tucumano los decretos que siguen.

¿Estáis de acuerdo, reverendísimos padres, con los decretos que se  leyeron? Todos respondieron que sí.

En fe de los cuales los abajo firmantes suscribimos

Yo, Fr. Francisco obispo de Tucumán, suscribí ratificando lo actuado.

Yo, Alonso, obispo de la Plata, suscribí ratificando lo actuado.

Yo, Alonso, obispo de la Santa Iglesia platense, suscribí ratificando lo actuado. Yo, Antonio de Valcázar, doctor, provisor y vicario general de esta ciudad y secretario del santo concilio provincial.

Yo, Toribio, arzobispo de los Reyes, suscribí ratificando lo actuado.

Yo, Fr. Antonio, obispo de la Imperial, suscribí ratificando lo actuado.

Yo, Sebastián, obispo de Cuzco, suscribí ratificando lo actuado.

Yo, licenciado Bartolomé Menacho, secretario del santo concilio.

Yo, Fr. Diego, obispo de Santiago de Chile, suscribí ratificando lo actuado.



[1] Los números  no figuran en el original, los he colocado yo para facilitar la lectura.