El crimen de cuenca cuenta una trágica historia basada en hechos reales. El 21 de agosto de 1.910 desaparece José María Grimaldos en el pueblo de Osa de la Vega (Cuenca). El juez municipal remite las actuaciones al juzgado de Belmonte que abre el sumario nº: 94 / 1910. El caso se sobresee y años después se reabre, se condena y se anula sentencia. Estos antecedentes nos abren a una de las pocas películas de abogados de la historia de nuestro cine.
La temática judicial se prodiga poco y ya va siendo hora de que las jóvenes promesas de nuestra tierra vayan marcando una ruta en estos campos tan poco transitados. Pilar Miró lo hizo en 1.979, y a decir verdad pasa con más pena que gloria por los anales de la crítica especializada. Y no es para menos porque durante el primer tercio del metraje los actores nos deleitan con una clase magistral sobre sobreactuación y muecas impostadas que no alcanzan los objetivos de credibilidad que impone la propia historia. Los actores hacen gala de unas dicciones fuertemente acentuadas en las primeras palabras de cada frase, lo que, por su machacona uniformidad, nos introduce antes en un concierto de intervenciones milimétricamente dirigidas que en lo que debería ser el desarrollo natural y creíble de un filme. Pues cada personaje, como en la vida misma, ha de presenta sus particulares maneras y sus únicos temperamentos.
Si lo miramos bien podemos decir que los actores actúan sin llegar a ser personajes del todo, no los redondean, suenan a huecos, actúan sin una biografía desde la que dar un sentido último a sus comportamientos. Por eso ni los actores, ni la dirección escénica, ni mucho menos el desastroso montaje aciertan a construir una historia veraz. Y eso por no hablar de la deleznable caricatura que se hace del cuerpo de la Guardia Civil, a quienes se les presenta con iguales aderezos, y ataviados con tricornio y bigote. Resulta cuando menos extraño que todos los guardia civiles de España vayan con bigote. Siempre he dicho que el partidismo, sea de la color que sea, hace un flaco favor a una película. En la medida que una película pierde su objetividad, su distanciamiento o su legítimo y deontológico punto de vista subjetivo y distorsionado, y en la medida que se instrumentaliza algo tan sagrado como una obra de arte para manipular a los espectadores, se hecha por tierra todo el valor intrínseco de un filme. Quizá la historia es demasiado grande para el moderado talento de Pilar Miró y quizá en manos más experimentadas El crimen de cuenca hubiera sido un clásico de nuestra filmoteca. En este caso casi hubiera sido mejor contentarnos con un trailer de 5 ó 6 minutos.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS