El criterio de la certeza en Descartes: la evidencia

Por Garatxa @garatxa
Con la obra del filósofo francés René Descartes (1596-1650) se inaugura la modernidad filosófica. En él encontramos desarrolladas –por primera vez en la historia de la filosofía– una rigurosa teoría del conocimiento y una honda preocupación por el método, además de una decidida subordinación de ambas piezas al único fundamento que puede y debe legitimar su empleo, esto es, la «luz natural» de la razón humana. Es por eso que se vincula su filosofía al racionalismo, es decir, la corriente filosófica europea que acentúa el papel de la razón en la adquisición del conocimiento.

René Descartes

Es preciso significar que la razón cartesiana es inseparable de la importancia que el filósofo atribuyó a las matemáticas como único conocimiento cierto y evidente. Descartes fue el primero en destilar filosóficamente la principal consecuencia de los grandes descubrimientos científicos de Kepler, Copérnico y Galileo: que la aplicación de la matemática a la investigación de la naturaleza –su «matematización»– revelaba, en última instancia, que todo conocimiento verdaderamente científico lo era siempre en virtud del carácter universal del conocimiento matemático. Por tanto, puesto que las matemáticas expresaban una verdad segura y universalmente válida, el proyecto de la razón cartesiana se inscribe en una novedosa concepción de la filosofía entendida como una «matemática universal».
Aclarada la íntima conexión entre racionalismo y matemáticas, podemos abordar mejor su reflexión sobre el criterio de la certeza que es, en primer lugar, un problema relativo al método, es decir, al procedimiento u operación mentales con las que pueden determinarse, siempre desde la razón, las condiciones de un saber cierto y seguro, de validez general.
En la segunda parte de su Discurso del método (1637), el filósofo francés establece cuatro reglas o preceptos que sirven para caracterizar externamente el método. Esta caracterización nos sirve sobre todo para determinar el orden de los razonamientos para poder alcanzar la verdad:
-  La evidencia: consiste en no aceptar por precipitación o prevención ningún conocimiento que no nos resulte absolutamente claro y distinto. 

-  El análisis: implica reducir toda cuestión o conjunto de cuestiones a sus elementos componentes más simples. 

-  La síntesis: significa recomponer de nuevo, de forma ordenada, lo antes analizado y divido para su mejor comprensión. 

-  La enumeración: consiste en una revisión final de todos los pasos precedentes para asegurarse de que nada se ha omitido. 

A esta caracterización externa le corresponde, desde un punto de vista interno, las dos operaciones principales del entendimiento por las que llegamos sin error al conocimiento cierto de la cosas, que son la intuición y la deducción. En el primer caso se trata de la operación por la cual, reduciendo las proposiciones compuestas a proposiciones simples, percibimos clara y distintamente el objeto de nuestra comprensión; en el segundo caso, se trata del procedimiento sintético-deductivo de recomposición y ordenamiento que parte siempre de la verdad de las proposiciones clara y distintamente percibidas. 
Una vez expuesto en sus dos vertientes el método, es necesaria su aplicación.
Para ello, Descartes elabora en sus Meditaciones metafísicas (1641) la conocida estrategia por medio de la cual, siguiendo el método arriba expuesto, pretende llegar a un principio único de la más elevada y absoluta certeza. La estrategia consiste en poner en duda todo el conocimiento previamente admitido por uno mismo, hasta llegar a esa verdad que, por resistirse a todo motivo de duda, sea fundamento de toda certeza. 
Tal verdad es que, para poder ser engañado (por ejemplo. por los sentidos, o por un «genio maligno»), para poder dudar de todos los conocimientos y suponer que todo es falso, es necesario que el yo que duda, o sea el sujeto que piensa todo el proceso de la duda, exista. «Pienso, luego existo» (Cogito ergo sum).

Si para Descartes, el cogito –la conciencia de sí mismo como cosa pensante o res cogitans– se nos impone como una verdad cierta por poder concebirla con toda claridad y distinción, es decir, por haber sido obtenida por intuición, se puede establecer como regla general que son verdades todas las cosas que concebimos igualmente de forma clara y distinta. En consecuencia, el criterio de la certeza se define siempre en base a la evidencia proporcionada por la claridad y la distinción de la primera verdad, que es la certeza del yo pensante. En otras palabras, que el criterio de certeza o seguridad subjetiva de los conocimientos se define a partir de las características según las que se presenta dicha verdad, que son las características de la claridad y la distinción. Con ellas aseguramos la firmeza y la verdad de todos los demás objetos de conocimientos obtenidos por intuición, incluidos los conocimientos matemáticos.