El cuatro es primo

Por Jaumep


Somos unos pijos. Hemos decidido que los centros históricos de nuestras ciudades serán patrimonio de los marginados o de los excéntricos, y oferta y demanda se han puesto de acuerdo para desplazar el grueso de la población hacia zonas extramuros, descohesionadas, suburbanas aunque estén formadas por casas de muchos pisos de altura, que dejan la expresión “área de nueva centralidad” convertida en un tópico sudado sin ningún tipo de significado.


Algunas de las zonas de estos centros, las que se han escogido o están realmente más cargadas de historia han quedado convertidas en parques temáticos para turistas despistados que tratan a los habitantes del lugar como indígenas. Muchas veces se responde, des del ayuntamiento, des del Ministerio de Cultura, desciudadanizando la zona hasta convertirla en un reflexo de un pasado que sólo es una huída hacia delante por los pocos puntos de contacto que tiene con lo que fue la vida del lugar, siempre compleja, difícil de explicar y poco apta para los que la usan como visita cultural para no aburrirse demasiado.



Tarragona no va bien. Entre todos se han creído la historia que la ciudad es romana, y no van a detenerse hasta que no consigan que se parezca al modelo que tienen entre ceja y ceja. Me explico: es evidente que Tarragona es una de las ciudades más importantes de la Roma ibérica. Pero también es ua ciudad medieval, o renacentista, o moderna. En los siglos XIX y XX vivió la transformación urbana más importante de su historia, pero no por eso se nos ocurre tratarla como una ciudad moderna. También es falso que cada ciudad esté edificada sobre la anterior.

Lo está en lugar de la anterior. Cada época se ha redefinido completamente tomando una opción respecto del patrimonio construido que sólo el tiempo ha transformado en respetuosa. El Fórum ya no tiene entidad, y sólo existe en forma de ruinas en medio de unos bloques de viviendas contemporáneos. Es decir, la vieja plaza mayor es apenas nada. La actual es el circo romano, precisamente en la periferia y extramuros de la ciudad romana. Es decir, hubo una traslación del centro de gravedad del centro de una ciudad a sus afueras.

La vieja ciudad se hizo cantera, y se fue trasladando piedra a piedra a la loma que envolvía al templo, antes vacía. Una rambla decimonónica atraviesa la mayor parte del casco romano, que se tuvo que arras completamente en toda esa superficie. En la edad media se cargaron el templo de Zeus enterito, hasta los cimientos, para hacer la catedral. Los terrenos que la envolvían son ahora el casco antiguo propiamente dicho. No juzgo. Es historia y punto.

Ahora, pero, hay quien cree oportuno tirar islas enteras de edificios para dejar al descubierto pedazos de ruina que siempre habían sido tratados con respeto y cuidado, siendo reciclados de mil modos como habitaciones, estancias, patios. Jamás se tirava nada, y estas mismas casas que han derribado y llevado al vertedero son propiamente el circo, el templo, la casa patricia, una ínsula: hasta ahora jamás se había tirado nada, en una danza perpetua de materia colocada y recolocada, usada incesantemente, valorada y revalorada hasta el punto que cada ladrillo podría explicar una historia.

Ahora: ruinas, fragmentos de edificios descontextualizados, pedazos de imágenes para gente con demasiada pereza para hacer un esfuerzo mental e imaginar un pasado que muchas veces es mucho menos interesante que el presente de anteayer, dejado de lado como un trasto viejo.


A veces encontramos excepciones. Cuando la muralla de la ciudad dejó de tener utilidad militar los habitantes se apropiaron de ella. Usada tanto como cantera (el destino eterno de cualquier muralla inútil antes que llegase el siglo que inventó los vertederos de ruina) como base, estructura y cimientos de viviendas que la trasdosaban interior y exteriormente. Después, lo de siempre: algunas de ellos (a veces tramos enteros) fueron derribadas persiguiendo ese pasado que nunca fue.

Curioso: se considera de buen gusto dejar esas hojas de pierda vistas sin tan sólo considerar que solían estar adornadas con los cuerpos en descomposición, medio momificados, supurando fluidos de todo tipo y medio comidos por los pájaros, de diversos criminales comunes y políticos. Estos últimos se dejaban pudrir hasta que caían sobre la cabeza de algún peatón despistado, por cierto.

Las modas, pero, se ponen y superponen y de repente ese arquitecto tarraconense olvidado, desprestigiado, marginado y tratado como artesano de hogar de jubilados llamado Josep María Jujol volvió a suscitar interés como el “gaudiniano” que quieren que sea. Demasiado largo para explicarlo aquí, pero, en ciertos aspectos, sería más correcto hablar de Gaudí como “jujoliano” que al revés.


Sea como sea: uno de mis arquitectos favoritos. Sea como sea: una de las casas de la muralla cerquita del Campo de Marte, la que construyó para los Ximenis alrededor de 1914, es suya. Sería feo derribarla, así que, gracias a ella, se ha salvado todo el conjunto incluyendo las dos casas adyacentes contemporáneas, incluyendo una interesantísima vivienda que recicla una torre de defensa de algún período indeterminado. El presente se complejifica ante la imposibilidad de restaurar el patrimonio remoto sin alterar irreversiblemente el pasado reciente.



Delante la ha crecido una especie de bulevar o rambla decorada estilo hogar de jubilados o escuela-taller para personas con riesgo de exclusión social, bla, bla, bla. Todavía más delante, un aparcamiento que reviste otra muralla concéntrica a la primera, bloques y bloques de viviendas, un expaisaje agrícola ahora tan o más ciudad que la que tiene detrás. Ha tenido suerte de ser el último reducto donde se aventuran los turistas.

El edifico repetirá, a muy pequeña escala y en obra nueva, lo que el Maestro y él mismo hicieron en la casa Batlló. Por muy jujoliano que fuese, el Maestro siempre era el Maestro. A su izquierda una casa de cuatro pisos. A su derecha una de tres. En medio, la casa Ximenis tiene también tres pisos, que a la vez son cuatro porque Jujol trata la terraza como una planta más. He tenido el enorme privilegio de ser uno de los pocos arquitectos que se ha paseado por la terraza del mas Bofarull y sé de primera mano qué significaban para Jujol los espacios exteriores.

La transición de alturas la hará una buhardilla sobredimensionada hasta alojar una habitación y enrasada con la fachada en el punto más lógico estructuralmente que se pueda concebir, porque es muy arriesgado apoyarse sobre una estructura existente de la que no se tiene información.



Desconozco la distribución interior del edificio, donde se aprecia un aspecto curiosísimo: el módulo que todos los arquitectos usan para separar su edificio de la muralla es el de media habitación. El por qué lo puedo especular, pero no afirmar con certeza. La construcción de una muralla de estas características se hacía mediante dos hojas de piedra y un relleno interior de conexión, y es conocida bajo el nombre de “opus romano”, aunque la Gran Muralla China se construyese del mismo modo.

Especulo el desmontaje total o parcial de la primera hoja de piedra (y su reciclaje, no hace falta ni decirlo) y una excavación parcial del relleno (que también se recicló, no hace falta ni decirlo) para la formación de habitaciones y estancias. Si alguien tiene a bien invitarme al interior de la casa lo confirmaré, fotografiaré y haré una segunda parte del artículo dedicada a esa persona. A parte que le debo una invitada, claro.

De este modo, Jujol sólo habría construido la primera parte de la habitación, asegurándose tanto las entradas de luz como la estabilidad de la fachada, y confiando el resto del edificio a circunstancias que desconozco.

Respecto a la fachada: Jujol la excava y la moldea como si estuviese tallada, encofrada. No tiene nada de tectónica, sino que toda ella semeja una estereotomía gigantesca erosionada más que tallada por algún gigante demente y pulida por un Miguel Ángel de ochenta años.



Jujol, como el Maestro, lo quiere todo. Siempre una cosa y otra. Par e impar a la vez. Tectónico y estereotómico. Blanco y negro. Contrarios asimilados sin escoger. En la fachada todo es interesante, lo que hay y lo que se deja. Y qué cosas de dejarse con la tecnología empleada. Se deja el zócalo. Se deja las molduras. Se deja los dinteles y cualquier elemento constructivo que pare el agua. Tanto Jujol como el Maestro tienden (excepto en la Pedrera, por deformación) a la fachada plana.

Lo serán la de la casa Batlló, la de la casa Calvet, la de la casa Xaus, la de la propia casa de Jujol en sant Just Desvern. Lo será la de la Torre dels Ous y lo será, también, la de la casa Ximenis. Teniendo en cuenta que tanto el modernismo como cualquier otro estilo de arquitectura propone las molduras como método para parar el agua, el uso de la fachada plana es una auténtica temeridad. Necesaria, sí: la casa Ximenis podría haber sido construida el año pasado por Herzog & de Meuron con idéntico criterio.

Lo que hay: un plano único de fachada moldeada con ventanas excavadas. Los antepechos, las losas de los balcones, las ménsulas, los soportes de las barandillas, todo revestido del mismo material y pintado de un amarillo pálido que no liga con casi nada de los alrededores y marca autonomía. Unas barandillas hechas con hierro dulce doblado a mano, empotradas cada pocos centímetros a la obra como era del gusto del arquitecto. Jujol usaba el hierro dulce doblado y rejado a cuarenta y cinco grados, heredero de la técnica catalana de forja, que jamás usa la soldadura, aunque tanto él como el Maestro hacían alguna trampita.

Esta técnica hace que las barandillas tengan unas deformaciones muy importantes, a veces de centímetros, las deja dilatar libremente y, lo más importante, las hace prácticamente irrompibles, creando un altísimo grado de complejidad a partir de unas reglas muy simples, que tienen como pega ser muy exigentes con el hierro. A menudo, al cuarto o quinto pliego, el material no resistía el montaje y se rompía. Los cerrajeros del lugar todavía recuerdan los apocalípticas cabreos de Jujol… con el hierro, que, según sus creencias religiosas, consideraba casi un ser vivo que le fallaba al romperse.



A lado y lado de los balcones Jujol dispone sus “cortejadores”, término que traduzco literalmente del catalán y que denomina un banco donde solía sentarse la pareja o la chica (el chico estaba de pie o arrodillado ante ella), ubicado en un lugar bucólico, y que servían para “hacer la corte” o intimar, vaya. Los cortejadores de Jujol tenían asiento de madera (el hierro los hubiese recalentado) y son herederos de los que el Maestro había creado para el Capricho, girados, en este caso, noventa grados para no privar al usuario de las (entonces) magníficas vistas de la casa (huertos a lo lejos, algarrobos, viña, olivos, chumberas en los márgenes).


Las cerrajerías contrastan mucho visualmente con la fachada de obra por oposición: sobre la continuidad, singularidad, elementos que destacan como una aliaga en medio de un campo sembrado. La transición entre los elementos, por eso de una cosa y otra simultáneamente, la hacen los esgrafiados que enmarcan las diversas oberturas, en blanco sobre amarillo, realizados por el mismo Jujol y más parecidos formalmente al mundo del hierro que a la tranquilidad del ladrillo revestido.



La composición del edificio es su rasgo más singular, y lo convierte en el único que conozco en que el juego par-impar se da no en plantas alternas sino en la misma, simultáneamente.


El edificio resuelve el problema de entregar dos edificios de altura muy diversa. A su izquierda hallamos uno más alto que la muralla, de plantas sobredimensionadas y una composición muy simple. A la derecha, un edificio de tres plantas ligeramente más bajo que la muralla. La casa Ximenis subirá en su lado izquierdo y bajará en el derecho.

Subirá tanto que la buherdilla está construida directamente sobre el terrado a la catalana que forma la cubierta (una cubierta doble cerámica sin ningún tipo de tela asfáltica, no inventada todavía, sobre tabiquillos conejeros, fuertemente ventilada, con un grueso total que fácilmente podía superar el metro veinte), como lo demuestarn los dos agujeros de ventilación de abajo. La buhardilla se cubre, también, con un terrado a la catalana, algo muy inusual.



La buhardilla tiene una anchura de aproximadamente un tercio de la fachada, que tiene tres crujías y a la que correspondería una composición de tres ventanas por planta. Y, en efecto, encontramos tres puertas de entrada, con la singularidad que las dos de los extremos son más del doble de anchas que la central, de tan sólo una hoja de anchura, y una composición tripartita… con cuatro ventanas por planta. La clave es, de nuevo, la buhardilla.

Allí, la ventana, una ventana enorme, es en realidad dos ventanas pegadas, de una medida tal que Jujol se vio obligado a instalar un dintel no sé si metálico o de hormigón. En todo caso, la medida de la ventana supera la de un arco de descarga cerámico comme il faut, y necesita de esta singularidad. El por qué es sencillo: son dos ventanas añadidas, soldadas para hacer una sola y marcar simultáneamente su individualidad haciéndolas de longitudes diferentes con el resultado final de un modernísimo agujero en L.



En las plantas inferiores, la primera ventana de la izquierda son dos. Dos donde sólo cabe una. Dos de modo que el machós entre ellas es desproporcionadamente estrecho. Dos de manera que quedan malpuestos respecto de los vacíos, canónicos, de la planta baja. Dos de modo que la distancia respecto de la medianera queda pervertida, polvorizada, reducida hasta el límite de la estabilidad del edificio. Siempre serán diferentes. En la segunda planta tiene una un balcón. En la primera el balcón se proyecta a la derecha.


El resultado final es un edificio que pivota sobre su propia parcela y se proyecta a las vecinas des del ancla de la buhardilla. La casa Batlló a lo bestia, vaya. Más dinámica, más radical, más inestable, reinterpretando el lugar, la parcela, clavada en el terreno. Sigue impidiendo que Tarragona-Aventura sea todavía más Tarragona-Aventura, una ciudad absurda edificada gracias a los vertederos de derribos que se han realizado, donde, por cierto, todavía podemos encontrar, realmente, toda la ciudad romana a trocitos (quizá a esto deberíamos llamarlo, también, trencadís), negando una realidad mucho más compleja y divertida que la que nos cuentan.



La cuidad todavía es rica. Huyendo del centro hay el Gobierno Civil de De la Sota. El Serrallo, Coderch, los Pujols y cía, todo el grupo de arquitectos modernos locales, nada despreciable, con sus barrios de viviendas de los cincuenta.

La Ciudad de Reposo y de Vacaciones, perfectamente conservada. Edificios de Bonet Castellana, de Pau Pérez, el colegio de arquitectos de Moneo (uno de sus mejores edificios, de largo), ubicado tras la catedral, con ese aspecto de edificio sueco y mediterráneo a la vez, mezcla imposible, una cosa y otra siempre, mostrándose más gaudiniano en espíritu que muchos de sus pretendidos seguidores. La misma catedral hecha por veinticinco arquitectos. Hasta podemos divertirnos buscando, como si fuese Wally, un Oteiza escondido en la Universidad Laboral.

Último descubrimiento: los tinglados del puerto, unos edificios industriales muy interesantes, fueron construidos a últimos de los 40, con un proyecto, creo, de uno de los Pujols (padre, hijo o espíritu santo: aún queda alguno vivo y forman una de las sagas de arquitectos más espectaculares de toda la historia de la arquitectura catalana, del mercado viejo al hotel Imperial Tarraco pasando por partes de la Ciudad de Reposo o de la misma Universidad Laboral), dirigido por un arquitecto entonces funcionario del Instituto Social de la Marina, un tal José Antonio Coderch de Setnmenat.