Bale celebra con Xabi Alonso su gol - Foto: AP.
No se sabe ni se investiga cuánto costó, si más de 100 millones de euros, como asegura el Tottenham, o los 91 millones que dice haber pagado Florentino Pérez, pero es un secreto a voces que Gareth Bale (Cardiff, 1989) es un sensacional velocista. Con espacios y kilómetros por delante, el galés es un relámpago difícil de parar al que le faltaba una actuación grande contra un rival de ese peso. Su sprint le valió al Madrid una Copa del Rey, el primer título de Carlo Ancelotti, y supuso la constatación de que al Barça se le ha fundido la bombilla de la imaginación y de los recursos, de la colocación y de la pasión, y, lo peor, que no rebusca en la autocrítica.
Con Cristiano lesionado en la grada de Mestalla, Bale se sintió el rey que fue en la Premier con el Tottenham, del que se fue forzando su salida –por más que sean trabajadores privilegiados, ¿los futbolistas están obligados a cumplir sus contractos? Daría para un largo debate–. En esa acción definitiva la Bala Bale fue lo suficientemente hábil como para no caerse después de que Bartra le sacase del terreno de juego. Es posible que a Bartra le faltase veteranía para hacer una falta contundente, por más que puede haberse jugado la roja y que equipo afrontase la prórroga con uno menos. De hecho, el famoso gol de Ronaldo en San Lázaro no hubiese sido posible con una pierna dura de William Amaral de Andrade, Javier Bellido Plaza, Frank Passi, Fabiano Soares Pessoa, Jose Ramón González Pérez, Mauro García Juncal y Chiba Said, los sufridos espectadores del Compostela en el césped. Pero también es verdad que Bartra, el mismo que para muchos no valía ni para el filial hace unos meses y al que esos mismos (y alguno más) señalaron en la sonrojante eliminación de la Champions del año pasado ante el Bayern de Múnich (puede que fuese el mejor entonces), hizo tripas corazón para jugar después de una semana con molestias. También se vació para frenar a Bale. Al defensa, omnipresente e incluso goleador, no le faltó compromiso –“no han salido las cosas, llevaba toda la semana jodido con los isquios. Intenté aguantar pero no estaba bien físicamente y al final no ha podido ser”– y le sobró tener que trabajar por otros. Cosa que hizo demasiado bien, pues la banda en la que llegó el gol del Bale era de Dani Alves. Los discursos del brasileño sobre qué es el barcelonismo o sus salidas de tono señalando a los críticos sin mirarse al ombligo retratan un problema que va más allá de su opinión y que omite el análisis de un resultado.
“El resultado es un poco impostor”, advirtió Xavi Hernández, “se nos ha escapado por detalles, errores nuestros. Es culpa nuestra”. Errores, como la pérdida de Alves ante Isco (Benzema y Di María harían el resto), que pueden ser incluso humanos. Pero no hay peor error que el que se repite y en los últimos tres partidos y alguno más que incluso ha ganado, el Barça ha repetido patrones: control de la pelota, pero no del partido, demasiados pases –el odioso extra pass en el baloncesto–, lo estético en perjuicio de lo práctico, el centro al área hacia jugadores que no están allí, un Cesc que parece no firmar en los partidos importantes, un Messi seco y apático en estos tres partidos, un Neymar poco más que revoltoso –fue palo fue un chispazo, algo puntual– y un rival que lleva el partido como mejor le conviene.
El partido resultó casi siempre plano. El Madrid iba al descubierto, sin caretas, a la contra, a sorprender con lo visto tantas veces. El Barça, a mecerla y mecerla, volviendo a ceder varios minutos de ventaja al contrario con un Tata que empezó el curso con rotaciones y que ha acabado siendo inmovilista, como si estuviese ruborizado por su atrevimiento inicial. Pedro y Alexis salieron como recambios no como apuestas desde el principio y el partido se lo llevó quien mejor leyó el guión, un Madrid esta vez superior con un relámpago como Bale, del que dicen que no toma decisiones sin hablar con su madre y que bebe agua cuando sale, que constató que al Barça se le ha fundido su bombilla. La del ingenio y el apetito, con la que marcó una época iniciada por Guardiola precisamente en Mestalla y con una Copa del Rey como primer trofeo en 2009. Ahora, con la Liga muy difícil, está a un paso de constatar un final de ciclo. Está obligado a revisar contratos de futbolistas, a fichar si la FIFA se lo permite, y a que los que mandan, hagan un acto de barcelonismo, reconozcan errores y dejen que el socio, el soberano del club, decida cuál quiere que sea el futuro.