El curioso trampantojo biológico de la pata de un caballo

Por Ireneu @ireneuc

Caballo al galope

Si hablamos de animales elegantes, el número uno de la lista será, sin riesgo a equivocarnos demasiado, el caballo. Este animal estilizado, alto -siempre que no sea un poni, claro-, corpulento y de patas finas, ha llamado la atención del hombre desde antiguo, hasta el punto que lo domesticó hace unos 3.600 años y se convirtió en un perfecto medio de transporte y una inestimable herramienta para el campo. De hecho, sorprende la fuerza corporal que despliegan en las carreras de caballos, con velocidades impresionantes, o bien la capacidad de acarreo que pueden llegar a demostrar los potentísimos percherones en las competiciones agrícolas tradicionales. Sea uno o sea otro, las patas de los caballos, se perfilan como unas auténticas columnas todopoderosas capaces de transmitir toda la energía del animal a la tierra. No obstante, como muchas de las cosas que vemos a nuestro alrededor, lo que vemos no es exactamente lo que es y, en el caballo, lo que consideramos una pata, resulta que no es tal, porque el caballo corre, literalmente, sobre la uña de su dedo corazón. ¿Lo sabía?

Patas, no; dedos y uñas

Efectivamente, la tornadiza evolución de los seres vivos ha hecho que lo que hoy vemos claramente como una pata de caballo con su casco y todo, en realidad sea un trampantojo (ver El arte de engañar con las apariencias: La Perspectiva Borromini) en la que buena parte de lo que vemos está formado por un dedo y una uña. Pero...¿cómo se puede haber producido semejante modificación? Si tiene un poco de curiosidad, siga leyendo y se lo explico.
Para entender la historia de la pata del caballo (quien dice caballo, dice caballos, asnos y cebras) nos hemos de remontar a principios de la Edad Terciaria, hace unos 60 millones de años. En esta época, los dinosaurios hace un poco de tiempo ya que desaparecieron y, pasada la convulsión planetaria del "meteoritazo", los mamíferos se han hecho los amos del mundo. Esta nueva situación permitió que, entre todas las nuevas especies que se habían desarrollado, haya un pequeño animal omnívoro que vagabundea en búsqueda de comida por lo que hoy sería Norteamérica. Se trataba del Hyracotherium, aunque si tiene una cierta edad, el nombre de Eohippus igual le sonará más.

Eohippus o Hyracotherium

El Hyracotherium, de tamaño y complexión de un perro mediano actual, tenía cuatro patas -cojos aparte- que disponían de cuatro dedos (y restos de un quinto) en las patas delanteras, y tres dedos (y restos del cuarto y el quinto) en las patas traseras, siendo considerado por los científicos el primero en la linea evolutiva de los équidos.

Evolución de una mejora

A partir de este momento, sus descendientes comenzaron a crecer poco a poco en tamaño y a especializarse en una dieta básicamente vegetariana. Esta nueva ubicación en la pirámide alimentaria hacía que estos caballos primigenios fueran presas interesantes para los depredadores, contra los que la estrategia que se mostró más eficaz -a falta de otra mejor- fue la de pies-para-qué-os-quiero. Correr o morir, la opción estaba clara (ver El misterioso exceso de velocidad del antílope americano).

Evolución de frente y perfil

Al convertirse en animales corredores, los pies y manos se tuvieron que adaptar a la carrera en campos abiertos; una carrera que hizo que las patas sufrieran una especial evolución que le llevara a perder los dedos que no necesitaba: menos es más. Y es que la física, en estos casos, resulta inapelable.
Cuanta más superficie de contacto haya entre dos cuerpos, más fricción se produce y más energía se necesitará para moverse uno respecto otro. Si traducimos esto a algo conocido, por ejemplo las ruedas, significará que se necesitará menos fuerza para mover un neumático de una bicicleta de carretera que una rueda de una motocicleta de gran cilindrada. A los pies, les pasa lo mismo, con la diferencia de que a los pobres caballitos terciarios, las décimas de segundo de más que tardaran en ponerse en movimiento, eran posibilidades de menos de seguir viviendo.

La misma estructura básica

De esta forma, la tendencia fue a reducir la superficie plantar para tener menos resistencia, suprimiendo progresivamente los dedos que no eran útiles y dando el protagonismo a uno de los dedos -el que correspondería al del medio-, el cual fue el encargado de transmitir toda la potencia del cuerpo a un único punto de la superficie, para conseguir una aceleración explosiva que le permite alcanzar velocidades de hasta 65 km/h.

Un cambio de millones de años

Así las cosas, el Mesohippus (40 millones de años) ya tenía 3 dedos; el Merychippus (30 m.a.) tenia 3 dedos también pero reducidos a un dedo principal y dos espolones; el Pliohippus (10 m.a.) un único dedo principal y hasta llegar al caballo moderno, en el cual, los dedos primitivos se hallan reducidos a dos meros huesos planos enganchados al único dedo que ha sobrevivido, cuya uña, endurecida, ha acabado por formar el conocido casco de los caballos.

Estructura ósea de las patas

En definitiva, los caballos, burros y cebras -únicas especies actuales de équidos- poseen en sus patas delanteras y traseras los mismos huesos que puede tener en sus piernas o brazos (a excepción de los dedos desaparecidos, claro), pero puestos de forma diferente. Ello significa que lo que parecen los codos o las rodillas de los caballos, en realidad son sus tobillos y sus muñecas. Un ejemplo claro de que, por mucho que seamos diferentes por la evolución, por mucho que las apariencias engañen a la vista, por mucho que nos creamos cínicamente superiores, todos los seres vivos del planeta formamos parte de la misma familia.
Tal vez fuera tiempo de cuidar más de ella.

Eohippus y un caballo actual, 60 millones de años de evolución


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