En Madrid, el 12 de Julio de 1987, se niega a matar un toro porque pensaba que estaba toreado. El público de Las Ventas, que ha visto salir a Curro siete veces por la Puerta Grande, reacciona violentamente en lo que parece una debacle. Miguel Galayo, el agresor, saltó al ruedo para reclamarle el dinero de su entrada. Más tarde declaró que se había sentido engañado, pero que era currista de toda la vida. Sus vecinos dirán que Miguel Galayo es un hombre pacífico, buen marido, amable, solo que Curro lo volvió loco.
El AbyectoRafael Sánchez Ferlosio Ayer tuvo que disfrutar un rato largo la afición. Dicen que con los desperfectos de los ganados se van a acabar los toros; si esos desperfectos dan lugar a tardes como la de ayer, pienso que todo lo contrario: son el gran sostén de la afición.Los españoles, que ya en la calle son gente bastante despreciable, se llevan a la plaza de toros lo más despreciable que tienen. Lo que más les gusta no es que les den buenas cosas y los sirvan bien, sino que se las den malas, los sirvan mal y protestar por ello. Lo que más hondas satisfacciones produce en las almas españolas es poder decir ¡NO HAY DERECHO!, frase que se dice siempre en versales y a seiscolumnas, y como más les gusta decirlo es gregariamente agazapados en una multitud y si puede ser con un par de pareados absolutamente idiotas, tanto mejor. Ayer, los toros parece que estaban, desde luego, para protestar de cómo andaban de remos y algún aficionado tal vez querría que eso se arreglase, pero el público le saca tanto gusto a la cosa que no sé si estará presionando para evitarlo. Afortunadamente este año no ha venido el abyecto. El abyecto es un tipo de español que estará encarnado en una docena de individuos y que en vísperas de una corrida de Curro Romero se arrastra con una bolsa de deportes hasta una droguería y se compra un par de rollos de papel de retrete, que al día siguiente se lleva a la plaza, ya en esa misma bolsa de deportes, ya escondidos en el bolso de su señora, y luego, alevosamente, se los tira como serpentinas a uno de los caballeros más elegantes y más educados que han pisado los ruedos españoles. Yo, al igual que los toreros, también tengo en mi casa mi reclinatorio con mis Cachorros y mis Macarenas, y las tardes en que va a torear Curro, antes de salir para la plaza, me arrodillo devotamente y rezo así: «Señor, dueño de mis días, ya sé que ya no soy joven, pero todavía me gustaría hacer algunas cosas en la vida y aún disfruto de poder sentarme al sol. No quieras, Señor, perderme, no quieras que acabe mis días en el penal del Puerto, Puerto de Santa María. Por eso, Señor, por lo que más quieras, que no me toque esta tarde el abyecto en la localidad de al lado; no quieras poner el fuego vengativo de mi media sangre italiana ante una tentación que le sería insuperable. Así humildemente te lo pido, Señor, no busques mi perdición; pero si tal fuese tu altísimo designio, si tal es tu voluntad, si tal es el honroso destino que me tienes reservado, entonces, sea. Entonces deja de mirar por mí y mira por el honor, la justicia, la venganza y la dignidad humana y dame reflejo rápido, impulso vigoroso, mano segura, golpe firme, dame toda la destreza navajera de la bullería romana y la guapparía, napolitana de mi media sangre y que pueda rajar de abajo arriba bien hondo y seguido, desde las ingles hasta la garganta, como quien abre un cerdo, que pueda volcarle todas las asaduras sobre los tendidos y pisoteárselas. Amén».Porque, sépalo el abyecto, ¡sabedlo bien, mujeres de Lamec!, yo le pido al Señor que me libre de ese Cáliz, pero no rehuyo mi destino y por si tal fuese el mandato del Señor, los días que torea Curro, al igual que el abyecto lleva sus rollos de papel, yo llevo escondido dentro de la camisa un cuchillo de cocina de veinte centímetros de hoja. ¡Mucho cuidado! "
A continuación, siete minutos siete, de lo que fue el currismo, y el anticurrismo, que también lo hubo. Merece la pena.