La instantánea que ilustra la entrada del día se corresponde con un Pablo Iglesias que asesoraba, en la Universidad Complutense, a quienes llevaban a cabo un “escrache” (o sea, reventaban la charla o acto) a Dª Rosa Díez, que hablaba ese día en el Centro. La líder de UP y D se lo recordó al recién elegido secretario general, o como quiera llamársele, de Podemos, que empieza a diluir un poco el carácter radical de su discurso, lo que le costó un serio disgusto en la cadena amiga bajo la atenta mirada de Ana Pastor. A Dª Rosa no le crecen pelos en la lengua y simplemente se limitó a decir que ese comportamiento contaba en su “debe”, porque no está bien predicar la libertad de expresión y después impedir actos en los que se expresan, o pretenden hacerlo, ciudadanos con ideas diferentes al progresismo asambleario del Sr. Iglesias. Tampoco queda claro lo del impago de la deuda, la auditoría popular y otras promesas que suenan ahora más a declaración de intenciones que a programa político; en otro orden más personal, no está bien visto que una institución sin ánimo de lucro (la productora de televisión de D. Pablo) se vea obligada a modificar su status jurídico después de ganar casi un cuarto de millón de euros en su primeros meses, algo de lo que pueden presumir pocas empresas en sus inicios. El Sr. Iglesias defiende la libertad de expresión, pero condena al ostracismo y trata de acallar a quienes opinan de modo diferente al suyo; también es partidario de igualar la situación económica de la ciudadanía y la intervención del Estado en las empresas, pero la suya factura con pingües beneficios; tanta contradicción terminará por pasarle factura más temprano que tarde.