Revista Arte

El decadentismo de una época, la engañosa evasión de los sentidos, su traición o la vida.

Por Artepoesia
El decadentismo de una época, la engañosa evasión de los sentidos, su traición o la vida.El decadentismo de una época, la engañosa evasión de los sentidos, su traición o la vida.
El decadentismo de una época, la engañosa evasión de los sentidos, su traición o la vida.
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En el quinto libro del Antiguo Testamento, el Deuteronomio, cuando Moisés se despide de su pueblo en los llanos de Moab, éste les dice entonces que acabarán siendo ingratos y poco merecedores del amor de Dios si no guardan fidelidad al Pacto. En uno de sus discursos, el cuarto y último, Moisés se dirige así a su pueblo: Mirad que hoy pongo ante ti la Vida y el Bien; la Muerte y el Mal. Yo invoco hoy contra vosotros el cielo y la tierra, poniendo ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge la vida..., para que vivas tú y tu posteridad.  En las antiguas tablillas sumerias escritas ya en el tercer milenio antes de Cristo, se menciona por primera vez el opio. Utilizaron una palabra -del misterioso y primigenio pueblo Sumerio del Oriente próximo-  cuyo significado venía a ser parecido a disfrutar. Los egipcios y los griegos emplearon el opio como un remedio analgésico. Los romanos la utilizaban -la adormidera-  para mitigar el dolor, y a los que dormir no puedan. Se conocía así desde la Antigüedad hasta casi el siglo XVIII, como un remedio equilibrado, como muchos otros, pero sin obsesión ni desprecio. 
Sin embargo, hubo un pueblo que cayó rendido a los pies de ese alcaloide, añadido y modificado además con otra intención. Fue a partir del siglo XVI cuando el comercio opiáceo hacia China se fue haciendo más atractivo tanto por parte de los mercaderes españoles, como de los portugueses y, sobre todo, de los ingleses. Los occidentales comprendieron pronto la extraordinaria aceptabilidad del pueblo chino hacia una forma más sofisticada de ingerir el opiáceo. El advenimiento del tabaco a partir del siglo XVI contribuyó a innovar, a su vez, con la planta adormidera una afortunada mezcla que los chinos consideraron irresistible. El comercio entonces no fue provocado por la demanda, sino por la oferta. Los ingleses vieron en el siglo XIX una magnífica oportunidad para intercambiar el opio, cultivado en la India, por las mercancias chinas que tanto ellos -los británicos- anhelaban ahora (seda, té, porcelana). Así comenzó el comercio del opio, única mercadería occidental que los chinos demandaban compulsivamente y que, por ahora, no evitaban desear. 
Hasta guerras se provocaron en el siglo XIX por culpa del opio. Guerras que perdieron los chinos entonces, pero que Occidente no tardaría en sufrir años más tarde, cuando aquéllos se vengaron con la rebelión de los Boxer en 1900, los disturbios dinásticos posteriores, el rechazo cultural subsiguiente, las revueltas sociales comunistas, y la superioridad comercial mundial, superioridad que continúa perdurando hoy. En esos años, mediados del siglo XIX, se acabó consolidando una revolución industrial y comercial en Occidente que transformó por completo la Historia del mundo. Entonces la economía basada en la libre concurrencia -mercados abiertos a todos, con igualdad de oportunidades a todos- se terminó transformando en una economía de grandes concentraciones financieras e industriales. Esto motivó una crisis en el último tercio del siglo XIX, crisis que supuso el cambio del sistema productivo, así como revueltas, represiones y antagonismos sociales, nunca antes vistos en la Historia. 
Fue entonces cuando, desde la esfera del mundo artístico, ante las preocupaciones sociales del momento, apareció un cierto movimiento postromántico. Un escritor particularmente vino a representar esa postración emocional, que siempre conlleva un cambio social importante. Charles Baudelaire (1821-1867) se enfrentó con su literatura a una sociedad convencional y atrabiliariamente burguesa, cargada de una moral y  de unas costumbres inflexibles. Para ello, reivindicó la individualidad del romanticismo, pero esta vez cargada de una feroz brutalidad, de un grotesco lirismo. Los críticos académicos anteriores lo consideraron algo decadente, y así acabaron ellos por denominarse, decadentistas. Ahora se buscaba huir de la realidad, no sublimarla. La poesía de Baudelaire fue considerada una ofensa a la moral pública y a las buenas costumbres. El autor francés se defendió diciendo una vez: Todos estos imbéciles que pronuncian la palabra inmoralidad o moralidad, en el Arte, y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de cinco francos que una vez me acompañó al Louvre, donde ella nunca había estado, y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga de mi chaqueta, me preguntaba, indignada, ante los cuadros y estatuas inmortales, cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias.
A principios de los años veinte del pasado siglo XX los japoneses consiguieron sintetizar,  a través de la conocida anfetamina -descubierta ya por los alemanes en 1887- la metanfetamina. No fue, sin embargo, hasta 1938 cuando se comenzó a comerciar en todo el mundo occidental. Las ventajas de este estimulante sintético en los soldados en guerra fue inmediatamente comprobada. Los alemanes descubrieron sus efectos sobre el sistema nervioso central. Es decir, producía los mismos resultados que la hormona humana adrenalina, la cual provocaba un estado de alerta acentuado. Con el añadido de que, en el caso de la metanfetamina, sus efectos se multiplicaban, y perduraban hasta 12 horas.  Aumentaba la autoconfianza, concentración, voluntad de asumir riesgos, reducía la sensibilidad al dolor, el hambre y la sed. Todo un cóctel inapreciable para los, entonces, guerreros modernos. Así fue como los militares y aviadores alemanes comenzaron a utilizarla, con un claro beneplácito académico y social. Los primeros aviadores alemanes llegados a España durante la contienda civil es de suponer que ofrecieran esta droga por entonces, 1938, a los soldados españoles para que lo probaran. De este modo, la guerra civil española fue una de las primeras contiendas bélicas donde se utilizó. 
Luego, en la Segunda Guerra Mundial se practicó su uso tanto en los bandos aliados como en los del Eje. Los japoneses -creadores del producto estimulante- recomendaron el uso de metanfetamina a sus valerosos, heroicos y suicidas kamikaces.  ¿Cómo sino era posible dirigirse, decididos, hacia una muerte segura, violenta y programada? Así se llegaron, después, hasta a los felices años sesenta, donde la revolución social de la modernidad pop consumió todos los alucinógenos posibles e imposibles. Las consecuencias pronto se observaron en los que, sin ya un motivo controlado y terapéutico, fueron arrollados por la cruel y traicionera desoxiefredina. La Convencion Internacional de Psicotrópicos de la ONU incluyó a la Metanfetamina en 1971 en la Lista de sustancias peligrosas que alteraban la mente, estableciendo restricciones y comenzando, aquí realmente, la batalla social y legal que el mundo ha tenido que librar denodadamente -y que no ha ganado aún- contra las fuerzas malignas de la drogadicción.
En marzo de 1870 el gran poeta francés decadentista y malogrado Arthur Rimbaud (1854-1891), se inspiró ya en una de las composiciones más bellas y efectivas para simbolizar, así, la engañosa evasión de los sentidos. En sus palabras, en sus metáforas, en su sensación, matizó toda la contradicción que encierra la dulce y trágica asechanza de los psicotrópicos:
En las tardes azules de verano, iré por los senderos,
picado por el trigo, hollaré la hierba menuda;
soñador, sentiré el frescor de mis pies,
dejaré que el viento bañe mi cabeza desnuda.

No hablaré, no pensaré en nada;
pero el amor infinito me subirá al alma,
me iré lejos, muy lejos, como un bohemio,
por la Naturaleza  -feliz como una mujer.
Sensación, Arthur Rimbaud, 1870.
(Cuadro Una Loca, 1822, Eugene Delacroix; Fotografía de Charles Baudelaire, 1855; Óleo del pintor francés Henri Fantin-Latour, 1836-1904, Verlaine y Rimbaud,sentados a la izquierda del lienzo, 1872; Cuadro del pintor Eduard Manet, Dama con abanico, 1862, la modelo era la amante de Baudelaire, la mestiza Jeanne Duval; Cuadro El fumadero de ópio, 1880, del pintor americano William Lamb Picknell, 1853-1897; Imagen artística, Boca, del autor actual Vincent Sablong; Imagen representando a un Kamikaze japonés de la Segunda Guerra Mundial; Cuadro del pintor español Santiago Rusiñol, La Morfina, 1884; Imagen de las autoridades norteamericanas contra la droga, Ejemplo de efectos de la Metanfetamina, 2005-2007.)

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