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El declive de la Armada española en el virreinato del Río de la Plata, 1796-1808

Por Manu Perez @revistadehisto

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El declive de la Armada española en el virreinato del Río de la Plata, 1796-1808

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Hacia 1789, la Real Armada española constituía la tercera fuerza naval del mundo. Sin embargo, con el magnicidio de Luis XVI en la Plaza de la Revolución, un nuevo tipo de guerra total se desataba en Europa y venía a trastornar todos los planteamientos estratégicos e ideológicos en los que España tenía edificadas su política exterior y sus fuerzas armadas. Luego de tres años de encadenar sucesivas derrotas frente a los ejércitos revolucionarios, Carlos IV se vio forzado a establecer una alianza antinatural con la República Francesa y a declarar la guerra contra Gran Bretaña.

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Las contundentes victorias de la Royal Navy en San Vicente y en Trinidad, en febrero de 1797 no sólo evidenciaron la superioridad marítima británica, sino que permitieron a los ingleses bloquear Cádiz y aislar a España de sus colonias. Con todo, los efectos más graves no fueron las pérdidas materiales, sino la desmoralización general de los mandos navales españoles quienes, a partir de entonces abandonaron la lucha en el mar.

El declive de la Armada española en el virreinato del Río de la Plata, 1796-1808

Para tomar un caso de uno de los apostaderos americanos, en el virreinato del Río de la Plata, en 1798, el comandante de Montevideo sólo contaba con once buques de alguna importancia, entre los cuales la mitad no estaba en condiciones óptimas, faltaban municiones y tripulaciones. Esto no implicaba ninguna novedad, ya que consciente de las debilidades de su marina, en 1794 Carlos IV había decretado las “Ordenanzas de corso”.

En el Río de la Plata, el corso fue puesto en práctica a partir de 1800, luego de que los daños causados por dos navíos británicos y la inactividad de la Armada local, llevaran al Consulado de Comercio de Buenos Aires y al virrey Del Pino a tomar la iniciativa y hacer las gestiones para armar dos buques corsarios, los cuales ahuyentaron a los contrabandistas enemigos y mantuvieron a los dos navíos ingleses a distancia.

Finalizada la guerra en el mar en abril de 1802 con la firma de la Paz de Amiens, el balance indicaba que, luego de seis años de guerra, España había visto su Armada vencida y había perdido importantes enclaves en el Caribe. Si bien Godoy confiaba en mantener la neutralidad en el latente conflicto franco-británico, las facilidades otorgadas a Napoleón para la invasión sobre Portugal y la posibilidad de que los caudales americanos fuesen a engrosar el tesoro francés alarmaron a los ministros ingleses, quienes decidieron forzar la mano española para obligarla a entrar en guerra mediante un ataque a traición.

El 5 de octubre de 1804, frente al cabo de Santa María, un convoy español que transportaba los caudales de la Real Hacienda de Buenos Aires, Lima y Santiago, fue capturado por una escuadra de la Royal Navy, dejando a Godoy la única posibilidad de declarar la guerra a Gran Bretaña en enero de 1805. Si el resultado incierto de la batalla naval de Finisterre demolía los planes de invasión a las islas británicas, la derrota aliada en Trafalgar fue el golpe de gracia que destruyó el ánimo de los comandantes españoles y estancó a la Armada en sus puertos.

De todas las posesiones americanas, el Río de la Plata fue la que más pronto sufrió los efectos del desplome español en el mar. Preparándose para un anunciado ataque inglés, en marzo de 1806 el virrey Sobremonte rehabilitó a los corsarios y ordenó el alistamiento de los siete buques del apostadero para la defensa de Montevideo, Sin embargo, contra todos los planes de defensa españoles, en junio, los seis navíos británicos se dirigieron a las playas al sur de la capital virreinal, evitando confrontar a la fuerza naval de Montevideo.

Una vez desembarcada, la infantería de 1600 hombres al mando del general Beresford avanzó a pie hasta Buenos Aires y tomó la ciudad sin muchos problemas. Mientras tanto, Sobremonte, había escapado a Córdoba para reunir las milicias de las provincias del Interior y reconquistar su sede de gobierno. En cuanto a los marinos de Montevideo tragaron con amargura la caída de Buenos Aires. Con su orgullo herido por no haber participado de la lucha, proyectaron un plan para recuperar la ciudad mediante una fuerza de tierra que, tras desembarcar en al norte de Buenos Aires, podría incorporar a todos los elementos locales descontentos y marchar sobre la ciudad. De este modo, al mando del capitán Liniers, la campaña de reconquista forzó la rendición de las fuerzas inglesas.

Con todo, la intocable escuadra enemiga permaneció en el Río de la Plata esperando los refuerzos desde las islas británicas. Llegada en agosto de 1806, la nueva invasión se trató de una verdadera campaña de conquista que fue finalmente rechazada tras una encarnizada lucha palmo a palmo en las calles de Buenos Aires, en julio de 1807.

Para fortuna de Buenos Aires, el levantamiento popular español contra los Bonaparte, en mayo de 1808, hizo que una tercera campaña de invasión que estaba siendo preparada fuese destinada a la Península. Tras conocerse estos eventos en el Río de la Plata, se desató la querella entre Liniers, designado recientemente virrey en Buenos Aires, y el gobernador militar de Montevideo, general Francisco de Elío. Mientras que el marino francés había anunciado al Cabildo que se debía esperar a que el conflicto dinástico se resolviese en Europa, Elío declaró abiertamente su rebeldía y formó una Junta de Gobierno autónoma al igual que lo hacían numerosas ciudades peninsulares en lealtad a Fernando VII. Para julio de 1809, ambos serían destituidos y reemplazados por la Junta Central.

Si la alianza francesa de 1796-1808 había sacrificado todo el prestigio y el poder de la Armada española en aras de los objetivos napoleónicos, a partir de 1808, la evolución desfavorable de la guerra peninsular obligaría a los gobiernos españoles a drenar más y más recursos de los apostaderos americanos para resistir el avance francés, dejando un vacío que favorecería a la causa de los insurgentes criollos de 1810 en adelante.

Autor: Salvador Lima para revistadehistoria.es

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