El decrecimiento que viene (III)

Publicado el 29 octubre 2014 por Hugo
Comoquiera que se piense acerca del modo de repartir los bienes en nuestro mundo moderno, tanto los seguidores como los oponentes del socialismo están de acuerdo en el requisito previo para la solución de tal problema. Este requisito previo es la producción. (…) Prodúzcase para vender, o prodúzcase para repartir, el proceso de producción en sí no solo no es discutido por ninguno de los dos lados, sino venerado, y no se exagera si se afirma que, a ojos de la mayoría, hoy tiene algo de sacro.
Elias Canetti, 1960.


¿Está la política preparada para el decrecimiento? No. Y no solo la política conservadora, sino tampoco la progresista. Ni siquiera el socialismo -el real, el de los teóricos y el de los prácticos que lo llevan a la práctica- defiende el decrecimiento. Al parecer las dos corrientes políticas más importantes de Occidente, el liberalismo y el socialismo de Estado, siguen creyendo en el crecimiento económico y en la expansión territorial como la mejor solución a nuestros problemas, igual que lo hacen las plagas cuando el medio y las circunstancias les son favorables. Incluso otros socialismos denominados acrecentistas, ecopolíticos, estacionarios o ecosocialistas, a medio camino entre el crecimiento por el crecimiento y el decrecimiento por el decrecimiento -Marcellesi y Latouche son dos buenos ejemplos de ello-, siguen a pesar de su inventiva y buena intención enmarcados dentro del statu quo, toda vez que refuerzan consciente e inconscientemente la existencia de la mayoría de las estructuras e instituciones sociales que han defendido el socialismo y el liberalismo de toda la vida, las mismas que nos han traído hasta aquí, como pueden ser el Estado, la burocracia, los parlamentos, la ley, la propiedad privada, el mercado, la moneda –tanto la única como, ahora, la «social»-, el economicismo, el trabajo asalariado, la ciudad, las fuerzas armadas y de seguridad, la escuela, la cárcel, el patriarcado, el progreso tecnológico, los medios de comunicación de masas, la industria, la hiperespecialización, la división del trabajo en compartimentos estancos, la estratificación social, el centralismo y la jerarquía. Instituciones sin las cuales no habría sido posible sobrepasar los límites biofísicos del planeta y con las cuales, por lo tanto, es muy probable que sigamos sobrepasándolos hasta que nos quedemos, nunca mejor dicho, sin gasolina. 

Si incluso el presidente amigo de la Pachamama, el indigenista Evo Morales, ha sucumbido a los cantos de sirena no solo del gas y del petróleo sino también de la energía nuclear, ¿qué cabe esperar aquí en España de los socialistas Pablo Iglesias (Podemos), Pedro Sánchez (PSOE), Alberto Garzón (IU) y Florent Marcellesi (EQUO), políticos aún más «civilizados» que sus homólogos del sur? Otro tanto cabe decir de José Mujica, autor de grandes discursos ambientalistas en la ONU y considerado por muchos como uno de los pocos presidentes admirables que quedan, a pesar de que, según la página web Uruguay Sustentable: por un país productivo y sustentable, su gobierno ha apostado claramente por el crecimiento, impulsando la industria forestal, la megaminería, las plantas regasificadoras, los biocombustibles y el sector de las «renovables» (véase al respecto la crítica de Amorós), todo ello sin descuidar las buenas relaciones con las petroleras, con afirmaciones por parte de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos tan reveladoras como esta: “No queremos petróleo y crecimiento a cualquier costo sino con desarrollo sustentable, justicia social…”, etcétera.
Tal como los políticos y los economistas occidentales –incluidos los de la economía ecológica- plantean los conceptos de «crecimiento sostenible», «crecimiento selectivo» y «crecimiento cero» es un oxímoron, una contradicción en sí misma. Seguir en la senda del crecimiento cualquiera que sea su reformulación burguesa –crecimiento indiscriminado o selectivo, del PIB o del PIB verde, basado en bienes materiales o en bienes relacionales, los del norte y los de sur o solamente los del sur- no es deseable y pronto dejará de ser posible. Y lo que es peor, cuanto más dure el intento peor será la bajada. Afortunada aunque desoídamente, muchas voces cercanas al ecoanarquismo llevan proponiendo desde hace tiempo que el único camino razonable a seguir no es crear más puestos de trabajo en «sectores estratégicos» o ser más competitivos con el exterior sino repartir autogestionadamente el trabajo que existe, prescindir de aquellos oficios que consideremos insostenibles a medio y largo plazo –estoy pensando en gran parte de los sectores secundario y terciario-, propiciar el éxodo urbano, cuestionar y abandonar en lo posible la mayoría de las instituciones actuales y redistribuir una riqueza que, querámoslo o no, está obligada a menguar. En definitiva, el 99% del pensamiento de izquierdas que vemos por televisión, leemos por Internet o escuchamos por la radio no va –y no podrá ir nunca, por sus propias limitaciones teóricas intrínsecas- a la raíz del problema, es decir, a los límites físicos de nuestro entorno y a las estructuras sociales y los hábitos mentales que nos precipitan contra ellos. 
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El resto del texto (una tercera parte, si incluimos los comentarios de algunos lectores como Florent Marcellesi y mis respuestas) está disponible en Ssociólogos.